La vida tiene fuentes de insuficiencia y de sufrimiento muy profundas, muy trágicas, muy misteriosas como para que el progreso pueda secarlas.
Paul DIEL
El simbolismo en la mitología griega
Con la inversión de los vigores que desde la modernidad ha favorecido la profanación de lo sacro, ciertas áreas de lo profano se vieron sacralizadas por el despegue de las ideologías políticas primero y de los paradigmas publicitarios después, que como obcecados peristas se ocuparon intensa y extensivamente de promocionar sus respectivos mitos redentores. Tal fue el caso del marxismo, que con su escatología pretendía propulsar a la humanidad fuera de la historia tras la lucha final del proletariado contra la burguesía, pero también del capitalismo de consumo, que llevó la promesa de instaurar una edad dorada de prosperidad a su ejemplo más ilustrativo en los señuelos del sueño americano. Al margen del fanatismo que los ha hecho triunfar en diferentes épocas y lugares, ninguno de estos intentos por trascender las religiones con sucedáneos laicos ha logrado construir de forma satisfactoria una experiencia vital más plena porque, en esencia, ese tipo de empeños carece de relación con el valor sacramental de la visión que, en cambio, sí se da en los cultos arcaicos. No insinúo con ello que haya que restaurar los viejos ídolos. Puesto que la fe no es una fase en la historia del espíritu, sino un elemento arquitectónico del mismo, para ser religioso no hace falta tenerse en Dios. Vivir en regio contacto con lo sagrado no implica criar el cuervo personificado en un programador universal, explicar el funcionamiento del mundo en referencia a un cónclave de demiurgos o verse sometido a las exigentes ensoñaciones de los espíritus de los muertos, en los que acaso algunos acierten a entrever la prueba planteada por sus dobles metafísicos...
Según su papel, la religiosidad puede ser entendida de dos formas: la exotérica o corporativa, que consiste en mantener una superestructura destinada a apaciguar, enardecer o mover en una dirección preestablecida a un colectivo enganchado al suministro regular de directrices cuyo éxito depende sobre todo de ocultar más que de iluminar —de relegar, no de mostrar—, y la mística o esotérica, que es la experiencia culminante de una realidad revelada que enlaza —religa— la conciencia individual al sentimiento cósmico de la existencia, lo que desde luego supone un hallazgo interior tan refractario a la comunicación masiva y la teatralidad litúrgica como significativo en su función: dotar de un sentido de orden al caos aparente, convertir la pequeñez del fenómeno humano en un centro inherente a la aventura de la totalidad y hacer manar en uno mismo la inmanencia que puede reconciliarnos con los abismos de la eternidad sin desactivarnos como actores de nuestro destino. Para muchos, este encuentro grandioso aporta la clave para alcanzar la salvación; para mí, constituye sólo una etapa del ciclo de metamorfosis que todos hemos de experimentar.
A cada calavera su comité de bienvenida. Dibujo de Lily Mae Martin.
Paul DIEL
El simbolismo en la mitología griega
Con la inversión de los vigores que desde la modernidad ha favorecido la profanación de lo sacro, ciertas áreas de lo profano se vieron sacralizadas por el despegue de las ideologías políticas primero y de los paradigmas publicitarios después, que como obcecados peristas se ocuparon intensa y extensivamente de promocionar sus respectivos mitos redentores. Tal fue el caso del marxismo, que con su escatología pretendía propulsar a la humanidad fuera de la historia tras la lucha final del proletariado contra la burguesía, pero también del capitalismo de consumo, que llevó la promesa de instaurar una edad dorada de prosperidad a su ejemplo más ilustrativo en los señuelos del sueño americano. Al margen del fanatismo que los ha hecho triunfar en diferentes épocas y lugares, ninguno de estos intentos por trascender las religiones con sucedáneos laicos ha logrado construir de forma satisfactoria una experiencia vital más plena porque, en esencia, ese tipo de empeños carece de relación con el valor sacramental de la visión que, en cambio, sí se da en los cultos arcaicos. No insinúo con ello que haya que restaurar los viejos ídolos. Puesto que la fe no es una fase en la historia del espíritu, sino un elemento arquitectónico del mismo, para ser religioso no hace falta tenerse en Dios. Vivir en regio contacto con lo sagrado no implica criar el cuervo personificado en un programador universal, explicar el funcionamiento del mundo en referencia a un cónclave de demiurgos o verse sometido a las exigentes ensoñaciones de los espíritus de los muertos, en los que acaso algunos acierten a entrever la prueba planteada por sus dobles metafísicos...
Según su papel, la religiosidad puede ser entendida de dos formas: la exotérica o corporativa, que consiste en mantener una superestructura destinada a apaciguar, enardecer o mover en una dirección preestablecida a un colectivo enganchado al suministro regular de directrices cuyo éxito depende sobre todo de ocultar más que de iluminar —de relegar, no de mostrar—, y la mística o esotérica, que es la experiencia culminante de una realidad revelada que enlaza —religa— la conciencia individual al sentimiento cósmico de la existencia, lo que desde luego supone un hallazgo interior tan refractario a la comunicación masiva y la teatralidad litúrgica como significativo en su función: dotar de un sentido de orden al caos aparente, convertir la pequeñez del fenómeno humano en un centro inherente a la aventura de la totalidad y hacer manar en uno mismo la inmanencia que puede reconciliarnos con los abismos de la eternidad sin desactivarnos como actores de nuestro destino. Para muchos, este encuentro grandioso aporta la clave para alcanzar la salvación; para mí, constituye sólo una etapa del ciclo de metamorfosis que todos hemos de experimentar.
A cada calavera su comité de bienvenida. Dibujo de Lily Mae Martin.
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