10.1.13

BAÑO LUSTRAL

Cuando puedas sentir inflamarse a la divinidad en tu interior, cuando puedas reírle a carcajadas llenas el horror de sus ilusiones y llorarte de alegría habiendo visto todas sus caras, comprenderás con impensable certeza que eres tú quien se abrasa dentro de ella, no al contrario; refulgirás, ¡oh hermano sin comadrona!, con la inefable vacuidad de coincidir contigo en la plenitud absoluta.
PENTAPROFETAS
Exhortación a los renatos

Ya no sé si lo sé, difícilmente puedo creer que lo creí pudiendo no creerlo, pero lo cierto es que ahí está el testigo con su testimonio irrefutable en apariencia. Dizque discutí con el otro, su amigo, en sueños, o en el sueño de un sueño si nos atenemos al encabalgamiento sinuoso del acontecimiento. Concordamos, que a eso vamos, en el recuerdo de que en un momento dado llegamos a las manos y, de un mal golpe —o de un bueno, si me ahorró recibirlos—, le rompí la mandíbula. Fue así como despertó, quebrado de media cara y con menos dientes que una paloma, mientras yo hacía lo correspondiente con los nudillos de la diestra teñidos por la sangre zurda de mi corazón a causa de un colmillo que le arranqué. Por supuesto, yo en mi casa y él donde fuera.

—¿Sabes lo que es un pífano?
—¿Una especie de flauta con dos cañones?
—¿Sabes cómo se llama ese tipo de flauta antigua?
—¿Pífano?

Con palabras semejantes empezó nuestra disputa, que aún no ha terminado, pues tanto si he despertado de falsete o de tangible la consecuencia del enfrentamiento prevalece. Tampoco acepto que me digan que lo sabía, que pude verlo venir a plena ausencia de luz, y es que en la oscuridad mis ojos me dan miedo.

—Aquella mujer era hermosa, ¿verdad?
—Mucho. Y de tobillos hacia abajo, encantadora.
—Entonces, ¿por qué la dejaste escapar?
—Psss...
—Te faltaron huevos.
—No. Me sobró el peso de los míos para seguirla.

¿Por qué se empeñó en desafiarme? Ahora dudo —que no salga de aquí— si por la subrepticia provoqué que me provocara. En contraste con las acciones que ejecutamos en la vida despierta, que caen por sí solas en el brocal del tiempo y no hay forma de cambiarlas cuando el pozo del mundo las recibe, en el sueño se articulan como un misterioso hormiguero de piezas cuyas combinaciones se nos conjuran, se supone, sin dañar a terceros. Procuro aliviarme pensando que las leyes que rigen su funcionamiento cambian según el sujeto y nada clara está la técnica para moverlas evitando efectos colaterales.

—Creo que tu encierro monacal se te ha subido a la cabeza.
—¿En serio? Más bien tiendo a creer que el pensamiento se me ha enredado en los pies.
—Sólo es tu forma de interpretarlo. Hay otras, bien lo sabes, pero por ignorancia o por vicio siempre escoges bailar con la más fea.
—Eso nunca ha sido un problema.
—Lo acaba siendo si te asaltan como una oferta interesante hasta que descubres su fealdad intrínseca bajo el envoltorio.
—Sabes que volcándome en ellas me afino, que las tomo como un baño lustral. 
—¿Y?
—Y, principalmente... que debo seguir probando para morir menos idiota que al nacer.

El hombre como puente de ternura entre el cordero y el lobo. Acuarela de Peter Szasz para un cuento sufí.

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