Los políticos, en vez de cabeza, tienen culo. Por eso solo se les ocurren mierdas y los llaman caraculos. ¿Darán la cara los que han dado el culo?
Ángel ROMERA
Estreñimiento mental
La ciencia no es el único método de conocimiento; desde luego es el más exacto, pero su búsqueda de la medida precisa y mensurable está condicionada fatalmente por los azares impredecibles de la realidad, cuya inestabilidad aumenta cuanto más cerca se cree estar de poder desencriptarla. Sabido es que existen otros caminos viables de acceso al conocimiento, y el cabreo templado empíricamente por la flexibilidad de los conceptos puede ser uno de ellos pese a que ande jalonado de perdederos y cuantiosas lindes que sólo aseguran el desastre. Sería deseable que la insurrección colectiva fuese un trenzado de resurrecciones individuales, y un enojo en sensato estado de alerta es lo que debería experimentar, con los menguantes rencores de las razones crecientes, todo espíritu no agusanado frente a la aridez del capitalismo actual que, por desgracia, tan escasa relación de parentesco y semejanza guarda con la visión liberal, diversa en su apertura a un civismo congruente, cultivada por Locke, Jefferson, Paine, Tocqueville o Stuart Mill entre otros. Como sistema, revela ser inepto para enriquecerse con las leyes del caos a las que haría bien en encomendarse el funcionamiento de una sociedad que, al menos en apariencia, prefiere organizarse en atención a redes de intercambios comerciales voluntarios a girar alrededor de las jerarquías impuestas por alguna camarilla nostálgica de un orden simplista. Hace años expuse que el capitalismo —por honra de claridad habríamos de llamarlo corporativismo financiero— se ha convertido en una «economía planificada por los más ricos para individualizar ganancias y colectivizar pérdidas», es decir, un corral cerrado en torno al meneo de sus inmundicias. Los hechos demuestran que la definición con la cual traté de hacer una síntesis manifiesta de la circularidad de los vicios particulares disfrazados de cuadratura de virtudes generales —tan científicas como ese socialismo tildado así por sus mesías germánicos—, ha llegado a ser insuficiente y urge, por tanto, completarla; por falta de ganas para azuzar el mosqueo no me prestaré ahora a la redacción de esa denuncia en la que debería incluir el mérito indudable que el capitalismo tiene sobre otras utopías vomitadas en la historia: bajo ninguna dictadura reciente, la libertad fue un bien tan costoso ni la coacción tan barata; libertad trucada y coacción sin disculpa que erigen la columna y el travesaño de nuestra crucifixión global.
Lucifer del incomprendido Jackson Pollock, Jack the Dripper, que donde ponía un chorro de pintura abría un viaducto disipativo a lo innominable, modalidad descriptiva de la distracción universal autorrecurrente más conocida como materia...
No termino de entender tu postura. Criticas duramente al capitalismo ¿en memoria de sus mentores?
ResponderEliminarPangolín, creo entender las reservas que provocan tu sorpresa. Tan amoldados estamos a la polarización entre partidarios y detractores de alguna forma de comunismo, que no parece plausible fundar una reacción de disidencia al modelo imperante sin unirse al bando que sostiene como premisa que la propiedad privada es, por definición, un robo. No sólo puede, sino que debe hacerse una crítica autorizada al sistema capitalista sin perder de vista las teorías desarrolladas por los más ilustres defensores de la libertad económica, desde los autores señalados hasta Nozick y Rothbard, exponentes de la corriente libertariana, hacia la que mantengo sentimientos ambivalentes quizá porque no he recorrido en detalle su cuerpo doctrinal. Para mí, que soy lego en asuntos de macroeconomía y me limito a tantear la relación causal que va de la ingeniería de los expolios a mis escozores personales, liberalismo y capitalismo ya no significan lo mismo. El capitalismo de nuestros días, que triunfó cuando el sector bancario logró imponer sus métodos para regular los movimientos mundiales de dinero y liquidar para siempre la garantía del patrón oro, sólo es una versión degenerada de los referentes clásicos y se caracteriza, precisamente, por todo lo que no tiene de mercado libre, por haber subordinado la creación de riqueza a los intereses exclusivos de unas élites reducidísimas que alimentan su economía especulativa a costa de sacrificar la economía real. Hablando en términos muy elementales (en estos momentos no doy para más), la economía real no es el reino absoluto de la cantidad, se explica mejor por la conexión entre lo que las gentes compran y venden, producen y toman, todo eso que uno hace para otros que no conoce y nada menos que la contribución de esa muchedumbre desconocida en provecho de uno; las presiones que tratan de exacerbarla o mitigarla autoritariamente proceden de la acción política, que es el reino de los ensueños de la voluntad, sea a través de un control relativamente opaco de los precios ejecutado desde la gran empresa financiera, que dispone asimismo de estrategias para manipular la demanda, o mediante la prohibición del comercio por parte de un Estado totalitario.
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