venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido...
Francisco de QUEVEDO
Amor constante más allá de la muerte
Preferir el tapiz incendiario de la lengua extendida al beso o el mandala coralino de los ojos donde se naufraga, antes que la virtud de libar el esmegma de los frunces carnales o la comunión bacteriana de embadurnarse con la pócima derrochada por las glándulas salivales, más que una diferencia sustancial revela las prioridades venéreas del amante que idolatra no tanto el cuerpo al que quisiera absorber con su deseo como el ardor que lo desencadena. El espectador que era puede lanzarse ya sin vacilaciones críticas ni falsas distancias de seguridad al precipicio carmesí del espectáculo. Sólo por la animalidad que logra estallar el alma al menor contacto con el otro queda santificado el extravío de la conciencia a través de los embrujos anatómicos, laberintos olorosos de flexuras y volúmenes en movimiento donde lo importante no es hallar la salida, sino entrar a fondo en los juegos oníricos de las formas despiertas, y toda razón se vuelve impía como el asco felizmente excluido de la complicidad enajenada.
Siempre que soy ungido por las secreciones que yo mismo he provocado en el asalto a esas cavidades adoradas que concentran el secreto de un universo horadado, ¡cuán groseros encuentro después los anhelos de unirse a una totalidad sublime, pero asexuada!
Cada vez que lo leo, un nuevo hallazgo.
ResponderEliminarNo me canso de leerlo.
Mi más sincero aplauso.