13.12.13

DE CHICHONES Y COPROLITOS

Dadme dos líneas escritas a puño y letra por el hombre más honrado, y encontraré en ellas motivo para hacerlo encarcelar.
Armand-Jean du Plessis, alias Cardenal RICHELIEU

Según las mierdosas leyes de este país de pías almas miedosas, calculo que cometo a diario un mínimo de dos delitos más un número mayor de infracciones que evitaré referir por respeto a la integridad de mis yarmoles. Asimismo tengo constancia de que, a mi alrededor, personas que carecen de cualquier vocación transgresora, se hallan en una situación de ilegalidad sumergida en la que incurren generalmente de forma inconsciente, y no me vengan con aquello de que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, pues el fárrago de abusos consagrados, trapazas blindadas y caprichosas inutilidades que suelen incluirse en el arsenal legislativo vigente no hay savant que lo asimile. No se trata de un problema de origen individual, sino de una verdadera epidemia causada por un sistema político cuya gobernanza, además de haber perdido la ocasión de vincularse con la representatividad que nunca ha tenido —salvo la debida al corsariato financiero—, efectúa con golpes de mando lo que no puede emprender con legitimidad moral, y privada de respaldo popular, adopta como táctica para asentar sus reformas la descarga metódica sobre la sociedad civil de una desconfianza que a fuerza de ucases ha logrado cosechar y por supuesto merece, pues toda arrogancia se vuelve odiosa incluso para el siervo complaciente.

En términos globales, hay diez veces más policías o militares que médicos; se deduce, en consecuencia, que es diez veces más relevante para el orden mantener en el redil a la población y empujarla al desolladero que cuidar de su salud, sin menoscabo de que puedan despilfarrarse grandes sumas de dinero procedente de las arcas públicas para someter al ganado humano a campañas de vacunación de dudosa intencionalidad que, en el menos lamentable de los casos, servirán de tratamiento preventivo contra enfermedades inventadas por los agentes comerciales de Mammón. Todo está torcido, cada institución genera un simulacro de sí misma que traiciona la misión fundacional que se le había encomendado. Ejemplo adusto de la desproporción habida entre los medios de coerción y los servicios sociales básicos, podemos buscarlo en la inseparabilidad de los poderes convertida en actitud patrimonial de la España fáctica, una nación hecha en su maltrecha historia a la medida de tiranos que nunca fueron juzgados por sus crímenes porque se alzaron siempre con el beneplácito de la recua de los aduladores, quienes desde su prolífica indigencia cultural los lloran cuando regresan a la nada de la que no debieron salir, y los añoran cuando esa misma nada entra en sus vidas endeudándolos con el montante de un cuento donde las historias de princesitas inocentes acosadas por la infamia se mezclan con las de dragones que ofrecen su bondad a cambio de ser rescatados del barranco...

Para el equipo de mercenarios de despacho que capitanea el desastre hispánico actual, la movilización callejera del cabreo ha mutado de la teatralidad inofensiva al espectáculo molesto —no vayan a pensar en un ciudadano amotinado en estas heredades, eso es más propio de franceses, aquí uno es súbdito y punto—, por lo que nos preparan la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana y la Ley de Seguridad Privada, que caerán como un descomunal cropolito, argumentum ad baculum, sobre nuestras machacadas libertades. Tras la conspiración bancaria mundial que se ha apropiado del crédito, la soberanía nacional se ha visto restringida a poco más que una gestión de la estafa fiscal y de los instrumentos especializados en cronificar el miedo. El Estado español es sedoso con los trucos de casino de la plutocracia, pero feroz con el individuo. Gracias a los desmanes previstos en concepto de atribuciones oficiales y castigos, las autoridades pretenden dar una pátina de normalidad al régimen de hechos consumados que han tomado como directriz al trazar su hoja de ruta, y llegado el caso no necesitarán recurrir al sospechoso uso eufemístico de acciones ejecutivas, órdenes reservadas, secretos de sumario o intereses generales que solían facilitar la tufarada de operaciones encubiertas a petición de la élite que sigue tremolando invisible en la impunidad con garantías que sólo pueden concebirse desde el más caliginoso montaje de la estructura de poder, eso que en el partido de los sobre cogedores sobrecogidos, que también ostenta el plantel más infollable de ministros, llaman sin rubor alguno transparencia; para ellos, claro, que nos vigilan sin haberse sometido jamás a nuestra inspección.

Me da el tabardillo de que a este ritmo de control pronto serán abolidos los centros penitenciarios en honor del robustecimiento democrático: obsoletos en el mundo indistinguible de un penal que tienen proyectado, todo el que no pertenezca a las clases rectoras se beneficiará del derecho a ser custodiado hasta la muerte.

Arte sacado del portafolio de Josh Courlas.

2 comentarios:

  1. Leyendo tu artículo me he retrotraído a uno de los muchos subrayados que tengo hechos en "La rebelión de Atlas", la novela de Ayn Rand:

    "Cuando no hay suficientes criminales, los inventamos. Se declaran conflictivos tantos actos que es imposible que la gente viva sin quebrantar alguna ley. ¿Quién quiere una nación de ciudadanos respetuosos con la ley? ¿De qué sirve eso? Pero si uno dicta leyes que nadie puede respetar, que es imposible hacer cumplir, y que no pueden interpretarse de manera objetiva, inmediatamente se crea una nación de transgresores y, en seguida, se puede caer sobre los culpables."

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  2. Casandra, bienvenida a mi versión de los pesares del mítico titán.

    Estoy tan lejos de conocer a fondo la obra de Rand como de compartir su irreprimible entusiasmo por la casta que ella aplaude como única creadora de riqueza, pero disfruto con la agudeza de su pensamiento para desmontar el discurso humanista al que se acogen, con pocas variantes, todos los extorsionadores, y coincido en su defensa del valor de la propia conciencia, por insostenible que sea, frente a lo acertados y convenientes que puedan parecer los engaños ajenos. De los muchos asertos recuperables del libro que mencionas, escojo por su entereza el siguiente asalto a la amenaza altruista:

    «No busco el beneficio de los otros como justificación de mi derecho a existir, ni reconozco el beneficio de los demás como justificación para que se apoderen de mis bienes o destruyan mi vida».

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