Todos somos locos, los unos de los otros.
Gonzalo CORREAS
Vocabulario de refranes y frases proverbiales
La pena de muerte, lejos todavía de estar obsoleta, adquiere una relevancia aterradora; pero al contrario que en los siglos que desconocieron las bondades chatarreras de la industrialización, profusa en lo material y roñosa en lo espiritual, hoy no se mata tanto en los cadalsos o en los campos de batalla, se prefieren, lucen más rentables las calles, los hospitales, las carreteras, las factorías, los bloques de vecinos, los bares, los grandes almacenes, las aulas, las pantallas... lugares deshogarizados por una sobrerrealidad acosadora donde lo fácil es convertirse en un matarife asistido de las virtudes propias y quimérica la gesta de mantenerse dueño de sí. Por el tránsito continuo que va de desgastarse en lo malo conocido a renovarse en el peor venir, se ha pasado de una explotación prematura de la existencia a la premura inabarcable de un desvivirse anunciado: seguridad a cambio de duración, subsistencia parca, aparcada en un penadero premortuorio. El contagio ha sido conjurado por contingentes penalizados de vida que se sienten posesos del final como esas moscas alrededor del enfermo reblandecido cuyo cadáver anticipan.
No es el fin de la humanidad, sólo su camelo. El holocausto cotidiano es una bestia multiplicadora de barrigas cuyos resuellos inflan de miasmas la mentira de una conciliación de intereses, lo mismo para crecerse que decrecerse en fervor y compaña de multitudes. Inevitable, quizá, dentro de este compudrirse a la intemperie monotemática del se vende todo que ha de seguirse a cualquier precio, brilla en su pérdida la liturgia deflectora, el concierto ceremonial habido entre el sacrificado y el superviviente. Descatalogada, otrosí, como improducto por la mera ganancia de gastancia, esta oclusión de claves escénicas demuestra que nuestra condición acomodaticia puede bastarse sin necesidad de consagrar a un mito su demanda —literal y figurada— de canibalismo, más exacerbado que nunca por las presiones de la civilización extrema, indistinguible ya de la extrema barbarie.
Sombras venidas a más o diablos venidos a menos, animales tan cóncavos como convexos, bajo el código genético persiste otro de fatalidades que hace del hombre hambre de hombre, un goloso Ouroboros mortífero y mortífago que se muerde la lengua con el culo. No hay honra plausible ni posible transformación para la especie que en su búsqueda de la saciedad se ha decantado por el credo de procrear, mediante formidables evacuaciones, la sociedad celestial en la tierra, a la que sueña como puta e ingiere como veneno.
En la imagen superior, la obra Ophelia del dúo de escultores Afke Golsteijn y Floris Bakker, quienes presentan sus trabajos como Idiots. A la derecha, Wolf Like Me de la atractiva Kelly Denato.
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