24.1.14

CINABRIOS

Reino sin monarca, yo, pues, ciénaga mía, en ti me adentraré, y sea mi suerte la que sea, ya que no soy distinto de estos diminutos efímeros que hacen de este espacio admirable y horrendo un cementerio y un nido, una generatriz conclusión.
Giorgio MANGANELLI
La ciénaga definitiva

Salvo que juguemos a las metonimias con la fantasía, una etimología de credibilidad más que discutible relaciona el cinabrio, cinnabaris para los romanos, con la mítica sangre del dragón. Autores como Plinio el Viejo, Solino e Isidoro de Sevilla sostuvieron que estas fieras buscan con avidez la hemoglobina de los elefantes, que se consideraba muy fría, para aliviarse con ella de las inclemencias veraniegas. Cuando su sed llegaba a extremos insaciables, los dragones perecían aplastados bajo el peso exangüe de los paquidermos, y, empapada con los fluidos de ambos animales, la tierra daría origen al pigmento que hoy conocemos como sulfuro de mercurio. Amasando algunos terrones de ese barro imaginario, he coagulado estos cinabrios:

Quien lo tiene todo, menos amor propio, se burla con aparente facilidad de quien nada tiene a excepción de esa veta de autoestima sin la cual hasta la risa que escarnece carece de valor. 

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Signo de humilde proemio de sabiduría, con una caución que goza el treno en su aplazamiento, me fabulo abrazando la humanidad por el acto mismo de repeler el deseo de anular su adaptabilidad de marioneta a los temores recurrentes con que la agitan los titiriteros.

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No te aflijas por haber decepcionado a alguien que confiaba en ti: ni unos ni otros hemos venido al mundo para defraudarnos, pero no podemos permanecer en él un instante sin traicionarnos.

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Así como en los sueños lúcidos uno es consciente de que está dormido con independencia del grado de control que pueda ejercer sobre ellos, la lucidez en la vigilia no implica el despertar, sino la conciencia de seguir inmerso en una ensoñación que concede un margen a la voluntad sólo para hacer más convincentes sus figuraciones.

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Frente a la página en blanco, soy yo el que se desnuda; frente a mi desnudez, la realidad se hace llaga de elocuencia que me transcribe en carne viva.

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Mi soberbia, si la tengo, no instruye causa sino consecuencia de un error de juicio en busca del tribunal adecuado, siempre será escuálida comparada con la arrogancia del idealista que exige a otros rendición de amor so pena de excomunión y nunca supondrá un obstáculo para la comedida sensatez del hedonista que no desprecia el goce del presente con todas sus carencias por perseguir las maravillas del imposible.

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Mientras el necio se afirma en el engaño por su tendencia a infravalorar la inteligencia ajena que el listo, dueño de sus limitaciones, aprende a utilizar en su beneficio, quien es realmente agudo sabe que la diferencia esencial entre una mente superior y la de un idiota es tan ínfima como la habida entre arrojarse desde un décimo piso y desde el siguiente.

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También a nivel intelectual lo semejante aglutina a lo semejante, pues a los tontos les gustan los tontos tanto como a los que se creen despejados aquellos que disimulan mejor el hecho de ser obtusos.

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Cuanto más derecho va un hombre, más quebrado está por dentro. Lo fuerte, cansado de serlo, se hizo justo.

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 Como dos extraños condenados a intimar, estamos en la realidad y ella en nosotros.

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Extravíos por el intramundo. Holgarse del desapego que contempla exiliado el mundo con la tranquilidad de no pertenecerle y la confianza de que todo en él está a su alcance, dispuesto dentro de sí para ser tomado o rechazado.

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Aunque se diga, solamente lo inefable es indeleble; aunque se olvide, el infinito teológico y la disgregación en la nada coinciden.


Miniatura perteneciente al folio 58v del Bestiario de Harley, datado en la primera mitad del siglo XIII. 

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