10.1.14

EL CENAGAL ESPAÑOL

Pues muerte aquí te daré
porque no sepas que sé
que sabes flaquezas mías.
Calderón de la BARCA
La vida es sueño

Tanto más hiriente cuanto menos columbrada, la maldición del pueblo español, vástago ejemplar de Caín, es que nunca se dejará orientar por alguien que no esté ciego o eluda como misión de corte lanzar espumarajos envenenados sobre todos los que se opongan a su fanatismo secular, cuya única flexibilidad constatada está en la gradual asimilación de bazofia dentro de su vientre de alquiler: primero lo vendió a los coronados de Castilla y Aragón, después al Vaticano, más tarde al Uncle Sam y, finalmente, a la troika de los aventadores de cenizas.

El cuadro de Brueghel que acompañó mi entrada Abejorros de hueso hubiera sido el idóneo, pero el presente no le va al dorso en expresividad y proteína moral: La desolladura de Sisamnes, obra de Gérard David incorporada al Díptico de Cambises, que para muchos entre los que me incluyo debería presidir las salas judiciales en lugar del soberano descaro de oficio. El panel ilustra el castigo sufrido por el juez que le da nombre tras haber sido acusado de prevaricar ante el rey Cambises II de Persia, quien ordenó que fuera despellejado vivo para tapizar con su piel, convenientemente curtida, el asiento en el que Ótanes, hijo del primero y sucesor en la magistratura, habría de impartir justicia. ¿Hay mejor garantía de aptitud que ascender en el escalafón a lomos de un padre?

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