Llegado a ese momento tan importante, ojalá no tema a las legiones de las divinidades pacíficas e iracundas que son mis propias proyecciones.
Bardo THODOL
El libro tibetano de los muertos
Oscilante y múltiple para quien está dentro, siempre incógnito a la observación y el padecimiento, se mire por donde se mire el cosmos parece una broma macabra, un galimatías cruel, una burla errabunda que pesa eternamente sobre la tragedia concreta de cada uno de sus actores. Desde que una experiencia traumática me convalidara en este plano a mi condición actual, me ha gustado especular que la muerte, por cerrar al círculo que se inició con el nacimiento, deja el tiempo abolido y restaurada en su plena curvatura la imagen original de la existencia en la que el ser se extiende en simultánea conexión con todo lo que fue, permitiéndole fundir potencia con memoria, presencia con virtualidad, variación con repetición, hasta completarse recorriendo en un instante absoluto los eventos dimensionales atrofiados, las ramificaciones de las vidas que pudo tener; mas ahora, cuando he apurado sin convicciones la poética de mi visión, tiendo a representarla como el tránsito imparable hacia el otro lado del espejo, una diástole que nos devuelve por su reverso a la sístole del devenir, donde seremos proyectados en sentido regresivo para arribar de nuevo al alumbramiento, ese otro extremo desde el cual se reanuda el ciclo... ¡Y al diablo de las fluctuaciones cuánticas con la segunda ley de la termodinámica! Mientras una parte se ilumina, la sombra generada oscurece otras siguiendo un modelo sostenido de expansiones y colapsos que, a escala de mi apariencia, apenas puedo concebir: por eso sé que es real.
Struggle de Bradley Jay.
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