1.2.13

ISEGORÍA INVERNAL

Desconcertaré a este pueblo con extraordinarios prodigios, y la sabiduría de sus sabios perecerá, y la sagacidad de sus prudentes se eclipsará.
Isaías 29,14

Normalmente —es decir, cuando la galerna no me arrecia por dentro con sus avispas de candelizo— me basta saber que puedo lograrlo para no necesitar hacerlo; eso incluye no huir hacia delante en pos del deseable hechizo que centrifugue mi presente en el quizá de una mujer bonita, ni demorarse en los subterráneos enmohecidos por nostalgias mortificantes. Tan obvio es para mí el atemperado consuelo de vivir para morir, como engullirse periódicamente en lo contrario. Sabiéndome adversario en un respiro de nadie, acabo de desprenderme del lastre que representaba mi follaje de ánimos caducos y con las ramas desnudas que no pienso podar corroboro que soy el símbolo de otro símbolo, una obra figurada de otras obras que se corresponden a la no menos alegórica manera de ser que en este instante, que sería perfecto si me hubiera excusado de dibujarlo, se deja sentir por un abrazo de sol que me caldea de la corteza al cepellón mientras acompaño con gentiles pensamientos polinizadores el canto de los jilgueros, petirrojos y ruiseñores que han venido a saludarme cuidándose mucho de no ser vistos, pues todavía me ven hombre. Se felicitan en festiva rivalidad por esta eclosión prematura de plétoras donde, por primera vez en los millones de existencias intercaladas que caben una estación, estoy invitado a participar en el carnaval de luces sin preocuparme por nada más, ni siquiera por este moscardón que acertando en su extravío ha tenido la mala gracia de inmolarse contra mi ojo derecho, el que por vicios de la costumbre me relata con mejores deslealtades los pormayores allás del acá.

Cerca del suelo, entre la maleza que apenas puede mirarse de soslayo, las naturalezas de Otto Marseus van Schrieck no se cansan de perseguirse.

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