Friedrich HEGEL
Fenomenología del espíritu
Me desayuné campeón las perezas hogareñas al enrolar en mi organismo la primera centella en asiduidad de las cuatro que completan mi rebotica solar —café, guindilla, vino, M—. Una llave que abre tras otra que cierra, y alguno de los seis cilindros en línea de mi rompehuesos volvió a toser las humedades de su descanso roncado a la intemperie. En la tiara celeste, las nubes remedaban al raso despejado con un zarco carente de lacras al que había que mirar más de tres veces para sacarle su falsa impostación bajo un pantallazo de tropopausa que no impedía a las radiaciones del mediodía trazar el alto contraste de mis arrugas interiores, sólo comparables con las muecas de las sábanas que despedí deshechas y con un llameante refrendo de carmín. Fuera otra vez del carricoche, que aparqué con una esgrima de volante digna del travieso Steve McQueen, una tórtola camino de la hiperglucemia se hizo injuriar como la opulencia de un Papa por una deyección de mampostería que fue a colgarse de la cornisa de mi sombrero galán, el que muy sacrificadamente forré de vello púbico durante años de recolección entre las gratitudes lúbricas de mis mejores amantes. Dicen que la segunda siempre va en pos de la tercera, y el jitano con jota de joder al paisano elogió desde su castillo de esquina mi condecoración accidental mediante una jerga irreproducible que denotaba el hábito de hacerse ofender. No soy veloz en las réplicas, y me tragué la alabanza sin afectar interés en comprender las causas pretéritas para llorar un genocidio insuficiente, aunque sí las emanaciones sofocantes que desde su carretilla de ajos mantenían a distancia mi naturaleza, que ese día, como si ya fuera de luna, amaneció vampiresca y un no obstante dadivosa para seguir anunciándome en el intermundo como donante de semen con fines no reproductivos, porque, lo sepan o no, todas las mujeres que avizoro por deseo pertenecen al serrallo de mi imaginación, donde en mi incorregible espiritualidad de rezacoños las someto a juegos de extravagancia acrobática con la esperanza de incitarlas a soñarme de esa suerte en la realidad, cuyos absolutos tienen al menos la ventaja de ser más oxidables a la sensibilidad que empieza a dislocarme de privanza justo por el centro impenitente del arco triunfal.
Ilustración perteneciente al cómic The Story of Gardens de Kuba Woynarowski.
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