Robert BLY
Juan de Hierro
Tengo un hombre en cada dedo y me bailan en las manos como un enjambre liberado de la presión de retorcerse bajo un liderazgo extenuante. Entre todos, los diez consabidos más otros tres invisibles que animan al resto y cambio de sitio a mi capricho, forman una eficaz banda ambulante de robadores de embelesos que aligeran cuanto palpan hasta hacerlo levitar. Mientras uno a uno se presentan provistos de sus mejores artes a la honorable cuyo cáliz derramado recibe mi tacto en oblación al compás de Bartender Boogie, de Jack McVie, voy desgranando esta declaración de principios que podrían haber sido menos extensos y más almados, no tan encubridores del matrimonio que hago conmigo y a luengos ratos quisiera revocar cansado ya del incremento de sus disonancias:
1. Un solo imperativo moral es demasiado. Dado que los actos humanos flotan en la inescrutable inmensidad del tiempo como espuma arrojada por fuerzas descomunales contra el accidente de la existencia, no cargaré a otros con la responsabilidad de los míos ni soportaré la que me asignen con los suyos: encuentro tales actitudes desdeñables por haber rehusado asumir la perspectiva de su irrelevancia. Uno es siempre más y siempre menos de lo que hace; uno siempre está solo frente al vacío de inventar sus propias reglas; si he de ser juzgado, pido al hipotético tribunal que lo haga según las mías: he ahí lo justo.
2. Concebir es perpetrar un atentado somático comparable en gravedad a un ataque terrorista que convierte a todo ser alumbrado en un malnacido. No me reproduciré, aunque me quede solo. La belleza que pueda obrarse del vivir está en la magia de crearse, no en la indecencia de procrear.
3. Ignoro cómo y cuándo moriré, pero sólo a mí compete el derecho de matarme o el dolor de continuar.
4. Más luce arrimarse al ascua soberana del desapego que ceñirse la pesada corona del vínculo social; no obstante, si he de participar en el juego de mis coetáneos, prefiero contribuir a los azares del conjunto dando y recibiendo placer que causando y soportando sufrimientos, disposición que en modo alguno significa que mi ánimo sea un festín abierto a cualquiera: antes que ofrecerle otra mejilla al que abuse de mí, ¡aplastaré la suya sin piedad!
5. El único método cabal para no caer prisionero del vicio ajeno es adueñarme de la virtud. Mi mundo no es de este reino y, en congruencia, no comulgaré con aquellos que vengan a profanar el templo de mi individualidad o quieran amoldarlo a la especulación de los truhanes y codiciosos que confunden el oro con el oro. No niego las ventajas de someter las diferencias a una civilizada negociación de la que todas las partes implicadas obtengan beneficio, lo que afirmo es que dicho entendimiento sólo es viable desde el escrupuloso respeto a la propia potestad y señorío. No habrá tregua con el infiel mientras el valor de la inviolabilidad del sujeto sea subastado como una ganga o asaltado vilmente cual puta indefensa a manos de una jauría de bárbaros.
6. La racionalidad es una pequeña herramienta con la que se han construido grandes locuras; tenerla en contra o a favor es un asunto tan irrisorio como debatir la injerencia de los extraterrestres en la historia a la vez que somos objeto de chantaje político para una casta de engendros de origen y finalidad indudablemente terrenales.
7. Obtusa tarea a la que renuncio es empeñarme en trazar la borrosa frontera entre lo que soy y lo que no soy. En mi orfandad de hombre desgajado de la negrura esencial me siento Padre, Hijo, Santo Espíritu y Demonio Carnal, y en cada una de esas facetas soy consciente de que la divinidad, desbordante peripecia endógena, bien puede funcionar como un comodín proveedor de sentido universal o como una llave forjada para acceder a las entrañas de la irrealidad; la elección, en todo caso, no depende de uno, pues nadie elige los sueños de los que en verdad es autor.
8. Mi honestidad no entiende de verdades ni de mentiras, porque lo honesto es no desentenderse de las dos caras que coexisten en una misma moneda. Así como la persuasiva naturaleza puede representar el más engañoso teatro de operaciones, la más artificiosa cultura puede suponer una fuente verídica de experiencias. La misión que me adjudico no consiste en descubrir la situación que ocupo respecto a ambos territorios cognitivos, sino en aceptar que yo, al igual que nadie, poseo en ellos otra razón de ser que las puramente imaginarias.
9. Bendigo mi caos y mi guerra, porque en ellos me aguarda el secreto y la nobleza de mi savia, que como todo atributo brotado dentro de esta tempestad de apariencias es anticipo de humo, de polvo, de sombra y de nada. Más vale una exigua paz segura de haber vencido la necesidad de odiar que una victoria rotunda menesterosa de agitar odios. En su defecto, tampoco me afea la liza ni propugna necesariamente el perdón desenvainar el olvido que sirve con gentileza al desquite absolviéndose de castigar al ofensor. Acaso la mayor felicidad no difiera de encajar con serenidad equivalente derrotas y triunfos.
10. Pobre de espíritu el que se resigne a permanecer arrodillado entre los últimos esperando la venganza de ser el primero, porque su miseria descuida la estima de sí mismo y desmerece el socorro de mi confianza. Ser víctima no hace honrado al humillado ni lo faculta para llamar equidad al rencor con que pretende instaurar una nueva retribución de premios y castigos absolutos.
11. No desprecio la caricia que pueda brindarme la suerte ni la mendigo cuando insiste en negármela. El amor, cuyo canibalismo inspira a los mamíferos hambrientos, raramente conlleva la solución que el desamor se figura ni supera el alivio de quien tras agotarlo aprendió a prescindir de sus hechizos.
12. Al despertarme y al acostarme y en el desvelo que me ocasione confrontar estados extremos, recordaré que buscar sin miedo a perderse es hallar motivos sin pausa para estar agradecido.
13. Cuando al mirar la llama piense en lo voluble y efímera que resulta su energía, tendré presente también que en las lenguas de su resplandor se confiesa incendiaria la eternidad.
Torso con guantes de Armand Pierre Fernández, componedor de objetos rebautizado ante los popes del Pop Art como Arman.
Torso con guantes de Armand Pierre Fernández, componedor de objetos rebautizado ante los popes del Pop Art como Arman.
Sale uno de su casa, por norma, asombrado y con las entendederas haciéndole chiribitas.
ResponderEliminarUn lujo, oiga.