Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
Antonio MACHADO
Proverbios y cantares
No lejos en urdimbres del otro continente que recorro y atajando llamo sueño, existía un lugar de nombre tan recordado como cambiante en las licencias del rumor al que acudían los peregrinos, tras errática y huraña caminata, para contemplar el pozo que entre dos peñas se abría como en busca de un centro cuya estrechez dificultosa se aquilataba insondable al sentimiento. La leyenda había diseminado el concepto de que quien a él se asomaba despojándose de anhelos y temores mediante actos previos de purificación, atinaba a distinguir un reflejo leal del gemelo desconocido al que todos erramos aun movidos por las ganas de leer en sus rasgos nuestro destino. Junto al brocal de cuarcitas que los mosaicos de naturalezas simbióticas vivificaban con lento cromatismo, un guardián cuidaba de que la antorcha no desfalleciera al tiempo que alimentaba la tradición de interrogar al visitante dándole la clámide por recibimiento. Sus inquisiciones tenían por cometido asegurarse de que quien había llegado hasta la boca del agujero dispuesto a escudriñarla calibrase antes de hacerlo la calidad de su resolución. Quiso negarme tres veces el acceso y en otras tantas respuestas me vindiqué. «Puesto que has aceptado sin ver —pronosticó—, viendo aceptarás al que te vea». Incliné despacio mi prudencia hacia la hondura. Nada pude divisar al principio, los ojos me ardían todavía con los cándalos del pebetero. Demasiado poco a poco, se fue dibujando el contorno de una figura vagamente familiar. En un relámpago de enajenación que no precisó completar la silueta esforzada en definirse al fondo, sentí que alguien, nadie más que yo, me miraba desde lo alto e hice mía la razón del centinela por el haz que sus espaldas me ocultaron.
Arrancándose de su concreto corporal, la identidad da paso a la bilocación en Insomnnia de Jason Shawn Alexander.
Me recuerda a la casilla del pozo en el juego de la oca, de la que sólo se puede salir cuando cae en ella otro jugador.
ResponderEliminarAgradezco el apunte, Trilce. Seguro que muchos se habrán percatado de que el relato sólo reelabora la lectura de un tema arquetípico. Todos crecemos con un lado robusto y otro morboso; según la tendencia dominante de nuestro ánimo, será uno u otro quien tome el control de la situación. El pozo puede entenderse como la garganta del ser achacoso que intenta hacernos caer a cualquier precio valiéndose de tretas como la de ofrecer un tesoro que a nadie más se le ha mostrado. Con esto no quiero insinuar que sea posible, o siquiera deseable, evitar el descenso (catábasis) que constituye el peaje sin el cual no puede iniciarse un genuino ascenso (anábasis), pero hay que estar alerta para que la dulcificación de los rasgos propios no degenere en vano convirtiendo, por ejemplo, la sensibilidad en sensiblería, la empatía en patetismo, la melancolía en autocompasión y la benevolencia en flacidez. A fin de cuentas, el alma del mundo juega a relativizarse en cada psique como una sola y distinta cosa.
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