28.9.12

ESOS ELLOS

Tal vez lo que buscamos no sea más que un sueño que, pese a convertirse en parte integrante de nuestras vidas, nunca existió en realidad. No podemos estar seguros de que estudiemos algo real, porque no sabemos lo que es la realidad.
Jacques VALLÉE
Pasaporte a Magonia

Nada de prosaicos interrogantes; para desconcierto general de sabios y necios, la incógnita que quiero abordar a caricia de brisa conduce a enigmas más profundos y pultáceos porque se resiste a encajar en nuestro modelo cognitivo: con la fauna errátil de sus ocupantes, los platillos volantes existen, pero la variabilidad de su aspecto y comportamiento se ajusta demasiado significativamente a las creencias propias del estrato cultural al que pertenecen los testigos que han presenciado esta clase de misteriosos fenómenos como para descartar el ensayo de otras explicaciones distintas de las habituales hipótesis que suministran sus fervientes divulgadores y del desprecio mostrado por sus detractores. En otros momentos históricos, las apariciones de entidades anómalas se relacionaban con la intromisión en los asuntos humanos de íncubos y súcubos, ángeles y embajadores de otros mundos, avatares divinos y seres elementales de la naturaleza, y es importante mencionar que también los trasgos, hadas, elfos y gnomos, los habitantes del reino feérico al completo, así como los fantasmas que importunan a los presentes al introducir en su ámbito cotidiano la alteración imprevista de un poltergeist, son precedentes que exhiben patrones de interacción muy semejantes en sus líneas argumentales al joven folklore generado alrededor de los ovnis; tanto, que hay investigadores calificados que los contemplan como hechos entrelazados que evolucionan de forma sincrónica con los usos y costumbres de los observadores que han tenido la suerte o la desgracia de asistir a sus actuaciones. ¿Qué o quiénes son esta serie de protagonistas extramundanos que han inquietado la conciencia de las gentes desde edades remotas, además de hacerse dignos merecedores de fantásticos atributos que nutren de motivos renovados las leyendas populares? Sospecho que se trata de proyecciones o materializaciones de una inteligencia capaz de operar a través de grandes magnitudes de tiempo y modifica su apariencia según fines que no podemos discernir todavía, quizá estrechamente vinculados a la manipulación de la conducta mediante la estimulación de ciertos códigos residentes en el imaginario colectivo, si es que su sentido último no cae fuera de la lógica racionalista a la que deseamos reducir los problemas que nos afectan y cuyo origen no llegamos a concebir. En verdad, los casos se producen, son tan reales o tan delusivos como cualquier otro acontecimiento detectable en la franja de sucesos perceptibles y, sin querer abundar aquí en la constancia de sus vestigios, el más exigente curioso dispone de un cerro de documentación fidedigna a su favor para negar a tontas y a locas —al insensato todo se le antoja disparate, menos el suyo— las evidencias físicas que han dejado, con frecuencia, tras concurrir en el escenario de nuestro orbe.

Alienígenas, intraterrestres, espectros de los muertos, viajeros procedentes de espacios interdimensionales, criaturas del futuro lejano que sondean el pasado, emisarios o saqueadores que nos visitan desde universos superpuestos, alucinaciones provocadas por la sugestión masiva de una fuerza desconocida, manifestaciones psíquicas excepcionales que se mueven dentro de un territorio perdido entre la ensoñación y la vigilia,... Oficialmente, nadie parece saber a carta cabal lo que hay detrás, y quienes podrían investigarlo con rigor científico prefieren no pronunciarse al respecto por temor a hundir en el descrédito sus carreras profesionales. ¿Mi versión? Dos, y anticipo que ninguna me convence. Puede que el demiurgo que nos ha diseñado intervenga caprichosamente —siempre desde nuestro punto de vista— con absurdos elementos narrativos en el guión de modo análogo al autor que, insatisfecho, revisa constantemente su obra o, aburrido, improvisa juegos que involucran a sus personajes, que bastante harán por sí mismos si alcanzan a intuir que están siendo objeto de un acertijo monumental. Otra conjetura es que cohabite con nosotros una selecta comunidad secreta, humana o no, que se mantiene reacia a identificarse mientras se encarga de representar en la frontera de nuestros sentidos una misión secular valiéndose de una tecnología de la influencia que, por ahora, ignoramos. Que hable a la ligera de creacionismo correctivo y de tramas omnímodas dirigidas yo, que empiezo a dudar que el Sol sea un perfecto holograma, me pone en el percutor de la bigardía. ¿Cuál es la contrapartida? Ninguna, vemos lo suficiente para asegurar que estamos en la oscuridad y en tales circunstancias el pudor me vuelve inverecundo por necesidad; hasta es improbable que pida en estas líneas terminales que se me exculpe por la ceguera de haber intentado horadar un atajo de luz hacia otro sueño mayor. «Sólo los espíritus agrietados poseen aberturas al más allá», palabra de un estafador de abismos.

Andrómeda encadenada, de Gustave Doré, a merced del monstruo marino Ceto, que no llegará a derramar la sangre de la doncella gracias a la intercesión de Perseo, enamorado a primera ojeada de sus beldades.

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