11.8.13

EL CAMALEÓN EN SU CAMERINO

La naturaleza, al crear a fuertes y débiles, indicó suficientemente que ella no destinaba bienes más que al más fuerte, y que el otro no podría gozar de ellos más que sometiéndose al despotismo y al capricho del más poderoso. A éste le inspira que robe al débil para enriquecerse; y al débil, que robe al fuerte para realizar la igualdad.
Marqués de SADE
Juliette o las prosperidades del vicio

Anhelantes de fascinación, prostérnanse las masas ante el culo de algún ejemplar alfa de la especie —actores, deportistas, estrellas del rock— para recibir la bendición archimística de una flatulencia. Si esto no es el fin de la civilización, debería serlo...

Ninguna sociedad puede subsistir sin religión, y la occidental, hastiada de los credos tradicionales, se organiza desde hace varias generaciones en función del culto al éxito, lo que supone respecto a otras una significativa desventaja anímica. Al contrario que las grandes doctrinas del pasado, cuyos embrujos eran resistentes a la fatiga de la decepción por la índole trascendental de sus gratificaciones, esta nueva idolatría no provee de engañosos consuelos a los crédulos, sino que resulta enormemente frustrante para los ansiosos que la siguen e importuna para los escépticos que la despreciamos. Funciona con premisas que exigen el fomento de una rivalidad a ultranza donde prevalezca sobre los demás un sentimiento de inferioridad que canalice la disconformidad espoleada contra uno mismo en una rentable obsesión por ascender de nivel. El mecanismo de acción es sencillo: empequeñecer a alguien lo empuja hacia una búsqueda de compensaciones que, debidamente estimuladas, se traducen en un incremento del trinomio conductividad-docilidad-productividad. No por sabido deja de arañar el pensamiento el hecho de que mientras la hiperexcitación de los instintos se promueve a un ritmo de apuro artificial que impide el reposo, así como su potencial emancipador, persiste la incoherencia de abandonar a la suerte individual la satisfacción de las mismas necesidades sobre las que actúa, originándose un excedente energético por catexis que el sistema económico explota en su beneficio.

Dolor cinético de la carencia, el motor del mundo es el deseo, y si desde tiempos inmemoriales ha constituido el salmer que sostenía una mínima ilusión de estructura social basada en el interés mutuo, en la actualidad sirve más que nada de clave a una forma de depredación controlada que sólo sabe engendrar monstruos, mutila los espíritus que no encajan en su cadena de montaje y representa una amenaza constante para cualquier proyecto alternativo de convivencia. Entiéndanme bien: no hago mi perorata desde una posición humanista, pues ningún proyecto de convivencia puede sacudirme la pereza que me suscita imaginarlo, los monstruos vengan de donde vengan ya no me asustan y mi espíritu se ha convertido en una inversión tan arisca que nadie en sus cabales estaría tentado de emplearlo; sin embargo, no es más incierto que pocas cosas me molestan tanto como el estruendo causado por esta factoría de afectos defectuosos especializada en poner en movimiento a seres acomplejados que se creen triunfadores, que se suman a los idiotas dispuestos a multiplicarse para agravar las consecuencias de su fracaso. Más dignidad demostraron los dinosaurios, que cansados de hacer riza reptiliana optaron por sumirse en la depresión que los extinguió.

Grendel fue un poderoso ogro que asaltaba brutalmente a los hombres durante la noche cuando la música y otros signos de regocijo llegaban a sus oídos. La ilustración procede de Monstruos, editado por Plesa en 1978, uno de mis libros de cabecera en la infancia.

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