14.8.13

MINORÍAS ABSOLUTAS

La muerte no la conocéis, y sois vosotros mismos vuestra muerte: tiene la cara de cada uno de vosotros y todos sois muertos de vosotros mismos. La calavera es el muerto y la cara es la muerte: y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo, y los huesos es lo que de vosotros deja la muerte y lo que le sobra a la sepultura.
Francisco de QUEVEDO
Sueño de la muerte

A los antiabortistas y demás grisalla estabulada que compone ese cabildeo mal llamado provida, habría que grabarles en la frente con láser de holmio su calaña de vulgares asesinos por querer forzar el nacimiento del ser en gestación y, por ende, condenarlo a una muerte segura. Puestos a elegir entre santos y diabólicos oficios, por odiosa que sea su presencia en el mundo encuentro menos peligrosa la influencia de las actividades sanguinarias de un sicario de cualquier cártel mafioso, que los rasgos psicópatas presentes en los propósitos de todos los microdictadores que encubren su voluntad de matar con el atuendo de la rectitud moral, aunque, bien prensado el complejo social del cual forman parte, ambos sectores contribuyen a imprimir el mismo curso patibulario a la realidad, trabajan para emporios con intereses muy afines cuando no concomitantes. Los primeros, sirva de ejemplo, pueden violarte y hacerte concebir un hijo no deseado si el infortunio de la genética que te ha hecho mujer se agrava con el azar calamitoso de cruzarte en su camino; los segundos, recurriendo a su típico arsenal de argumentos capciosos y asaltos taimados a la legislación, te impedirán tomar una decisión soberana sobre ese engendro inesperado alzándose como jueces absolutos de tus órganos y reservándose la concesión del atenuante según su antojo, siempre bajo sus condiciones y nunca según tu criterio, que debería ser concluyente en este y cualquier otro caso relacionado con lo que pueda ocurrirte piel adentro. Cerca de ellos, tanto de los que se dedican a masacrar en el cuerpo a cuerpo como de los que claman más cuerpos para sacrificar a su Señor, la libertad individual, referencia básica para conceder un mínimo valor a la vida, se anula bruscamente o se rebaja hasta la parodia. Conscientes o no de ellas, lo que sus actitudes represivas revelan sin poder admitir es que sólo lo que muere es cierto; lo que en su falsedad admiten sin poder revelar es que no hay error mayor que el de estar aquí, y su venganza consiste en que nadie se salve de padecerlo. Ya lo dijo el arúspice rumano: «El nacimiento no es el signo de la decadencia sino la decadencia misma».

The magnetic storm de Viktor Safonkin.

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