8.6.12

A TIERRA Y VIENTO, CELDA O TEMPERAMENTO

No pretendemos formar ninguna organización. No es necesario organizar aquello que es orgánico. Ustedes construyen desde fuera, nosotros construimos por dentro. Ustedes construyen con piedras que son ustedes mismos y se vienen abajo por fuera y por dentro.
Karin BOYE
Kallocaína

Adolezco de la ingenuidad de atribuir a los demás el mismo nivel de maldad que yo gasto, así que poco remedio me queda para dudar, primeramente, de la bondad de esta flaqueza contra la nada bondadosa certeza de un mundo que parece diseñado a imagen y munífica diferencia de mis recelos. ¿Cabe sospechar, sin entrar en un circuito cerrado de paranoias, que el aparato estatal es la fuente principal que suministra agentes subversivos a las bandas terroristas, de manera análoga a como las redes mafiosas introducen a sus adelantados en los puestos clave de la administración para ampliar su influencia dentro y fuera de los engranajes institucionales mediante la táctica de la tenaza? ¿O será más bien un diálogo entre grupos rivales, no exentos de permeabilidad, que se mantiene activo con la doble finalidad de poner a prueba la fortaleza de sus respectivos mecanismos —y en su caso, mejorarla—, así como la fidelidad de los subordinados a la causa de su obediencia jurada? Después de todo, la ley del Estado, que casi nunca coincide con la del individuo, se encarga de proporcionar a los gendarmes infracciones imaginarias, crímenes de intención y delitos sin víctima como parte de su prescindible industria de rearme moral o pacificación por el miedo, tanto monta, que a su isonómico estilo trata de moldear desde arriba el contenido de las conciencias para ajustarlas mejor a los compromisos del poder, lo que ocasiona la aparición de grietas por donde transluce la falsedad de su proyecto civilizador y se cuelan las alimañas cuyo código es la jungla, el imperio de la jungla a instancias de la jungla de la legalidad. Arribamos del Estado de Derecho, inocua concesión jurídica a la plebe en épocas de estabilidad burguesa, al reverso absoluto de la soberanía nacional en un Contubernio de Estado o Estado de Desecho adscrito al sindicato de los quebrantapueblos... 

No es más libre una sociedad cuyo funcionamiento depende del engaño a escala masiva, como es la nuestra, ni por supuesto esos modelos de convivencia, a los que son tan aficionados los papanatas y otras rapaces de seminario —muchas de ellas travestidas como sovietistas—, en los que uno está obligado a airear sus intimidades a condición de hacerlo en voz baja y encomendándose al criterio de un juez tolerante porque hacerlo sin tapujos sería incitar al desorden y la rebelión, una invocación del libertinaje que repta con sigilo allí donde la mentira está fervorosamente prohibida para que las acciones relacionadas con comunicar y comprender se empequeñezcan condenadas a existir en secuencias de realidad separadas. Sólo se vive más libre cuando el temor al semejante no aumenta con la seguridad general, y la confianza que uno inspira no se obtiene a costa de hacer visible su interioridad. 

Los sistemas políticos siempre han perseguido la posesión de la verdad no sólo por adelantarse al conocimiento, homologarlo a una patente y ponerle cerrojos a sus secretos —cualquier organización, como cualquier persona, en algún momento ha menester de catacumbas—, sino porque les preocupa la desconfianza incontrolable que suscitaría el dominio público sobre la verdad de la posesión, mancillada como está por un origen doloso y un mantenimiento peligroso. Sin un horror hábilmente focalizado hacia el poder que esconden los otros en vez de hacia los otros que se esconden en el poder, no habría necesidad de someterse a una vigilancia centralizada. Con esta lógica, los ritos propios de la autoridad al mando exigen la transparencia unidireccional de cada uno dentro del ámbito delimitado por sus coordenadas particulares, pero impiden el ejercicio omnidireccional de la sinceridad que acarrearía la disolución de los fundamentos colectivos imaginarios que permiten instrumentalizar la vida social gracias al gobierno de la aprensión.

Tierra al viento: nada es inconfesable. Ni siquiera la anticipación de que ninguna cultura, por valiente que sea, podría sobrevivir a la ausencia de reserva frente a la diafanidad de sus misterios.

El síndrome de Stendhal me ha sorprendido al sintonizar una meditación chamánica con el celo filosófico de la dama que protege al unicornio en este manuscrito inglés del siglo XIII. El iluminador conocía en extenso el simbolismo esotérico, y prueba de ello se advierte en el gesto de la mano izquierda que hace adoptar a la doncella en lo que parece una versión del Pushan-Mudra dedicado al dios psicopompo de quien toma el nombre o, quizá, con mejores referencias dado su contexto histórico, a la administración del consolamentum, el viático que recibían los cátaros en su preparación para la huesa.

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