Domenico de Rossi |
Miguel GIMÉNEZ IGUALADA
Anarquismo
No escasean últimamente los papeles delictivos en los paralelos subalternos de mi vida onírica; bien se diría a la luz tumultuosa de esos sueños que las catacumbas de mi personalidad, más que aposentar una tendencia expirada hacia la transgresión, tratan de sugerirme por medio de energías revueltas que mejor adaptada llevaría la existencia si efectuara el salto a la ilegalidad. Siguiendo los cabos sueltos que arrastran consigo los frecuentes sobresaltos a ras de colchón, lo normal siglos atrás hubiera sido sospechar que mientras dormito me son instiladas por el susurro de un súcubo las rutas de goecia más directas a la perdición.
Hoy soy uno más de una cuadrilla de atracadores que comparten su fraternidad en el peligro al gusto de Caravaggio y se saben muy capaces de faenar de forma virulenta siempre que la deriva de los hechos opera en contra. Somos, pues, antes que una partida de saqueadores —para tal fin hubiéramos probado suerte en un partido político— un núcleo de cimarrones, una célula encrespada por la conciencia indómita de su potencial desgajado, una tribu antisocial que reformula desatándose su homeostasis tras haberse meditado en el retiro que pueden patrocinar los botines, cada vez más volátiles, transferidos por las bravas de la industria ajena.
Acabamos de repostar en un gasolinera, donde por supuesto no pensamos abonar el importe del trago que ha llenado el depósito, cuando a uno de mis compinches le bulle la tentación de ungirse los bolsillos con los sudores de la caja. Nadie lo reprueba. Nadie lo secunda. El empleado cede sin resistencia, pero el que oficia como dueño del montante, un tipo rudo, saca un fusil ex nihilo y con esa teología de gatillo sale dispuesto a recitar algunos versículos sobre nosotros, lo que hubiera hecho sin pestañear de no ser porque a mis pericias de volante marcha atrás las avalan balas que tatúan a capricho el blanco orondo de su figura. Lejos de caer exangüe, el sujeto resiste la llovizna, letal para cualquier otro. Detenemos la fuga para admirar el prodigio de un ser que sólo parece agonizar en las sumidades que se desconectan del teatro orgánico al compás de un cancaneo espeluznante. Nos mira sin vernos y entre estupores se queja de una molestia difusa en el vientre. Se palpa el rostro entre atónito y pigre, como si por su calavera resbalara soconusco. Gime el nombre de una mujer, quizá su difunta paridora... La suerte echada está con percutores y no es cuestión de arriesgarse a ser enjaulados por espiar el desenlace de un invitado al polvo con pólvora de réquiem.
Kate Bergin, Surrender |
Habiendo recogido en testimonio mi caudal de expectativas, el director del penal no se molesta en ocultar su gozo por el giro que tiene calculado para casos como el mío. Imitando a bajo coste el peor estilo de un circo romano recreado según el criterio de quien cree que Julio César fue un actor o un futbolista, ha organizado un combate múltiple entre presidiarios que tendrá por cabeza de cartel al superviviente acribillado, quien hará subrayar sus iras gracias a un especialista en destrucciones anatómicas y mis setenta kilos de alma en calidad de artesa para suplicios. Según me explica, es el modo más eficiente de dirimir controversias entre la población reclusa, además de una lucrativa fuente de ingresos: al evento asistirán nuevos gentiles capaces de abonar veinte salarios por disfrutar, sin mácula para el decoro, de un espectáculo negado en el mundo exterior.
A la mañana siguiente me sueltan en una arboleda sita intramuros. Mis únicas instrucciones son que debo buscar un arma, oculta en el linamen, de la que podré valerme como medio defensivo. Todo lo que consigo hallar es un hacha de plástico, ideal para juegos infantiles, con la que se supone debo hacer frente a dos hombres, uno de ellos entrenado, que no tardan en anunciarse con la sorna de los reflejos desprendidos por sus hermosas falcatas y alabardas. He de admitir que los ingenieros del tinglado no carecen de humor.
Cita es ya del adiós. Clavo mi atención en un punto sin retorno, como esa peonía que defiende estoicamente su vigor en un claro reseco, y desde el foco inopinado que me ofrece encuentro en mí la simiente de cuanto busco. Ensortijado por tan liviana naturaleza, sin otro alfabeto de concomitancias que el trabado por la necesidad de ordenar el azaroso remolino de los acontecimientos, lo cierto es que entre los anhelos y temores que se abren a mi mente existe como nunca un parentesco especular, un vínculo cuyo enigma semeja la quiralidad característica de algunas moléculas. Sobre esta desesperada propensión al equilibrio, el satélite súbito de una vieja idea vuelve a mariposear a mi alrededor: tras la muerte viviremos como realidad todo cuanto hemos soñado porque allí soñaremos todo cuanto hemos vivido.
Extraño y alucinado relato, que diríase nupcias a varias bandas de Vian, Hammett, Proust o Sartre. ¿O tal vez supuración de un castellano barroco recolocado en un violento siglo XXI? La anempatía entre tono versallesco y sórdido contenido suscita una sensación de onirismo e irrealidad en la que todo se difumina, y por un momento valores y apariencias quedan suspendidos. Me recuerda fuertemente a los diálogos pedantescos entre los matones Klumb y Schlubb en "That Yellow Bastard" de Sin City, incluidos también en su adaptación cinematográfica:
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Celebro que en los viveros de tu espíritu clásico persistan florecientes remembranzas capaces de relacionar, con una generosidad de miras que excede en mucho mis pretensiones, la novela negra de calidad, el existencialismo y el cómic trufado de antihéroes, tres vectores de influencia que quizá compartimos como estratos indelebles de nuestras respectivas prospecciones. Yo habría de añadir al recuento, de ningún modo exhustivo, a heterodoxos de la talla de Sade, Stirner, Céline, Jim Thompson y Camus, por no mencionar a Sequeiros, autores bien distintos en la forma de caracterizar las anomalías y de cuyos universos, sin embargo, me he sentido bastante secuaz, como de cualquier talento que me cruja el molde. En cualquier caso, consigues que contemple mi propia creación bajo el prisma de una talla meliorativa.
EliminarDisfruté como un gigante la obra de Frank Miller, tanto en la edición impresa como en la adaptación cinematográfica. Esas logorreas entre los dos esbirros que traes a colación (respaldadas por un aditamento visual que agradezco) aportan a Sin City una nota de afortunado anacronismo que de no ser por tus impresiones hubieran quedado, seguramente, perdidas en los sótanos de mi memoria. Si aún conservas el interés por esta clase de obras, te remito (con permiso de Alan Moore) a Heavy Liquid de Paul Pope, a quien no puedo dejar de suponer que ya has leído dada la transversalidad y extensión de tu cultura.
Salvo Sade y Camus, no tengo leídos los otros autores que mencionas. Mi cultura clásica es pequeña, pero aún se reduce mucho más y de forma exponencial a medida que se avanza en los estilos que llegaron tras 1789. Apenas he leído literatos del siglo XX. Tampoco a Paul Pope, por lo que agradezco el apunte; la lectura de cómics, en la que fui algo versado durante mi adolescencia, la tengo abandonada, aunque reconozco que me intrigan las adaptaciones en mangan que en la editorial Herder han hecho de textos tan poco narrativos como los de Kant o Marco Aurelio.
ResponderEliminarSi me dejo llevar por los primeros cohetes que algunas de tus declaraciones logran encender en mi imaginación, diría que tengo por interlocutor al enigmático conde de Saint Germain, o incluso a un capitán Contreras redivivo tras haber hibernado, por espacio de varias generaciones, en una especie de ensoñación entre ruinas majestuosas. Lo digo como lo siento y lo siento sin ironía, aclaro.
EliminarNo entiendo cómo ha podido pasarme inadvertida esa línea editorial de Herder, casa a quien debo, sin ir más lejos, libros tan necesarios como el Diccionario de símbolos, de Chevalier y Gheerbrant, que frecuento con fruición desde hace décadas. Celebro que me hayas acercado el descubrimiento, ha tocado mi interés. Precisamente de Marco Aurelio alguna adaptación curiosa he visto por ahí haciendo valer el concepto de fortaleza interior en medio de la precariedad de una ambientación postapocalíptica:
http://zenpencils.com/comic/aurelius/
En efecto, me he ido desprendiendo de muchos valores, intereses y referencias estéticas del último siglo, si bien no he renunciado a otros muchos. Lamentablemente ha de producirse una cierta esquizofrenia en quien pretende "cabalgar el tigre" en el sentido de Evola. Unos pocos postrománticos preferimos aún estar atrapados entre dos mundos que estarlo en el peor de ambos.
ResponderEliminarCuriosa adaptación la de Marco Aurelio, que logra sugerir la aplicación de las soluciones de siempre a la desintegración final que enfrentarán nuestro siglo o sus ramificaciones. El carácter estático, casi poético, del texto me ha recordado a una adaptación de los "Fungi from Yuggoth" de Lovecraft, la cual recomiendo para los amantes de la tinta:
http://tillinghast23.deviantart.com/gallery/31900020/Fungi-From-Yuggoth
Y aquí la información sobre la colección de mangas de Herder: https://www.herdereditorial.com/mangas