7.7.16

LINIMENTOS DE NOCTURNIDAD

Moebius, Night Migration
La noche es siempre menos cruel que el día.
Henry MILLER
Trópico de Capricornio

Mientras la experiencia nos va llenando de razones para abandonar la vida, la vida nos llena de causas para no abandonar la experiencia.

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No sé si hubo magia alguna vez digna de ser concebida como ciencia, pero estoy completamente seguro de que la ciencia ha acabado asumiendo las categorías más cuestionables de la magia.

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Siempre será para mí un yacimiento de fascinación la posibilidad de que a partir del fragmento de un acaecimiento cualquiera pueda evocarse, más allá de las ideas aproximadas que uno pueda volcar y con una riqueza de matices poco menos que integral, no solo la atmósfera anímica que le ha conferido su colorido humano al hecho, sino el contexto material donde se ha producido la huella de su paso por el orbe. En el riff pegajoso de un blues cazado al hercio, por ejemplo, cabe sentir envainándose al ocaso el trago ardiente que deseca el abrazo de los pantanos, amamanta la serpiente de sudor sobre la espalda antes de disolverse en la tormenta y… aquí mismo destila, en apenas un suspiro, el delta del Mississippi.

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Las ideas más sencillas son las que mejor se instalan, pero ¿qué clase de hombre hay que ser para querer meter a toda costa nuestro hilo en los telares del pensamiento ajeno? Y aún peor, ¿cómo osan llamarse hombres quienes ambicionan introducir su programación en la carne, caiga como nazca el sujeto? Con ese inveterado anhelo de echar raíces, los humanos acaban pareciendo tubérculos.

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La naturaleza ama el engaño y el humano, como artefacto natural que es, ama tanto adornar el sí y el no, teatralizar el antes y el después, encaratularse a imitación de su matriarca por cada poro comprometido en el espectáculo, que la mayor parte de sus acciones parecerían inexplicables si la historia no se ocupara de desnudar a pueblos e individuos con idéntica dureza.

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Sin que haya excusa para el mayorazgo de lo inadmisible en el ámbito de lo evitable, no deja por ello de ser comprensible, en virtud de una evidente derivación lógica, que se hallen por doquier gentes tramposas cuando la ceca de la misma naturaleza fomenta la estafa al habernos dotado de una prematura capacidad para la reproducción y de tardías, cuando no insuficientes, aptitudes para la consciencia. Todos somos gilipollas en algún grado y propagarse no puede ser, de ningún modo, un acto adornado de inteligencia una vez se ha contemplado la desvergüenza del dolor actuando a través de los automatismos biológicos y de las inercias culturales que forjan los encadenamientos de las generaciones.

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No hay espejo donde más quiera demorarse al verdugo que en el rostro del amor. Amantísimos papás y mamás llenan con estos primores las sepulturas. 

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—Hijo mío, mi mayor desvelo es que consigas superarme.
—Padre, no te preocupes, cumpliré con creces tu objetivo: sólo debo mantener mi decisión de no imitar el error que cometiste al engendrarme.

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La hermandad no excluye, ni debe hacerlo, el juicio crítico entre aquellos a quienes une, y encuentro muy atinado saber enfocarla, tras años de confianza mutua, sin pretender excluir los defectos que cada uno arrastra con su haber de decepciones. Así, deberíamos sentirnos hermanados sin rozaduras con quienes, ya sea en honor de viejos vínculos o en aliento de nuevas afinidades, nada piden que no podamos dar desde el reposo ganado a las vanidades.

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La tranquilidad no se impone, se contagia.

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La alegría que no se comparte es menos creíble que una soledad sin estanques de silencio.

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Quizá la ternura no haya muerto, pero el miedo la secuestró. ¿Dónde están los gestos cariñosos que siembran de espontáneo deleite las albricias entre desconocidos? ¿Dónde el rostro relajado con gentileza en respuesta a la mirada fortuita de otros ojos?

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Si no puedes resumir tu oficio en una o dos palabras, lo más probable es que tu ocupación sea superflua; si tampoco te bastan más de tres, ¿qué disimulas?

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Lo laboral hunde sus garras más allá del motor económico: se trata de un fenómeno religioso de alabanza gregaria, funciona como un rito de integración social que exige en concepto de deuda, nada menos, que el sacrificio regular a la subsistencia de magnitudes tan cruciales como el tiempo, la energía y la atención. También, por supuesto, puede suponer una tregua prorrogada para casos como el mío, en los que una transacción pautada mensualmente ahorra derramar la propia sangre por otros cauces…

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Si hoy se estima como un derecho el acceso rutinario a tecnologías que mantienen en alza necesidades que ayer no existían, lo que está fuera de duda es que hemos conquistado a un alto precio el deber de ser estúpidos.

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Se respira más limpio sin demorarse en el humo cruzado que los celópatas de la opinión difunden a los cuatro vientos, y quede en claro lo alejado que estoy de alimentarlo con esta observación hecha de soslayo por quien se ve como una marioneta desatada. A los traficantes de información solo les importa la verdad de los hechos para poder silenciarla o someterla al descrédito mientras presentan en paralelo como un hecho innegable la falsedad más favorable a sus negocios.

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Tan atractiva puede ser a nivel imaginario la idea de esterilizar a la población sin su consentimiento como despreciable a efectos prácticos: se sitúa en gravedad justo por detrás de la transgresión moral que supone poder concebir hijos para traerlos al mundo como una ofrenda de carroña. En otras palabras, la inutilización forzosa de los órganos sexuales a efectos antinatalistas conlleva una violación del ser existente (un buen fin que se vale de un mal medio) que tiene su correlato de oprobio en la violación del ser potencial mediante el uso reproductivo de la sexualidad (un buen medio al servicio de un mal fin).

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Donde el hombre-perro busca aprobación, el hombre-gato encuentra provocación.

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—No das puntada sin hilo.
—Ese hilo sólo borda un lamento contenido porque antes clavé en mí cuantas agujas pude.

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Michael HutterEvening at the lake

Por la boca, en efecto, el pez la caga, y he aquí uno de los que baten aguas colocándose anzuelos. ¿Será, con diferencia, más espinoso de pescar el que sabe escapar de ellos escamado?

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Nada te induce más a bajar la guardia que la caricia del halago: no hallarás promoción más directa al estancamiento en la complacencia, ni espejo que mejor calle los defectos que solías reconocer sin perder la serenidad, sin que la delectación leve de aceptarlos sobreseyera el desafío de aligerar el peso de su protagonismo. Las arenas movedizas del mimo no son lugares propicios donde anclar tu necesidad de sosiego: un abrazo demasiado obsequioso puede ser matador; un abismo, anunciarse cálido y sonrosado cual vagina regalada. Si es cierto que toda apariencia de éxito no puede cimentarse sin un comercio consentido de malentendidos, su origen está en aquello que quienes te aplauden, felices de sí mismos, descubren en ti: inflándote, se inflan; son asiduos militantes del onanismo por cuenta ajena.

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Menos difícil es dejar de creer en algo si no se sufre por su causa que hacer de la opresión del sufrimiento causa de fe.

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Allí donde la fortaleza espiritual debe claudicar ante el músculo, la inteligencia es requerida para rendirse ante el dogma y la cultura, reconducida hacia la tosquedad, se convierte en la gran enemiga de la decantación que otrora daba forma a la sensibilidad. 

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Mientras los mentecatos cierren filas, la potencia del pensamiento se derrochará si desdeña reventar siglas y desgarrar banderas.

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No por ser más sabido se mantiene menos obviado que en las más altas posiciones de mando los mayores perturbados reservan altar y trono.

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Los juegos, si son interesantes, solo se resuelven con más juego; asimismo, las torturas: repárese en la expansión del universo que hace de ambas nociones un complejo indisociable. 

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Indemnizada por el beso de una flor efímera, la paciencia sabe a saber perenne.

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Dividimos a los humanos en grandes dicotomías fáciles de manejar porque el más elemental sistema de clasificación obedece a una lógica binaria. El problema, tanto para el clasificado como para el clasificador, es que estos planteamientos simplificadores generan restos, contingentes de seres inasimilables que se acumulan a lo largo de las líneas fronterizas donde los muros del pensamiento se compenetran con las trincheras del corazón.

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Justificar los errores propios con los cometidos por el enemigo no argumenta sino la prueba palmaria de haberse rendido a su debilidad.

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Ceder la razón a los demás, como Quijote en su lecho de agonías, es querer sacar promedio de locuras. 

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Pietro Paolini, Alegoría de la muerte

De la vida como herida que se abre en el tiempo hasta que la muerte, al margen de la duración, la sella con puntadas eternas, o como una travesía de vueltas que hay que dar para allegarse al centro hueco, todo lo que se diga abona la esperanza; incluso a borbotones la hay en el espíritu que se pone desperado cuando cree, como si descreyera de sí mismo, que a toda unidad le llega su cero.

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Donde la sensibilidad para la belleza se ha enmohecido, una sola imagen nacida de la visión original puede compensar la fealdad de naciones y aun siglos enteros.

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Aunque como una posología de prolepsis se tenga el axioma de aceptar lo inevitable y evitar lo inaceptable, la naturaleza tiende a diluirlo con subterfugios innúmeros que la descomposición en sociedad solo puede intrincar hasta el aturdimiento. Sino secreto de toda vida, lo inevitable es negociar de continuo con la metamorfosis de la ruindad, lo que en modo alguno debe dar pábulo para bloquear el arte de interrumpir las concesiones inaceptables.

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¿Acaso no es locura, una locura de verdad pura, cerciorarse de la realidad con la exactitud de un guante roto mientras se limpian letrinas?

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No escribe uno a cabalidad, según sea el foco, por llevar la claridad a las profundidades o las profundidades a la claridad; uno draga como puede la oscuridad del alma y en su relato ha de ser cronista de un afluente en llamas.

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No construiría buen sexo el amante nato si no se entregara a conciencia de que su próximo encuentro pudiera perfectamente ser el último, y lo propio le sucede al escritor que funde todo su talento en cada frase como si fuera, más que la definitiva, la única que sus lectores lograrían rescatar de un incendio.

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Lo escrito no nos libera de volver a escribir lo mismo, simplemente nos condena a olvidarlo donde pueda ser recordado.

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Muchos son para muchos los artefactos explosivos tentadores de activar. Confío en que pueda darse la misma utilidad a una porción considerable de cuanto he venido escribiendo contra todos como apóstata, amén de enamorado, de la máquina sacramental por antonomasia durante siglos: la imprenta.

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