Kitagawa Utamaro |
Jean GIONO
Las riquezas verdaderas
Todo cuanto acontezca nimio en la caverna material de la existencia bien podría revelarse crucial para el arbolado espiritual, cuyas raíces beben no solo de la atención dedicada al cultivo concéntrico de sus atributos, sino del soporte que pueden crear por sí mismas gracias a la expansión de la conciencia frente a los sedimentos de una realidad que se pavonea grotesca a fuer de hiriente, por no calificarla de falsaria, en cada uno de los fuegos fatuos que como fogosas fatuidades a través de las generaciones se propagan cegando la verdad y contagiando, después de transformarse en pretextos apasionados, las dolencias que son peste en el manicomio de este mundo, donde actuamos ora en el papel de peleles en un drama de proporciones cósmicas, ora en el de espectadores atónitos ante la visión de una arquitectura proscrita tras del decorado que cubre de aquiescencias el precipicio de la infinitud.
Esa piromancia de la que penden sordomudas las estrellas arde para nosotros en un océano de aislamiento que nos separa de las posibles especies inteligentes respecto a las cuales nos suponemos no menos anacrónicos, en cuanto inalcanzables, de lo que ellas con sus interrogantes son para nosotros, y lo expreso en indicativo porque mi antropocentrismo no me da ínfulas para excluir la barrera de la incomunicación con esas entidades biológicas foráneas, que no por descorazonadora deja de ser una hipótesis preferible, ontológicamente al menos, a la aterradora soledad del humano en la matriz de la galaxias.
Sin salir de la nave de orates en que viajamos, existe por añadidura un territorio áfono que los náufragos interesados en contactar entre sí desde la lejanía de diferentes épocas deben horadar con la presencia imaginaria, un espacio de horizontes en retroceso donde la gesta contra los fertilizadores del sufrimiento, reiniciada en cualquier siglo, ha de enfrentar a su lucidez nocturna la permanente probabilidad de corromperse cogiéndole sentido al hecho de vivir para hacer daño de vida, al horror de quererse maquinaria de servicio, a la contrahechura de ser vicio de ser.
Le sigo leyendo en silencio, y, me sigue inquietando, llamando la atención tanto sus citas....como sus pensamientos en voz alta...siguiendo el camino..feliz verano Mr.Quimerista
ResponderEliminarPuedo sentir la discreción de tu mirada por la sombra acogedora que deja caer sobre mí. Si no deleito, quisiera al menos motivar; si no motivo, que pueda en todo caso, a medida que me interno en la maleza de lo mucho que no sé, ir abriendo un sendero transitable donde los pasos de lo poco que sé no resuenen con la estridencia de lo acabado, sino con la invitación de lo que apenas empieza a comprenderse a sí mismo.
ResponderEliminarGracias por tu fidelidad, aventuro —sin arrogancia— que no es fácil tropezar conmigo.