30.11.14

EXCURSO ANTISEXISTA

Yo me he querido vengar
de los que me hacen sufrir,
y me ha dicho mi conciencia
que antes me vengue de mí.
Augusto FERRÁN
La soledad

Que aquí puedes relajarte en confianza y participar a capricho en los deliquios y testimonios expuestos es un acontecimiento celebrado por el fundador de la estancia, pero quien se duela por la aparente incorrección de lo que en ella encuentre solo ratificará la malevolencia de los prejuicios que trae consigo como un calzado enlodado que debió quitarse antes de entrar. Me gustaría que la siguiente anotación fuera tan mal recibida como la mejor de mis intenciones:

Dado que a los ejemplares machos y hembras de la especie nos asusta en algún grado no resultar deseables, quizá por un retruécano pasional tampoco es infrecuente observar en ambos el deseo de inspirar miedo. ¿Cuál de ellos llegará más lejos en la realización de esta variante terrorífica del celo? Depende del contexto histórico y cultural donde tengan lugar las relaciones entre unos y otros, cuyas tensiones recíprocas oscilarán en función de si el poder efectivo descansa más en los signos que remiten a la fuerza bruta o en el despliegue de recursos indirectos para urdir coacciones por otros medios... Fijémonos, para ilustrarlo, en cómo se llevan hasta el desafuero los conflictos latentes entre los espermantes y las menstruantes de la España actual, país considerado por la opinión púbica de nativos y foráneos como uno en los que más ha progresado la situación de la mujer en el transcurso de las últimas décadas. Ahora bien, ¿progresado en qué dirección y bajo qué impulsos de amadrinamiento? Si tomamos como punto de partida la obviedad de que los varones estamos exentos de ciertos imperativos biológicos privativos de las damas, constatamos que entre ellas existe una taifa de amargadas que, reacias a minimizar los inconvenientes de su condición con la misma naturalidad que explotan las ventajas innegables ligadas a la liberación sexual, se han empeñado en institucionalizar el resentimiento acumulado durante generaciones con mandatos de discriminación positiva que tienen, por fin último, no la voluntad legítima de compensar agravios de hecho, sino el afán vengativo de condenar a los hombres a sumisiones que no les corresponden por fisiología ni por motivos que puedan argumentarse con coherencia desde posiciones éticas. ¿Que por haber venido al mundo con pincel de trazo voluptuoso te libras del embarazo? Tranquilo, ya se ocupará el gremio de las castradoras de obligarte a restituir con creces, al menor descuido, la comodidad anatómica de la que gozas: las sumidades de tu organismo pueden ser tipificadas como prolongaciones de un arma potencialmente letal y tú mismo susceptible de ser elevado con ellas al mayor rango vituperable, desde los giros lingüísticos que utilices a las travesuras que pueda cometer en su huida hacia delante el gameto más tarado de tus dídimos. No me extenderé sobre ello, hasta el menos beligerante conoce casos en sangre propia o cercana que conculcan el principio de neutralidad de la justicia y tergiversan la noción elemental de equidad para poner diques a la causa que un hombre puede verse en la necesidad de defender frente a una mujer. Cualquier fisura entre los que litigan desde sexos opuestos es propicia para apalancar las costumbres haciendo cundir el ejemplo que los menos enterados deben seguir. Para las hembristas, ser hombre es sinónimo de mandria; para el que está abocado al menosprecio vaginal, ni siquiera es viable la redención por la fregona y el mandil. Se trata de un asalto de misandria al ordenamiento jurídico del Estado que se complementa en gravedad con la confiscación ideológica que se está llevando a cabo alrededor de ciertos fenómenos no hace mucho considerados domésticos, como la violencia conyugal, a la que se ha cosido la coletilla del género para recalcar su pertenencia al ámbito del dominio público, donde dichos fenómenos han pasado de ser básicamente horrendos y punibles, como cualquier agresión de similar envergadura, para acabar de un derechazo con la presunción de inocencia masculina, pues a juicio de no pocas portadoras de ovarios disponer de falo convierte a su poseedor en un culpable nato de agresividad. Si por las espinas de estas rosas fuera, los capullos hibernarían como medida cautelar antes de abrirse.

¿Qué fue del ancestral juego complementario entre masculinidad y feminidad? Parece que los hombres de ahora no quieren ser hombres porque las mujeres que tampoco saben ser mujeres se lo permiten. Robert Bly, mentor del Movimiento Mitopoético, declaraba con claridad ática que «los hombres y las mujeres de la antigüedad ven, a través de un velo, a un ser invisible del otro lado de la pantalla de la naturaleza» y vaticinaba, además, que «la desaparición del guerrero favorece la destrucción de la sociedad civilizada». Vamos hacia un amorfo unisexual fabricado en serie, remedo grotesco y posmoderno del andrógino primordial. Descendemos, es evidente, y dando el visto bueno al santo oficio feminista dedicado a instilar esta clase de adulteración de la realidad desde los tres principales frentes de adocenamiento (mediático, legislativo y educativo), lo que nadie puede negar es que todos los que estimamos valiosa la libertad sin hacer distinción entre hombres y mujeres somos los grandes perjudicados por el presente estado de desintegración asistida. La guerra de los sexos es una falacia que responde a la batalla de actitudes encubierta, más allá de los caracteres sexuales, entre los partidarios de maximizar el control social como garante de la seguridad y los que preferimos asumir los riesgos inevitables de vivir con mayores dimensiones de soberanía personal. Ya existen demasiadas burocracias que vigilan el comportamiento fuera del hogar como para aplaudir la multiplicación del mangoneo introducido con la excusa de dar prioridad a la protección de colectivos desfavorecidos. Debido a una desdichada convergencia de intereses entre la política de hechos consumados, que tanto gusta a la oligarquía española, y los sectores más activos del sexismo andrófobo, se ha magnificado un conjunto de sucesos lamentables como el maltrato —mientras se soslayan otros menos retributivos, como el suicidio— para incrementar en consonancia la presión policial ejercida sobre los ciudadanos, que con independencia de si abultan glándulas mamarias o escrotos bajo sus prendas son, por defecto, sospechosos de alterar un orden que concede el monopolio de conducirse por las bravas a los cuerpos uniformados en previsión de cualquiera, en cualquier parte, que les salga remezón. Al margen de la causa que haga suya y de los rodeos eufemísticos que luzca, el autoritarismo es por sí solo un insulto contra el desenvolvimiento de los adultos, a los que en demagogia se reduce a una minoría de edad irrevocable; maquillado de benevolencia para ofrecer amparo a los más débiles, lo que consigue es que todos seamos más endebles frente a los desmanes del gobierno.

El idealismo moral nunca se ha inhibido de prestar fundamentos persuasivos a los regímenes totalitarios, y como el individuo está perdiendo la capacidad para gestionar sus problemas íntimos, el Estado debe crecer en sus atribuciones para resolverlos por él. No hay bien que por mal no venga. Mi impresión es que esta tendencia al trasvase de responsabilidades apenas ha empezado a cobrar auge. Sujetaos las criadillas si sufrís esta fragilidad congénita: somos el sexo impotente. Al adagio que previene «por la boca muere el pez» no sería inoportuno agregarle la coda «y el hombre, por el rabo».

¿Qué ideará la señora que examina desde el muelle la arboladura de los buques? Humber Docks, Hull de John Atkinson Grimshaw.

3 comentarios:


  1. Estimado bloguero,

    ESTOY TOTALMENTE DE ACUERDO CON USTED Y SOY MUJER.

    Las feministas han llevado su causa hasta límites insoportables, con su odio y resentimiento.

    Hemos perdido lo mejor de este mundo, el AMOR, que a esto nos lleva el desequilibrio y la locura actual.

    Me gustaría recordar a una autora OLVIDADA Y DENOSTADA, Esther Vilar, que en los años 70 publicó dos libros lúcidos y visionarios aunque ya entonces a contracorriente: "EL VARON DOMADO" y "EL VARON POLÍGAMO".

    He comprobado mil veces que cuando un hombre es bueno, su bondad es sistemáticamente explotada en el hogar por sus mujeres. Digamos que se puede rimar "buenazo" por "calzonazos".

    Pero en el atorrante tema del "violencia de género", se obvia que donde hay un sádico hay también un masoquista, que lo que se llama maltrato es a menudo un juego perverso entre dos.

    Por desgracia los que pensamos así somos ahora minoría, pronto no se podrá ni tener la libertad de decir estas cosas.


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  2. ¡Albricias sean dadas a tu intervención, Peli-Roja! Como mujer y como creadora, tus opiniones adquieren una autoridad crítica adicional a la que yo haya podido estimular desde mis reflexiones sobre estos delicados asuntos.

    No me faltan pruebas de que mis lectores habituales rebasan en inteligencia a la media de sus coetáneos (por no hablar de cuando superan a la fluctuante noesis de quien esto escribe) y sé, asimismo, que buena parte de ellos, si no la mayoría, son mujeres. Por añadidura, el recuento de visitas de esta entrada acumula una cifra nada desdeñable, motivos por los cuales empezaba a incubar el malestar de haberme ganado un inmerecido rechazo en forma de vacío que, por fortuna, tus palabras han venido a paliar, aunque en ausencia de tan inesperado apoyo el efecto nunca hubiera sido suficiente para alterar mi desapacible forma de pensar. Creo que quien hace concesiones a su público, por selecto y exigente que este sea, corre el serio peligro de caer de rodillas ante él. Considérese, además, que una de las escasas vocaciones que no he traicionado es la disidencia, y que pese a su incomodidad de uso, el escepticismo está entre los pocos vicios que no me cansan.

    Ignoraba la obra de Esther Vilar, que me apetece investigar de inmediato. Gracias, también, por facilitarme esta valiosa pista.

    Con alegría, un saludo.

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  3. Me alegro de que mi post haya servido para darte un mínimo consuelo.

    Por mi parte decirte que yo no conocía la existencia de ese Sr. Robert Fly ni su movimiento sobre el nuevo hombre u hombre suave. Echando un rápido vistazo en Google te diré que me parece un poco "una mariconada", así de claro y así de políticamente incorrecto lo digo (y ya se pueden enfadar l@s de siempre).

    Adoro a Jung, pero como él mismo dijo: "Dios me libre de los junguianos".

    Otra cosa es la poesía. Hay algo consustancial a los artistas y poetas que es su extrema sensibilidad. Y así ha sido siempre, lo que nada tiene que ver con identidades ni con sucias guerras entre sexos.

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