Soy un muy mal ejemplo, debo ser desactivado y difamado para que no surjan imitadores, porque de lo que realmente tienen miedo, es de que mi modesto ejemplo pudiera ser una modestísima y grave amenaza si hubiera muchos más insurgentes contra el capitalismo, de ahí la importancia del castigo ejemplar como aviso a navegantes futuros.
Jaime GIMÉNEZ ARBE, el Solitario
Carta a la opinión pública
En mayor o menor medida, con una proporción que depende principalmente del tipo de economía implantada, las sociedades humanas producen más individuos de los que la clase dominante considera rentable utilizar. Cuando la estratificación social se sostiene mediante un sistemas de castas, incluso pueden llegar a concebirse una o varias clases impuras formadas por parias, seres intocables a causa de su ocupación, origen étnico u otras características juzgadas como innobles en grado sumo, propias de no-personas, por parte de quienes participan en la élite el poder. Ni que decir tiene que esta valoración del excedente humano como una masa prescindible o, por hablar claro, como desechos, obedece a criterios tan objetivos y de naturaleza tan loable como el lucro privado, la situación de los negocios especulativos (ese onanismo de los usureros...), los prejuicios religiosos de la oligarquía o el estado de ánimo del monarca de turno, por mencionar solo unos pocos. Por supuesto, ello no impide emplear a estas mercancías rotas como simples cobayas para las industrias más peregrinas, además de siervos de la gleba y de la pena cuando la maquinaria represora demanda sangre, sudor y lágrimas para lubricar su funcionamiento, pero son sacrificios que en modo alguno se traducen en un acceso más favorable a la distribución de la riqueza y del prestigio para quienes los realizan. Según interese, los prescindibles pueden pasar de ser una carga mal vista aunque tolerada, a un gravoso patrimonio que urge dilapidar. Mendigos, vagabundos, enfermos mentales, delincuentes de baja estofa, prostitutas, disidentes políticos, parados, jubilados, refugiados sin tierra, adictos a drogas no consagradas, población reclusa y un largo etcétera que el rabino Marx, con su proverbial y aburguesado desprecio, catalogaba como lumpen, componen en nuestras concurridas sociedades este peculiar mosaico de excluidos. Sin embargo, recomiendo invertir la gran distinción entre grupos necesarios y prescindibles en función del punto de vista de la utilidad pública, el desarrollo de la soberanía individual, la equidad en el uso de los recursos, la paz entre naciones u otras variables que redunden en beneficios directos e indiscutibles para el pueblo (y hago constar que no digo ciudadanía porque todo el mundo sabe, o debería saber, la forma en que los Estados de derecho vuelven a unos más ciudadanos que otros atendiendo a privilegios de hecho). De proceder así, saldría a la luz lo que cada vez resulta más evidente para quienes no acostumbran a prestar atención ni reflexión a problemas de índole sociológica: los peligrosos, los usurpadores, los mezquinos, los parásitos y, en definitiva, los sobrantes, suelen ser quienes se pretenden honorables, ilustres, expertos, inmunes e imprescindibles; en una palabra: los amos. Una denuncia que con su fuerte dosis de verdad también puede inducirnos a olvidar la razón, bien sencilla, de que haya amos: abundan esclavos y, más aún, los vocacionales frente a los condicionales. Si por añadidura estos amos (así como los consejos, gabinetes, comités y órganos colegiados que los aupan) no brillan por su inteligencia ni por las sutilezas de sus campañas, habrá que preguntarse si el lamentable estado de inopia en que se encuentran los sometidos permite convertir las habilidades superiores del cerebro en una herramienta de mando superflua.
Confío en que no se cometa el burdo error de diagnosticar este conciso análisis como un discurso tributario de alguna tendencia izquierdista, circunstancia que aprovecho para explicar mi posición al respecto. Creo que la noción de izquierda y derecha rinde pleitesía a un esquema de pensamiento obsoleto. Bastará referirse al uso que hacen de estas dos categorías los partidos parlamentarios para demostrar que se trata de un planteamiento inofensivo, completamente fiscalizado e inexacto si lo que queremos es desentrañar el nivel de compromiso o de oposición a un determinado régimen. Tanto la izquierda como la derecha, ya sean extremas o moderadas, remiten a un centro único incuestionable, a un rector universal: el Estado, cuya conquista rivalizan. Sería más esclarecedor plantear la ecuación política en términos de lucha entre dominadores y dominados, poseedores y poseídos, o, perfilando aún más el contraste, entre el bloque de quienes están a favor de conservar las reglas de juego (con independencia de su extracción social, pues se puede ser pobre y reaccionario), y quienes comprenden que un cambio de reglas sin caer en sus trampas exige desmantelar desde abajo el juego en su totalidad.
Al ruso Vereshchagin, cuya obra es recordada por los retratos de personajes típicos que observó durante sus largos viajes por Asia, le debemos estampas de destrucción nada desdeñables como El apoteosis de la guerra, similar en su elocuencia al arte, ya perdido, del tzompantli.
Pues para no ser de izquierdas encuentro tu discurso rayano en un populismo "anarquizante". ¿Es que el Sr. Autógeno se avergüenza de sus simpatías con los discípulos expulsados de la Primera Internacional?
ResponderEliminarPodría encarar tu acusación desde varios frentes y hasta puede que alguno de ellos ofreciera materia suficiente para obtener una tesis doctoral, pero me limitaré al que encuentro más cercano a mi humor en estos momentos:
ResponderEliminarEl anarquismo es un humanismo radicalizado y yo, por mi trayectoria de pensamiento así como por mis preferencias de sentimiento, estoy más cerca de ser un misántropo –me planteo duramente no ya el potencial benéfico de la naturaleza humana, sino el atractivo básico de vivir entre personas– que de convertirme en un humanista ofendido por las injusticias. Añadiré que contemplo el anarquismo como un evangelio herético de inspiración cristiana, algo que me provoca un rechazo casi visceral por muchas iglesias que hayan quemado sus más intrépidos activistas. Por si fuera poco, el anarquismo es por definición una fobiarquía, y ese es un límite que tengo más superado aún que su absurda filia por los productores/reproductores; absurda por ser afición cegada en lo incondicional cuya causa hay que buscar en una deficiencia de percepción crítica compartida con otros idearios surgidos de la rama socialista, muy dados en conjunto a beatificar el protagonismo del mundo laboral en sus mitologías sobre el cambio social. Pero lo cierto es que los trabajadores, aunque numéricamente importantes, carecen de la visión y fuerza política necesarias para introducir transformaciones pioneras en la sociedad y no es de extrañar, por tanto, que sus protestas resulten insignificantes. Salvo cuando han tenido un hambre hábilmente dirigida por la burguesía inconformista interesada en hacer palanca con la plebe, nunca han sido una clase revolucionaria, sino justo lo contrario, la casta conservadora por excelencia. Pese al alto nivel de descontento, los currantes, que durante la mayor parte de sus vidas dividen sus energías entre el oficio de producir para consumir y el vicio de consumir hasta endeudarse, siguen desviviéndose por traer más esclavos al mundo.
Disculpad la extensión, se me ha calentado la tecla.