Por muy sofisticada y cínica que se vuelva la actitud del público hacia los métodos de la publicidad, éste siempre tendrá que responder a las demandas básicas.
Edward BERNAYS
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Pese a que no escasean los lugares donde el crecimiento de la población se ha estancado o incluso disminuye, a escala planetaria el problema que se halla en la raíz de los infortunios y otros graves trastornos colectivos es la explosión demográfica. Sospecho que si aún no se ha implantado un control de natalidad en los países que se tildan de estar más desarrollados no es por respeto a la exigua libertad individual que tan cara se nos vende (prueba de esta carencia es la consideración legal del suicidio y del consumo de drogas) ni por el lastre moral de los emporios monoteístas que, muy conscientes de que la esclavitud de las masas reside en su capacidad de proliferación, hacen de la reproducción humana un imperativo al tiempo que prohiben el acto sexual improductivo, sino más bien para conservar un excedente de miserables (virtualmente todo asalariado lo es) que compitan entre sí por acceder al feroz mercado de la prostitución laboral. En otras palabras, para que los trabajadores no estén en condiciones de imponer sus términos de venta, pues una escasez de manos los aventajaría en sus relaciones con la élite y pondría el futuro de los negocios bajo su poder de presión. Tal vez a algún genio se le ocurra espetarme que los Estados democráticos disponen de sistemas jurídicos y regímenes fiscales que garantizan el equilibrio de los intereses enfrentados, además de reducir las fricciones inherentes a los mismos mediante la integración de la lucha de clases en el funcionamiento normal de la sociedad. Os aseguro que sería una objeción que me haría reír sin almíbares, infundiendo a la quijadera una nota de tristeza que en modo alguno empañaría un papanatismo cuya credulidad, por no ser hija del cálculo, pone a rezumar tuétanos que nos advierten de lo fácil que resulta olvidar el origen y la finalidad de estas componendas: allí donde los ingenuos ven avances, una mirada atenta descubrirá concesiones (con-ceder denota dádiva más que reparación y, al menos así lo entiendo yo, connota un «de aquí no pasas» en vez de un «adelante, estás en tu casa»). En efecto, los acaparadores del capital han aprendido a realizar concesiones modestas cuando la economía está en expansión, lo que ha de interpretarse como una inversión que proporcionará beneficios múltiples en sus áreas específicas de influencia. Saben que las clases inferiores, motivadas por el incentivo, se vuelven menos ariscas, cumplen mejor sus tareas y consumen más. Naturalmente, no siempre es así. Durante los periodos de recesión, las concesiones se hacen a bocaperro porque interviene como factor predominante el temor a las pérdidas ocasionadas por la creciente hostilidad de quienes producen la riqueza y mantienen los servicios; es decir, que por cuestiones tácticas se admitirán ciertas reformas antes que exponerse a un desorden generalizado del cual podría surgir una revolución imposible de descabezar o, en su defecto, de ser volteada desde dentro y encabezada de nuevo según los dictados del oro, la receta habitual en estos casos.
Con la Visión de Fausto del granadino Luis Ricardo Falero se vislumbra que todo bicho muriente encuentra su pandemónium.
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