Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza.
Antonio MACHADO
Juan de Mairena
La naturaleza carece de dimensiones morales —a no ser que entendamos por tales dominios las extensiones que nosotros mismos proyectamos—, pero puesto que la cultura y los valores asociados a ella configuran en la psique una suerte de segunda naturaleza, resulta inevitable reaccionar de forma moral ante los fenómenos que naturalmente nos suceden. Se ha dicho que el dolor que suscitan en el plano anímico los errores cometidos contribuye a mejorarnos desde el punto de vista moral y que la perfección del todo, que algunos identifican con el mundo real —por irónico que parezca, se trata de una noción idealista; ya sabéis: la de aquellos que creen que el nuestro es «el mejor de los mundos posibles»—, justifica la ausencia del bien en las partes. Sin embargo, son argumentos esgrimidos para introducir a hurtadillas la existencia previa e inherente de un imperativo categórico en el alma humana, lo cual no sólo es indemostrable, sino rotundamente falso: ese dolor de apariencia moral, que puede ser vivido de forma genuina aunque su origen se remonte a los condicionamientos recibidos —tan necesarios como arbitrarios, hay que decirlo—, tiene más que ver con el propio carácter y su permeabilidad a la experiencia acumulada. Además, el hecho objetivo de que pueda conocerse con detalle lo que la sociedad donde nos hemos criado entiende por los contornos definitorios del bien y del mal no aporta ninguna prueba para admitir como realidad absoluta, desligada del contexto, la fantasía de un juicio ético universalmente válido; incluso al obrar de acuerdo con este hipotético a priori, no haríamos más que tomar decisiones animadas por la necesidad subjetiva de ajustar la voluntad a las creencias percibidas como verdaderas y a través de las cuales lo único que en verdad se trasluce es la debilidad de una actitud traicionada por sus ansias de trascendencia. Ni punto de comparación, por otra parte, con los principios provisionales que a título particular adopte o elabore cada uno como un estilo para conducirse en sus relaciones con el otro, pues partiendo de la relatividad que envuelve toda conducta —la relatividad es inclusiva, no excluyente—, y sin ninguna garantía de analgesia deontológica contra el yerro, esta actitud representa un gesto esencial de autosuficiencia.
Muy a lo Pilatos, la deleitosa lectora que Petr Flynt retrata en Sanguinea fabularis narratio nos deja claro lo que podemos hacer con las virtudes morales.
Siendo la intolerancia uno de mis rasgos característicos de mi personalidad, no puedo más que decir: llevas razón.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo en eso de que la relatividad es incluyente y no excluyente, pero siendo todo relativo, siempre nuestra verdad relativa será más nuestra que aquella a la que es relativa.
De modo que será siempre "nuestro mundo" el único posible y de esa "unicidad posible" parte la relatividad del "otro", o vicerversa.
Quizá el reto es integrar los conceptos relativos, enterderse unos a otros, aunque no se compartan.
Te abrazo desde mi mundo posible