25.3.15

TRINCHERA PARA UN NICTÁLOPE

Habla sabiamente, el enemigo escucha.
Stanislaw Jerzy LEC
Pensamientos despeinados

Para perderme en el reencuentro de cada día, invoco a los eones impepinables libros que me sueñen, ruiseñores que me hablen y hembras acogedoras que no falten al reclamo de mi llamada intempestiva. He fecundado de visiones mi trono de retruécanos votivos y ningún placer birlado a la amargura me ha deparado más refugio que la solombra de un arte irrestañable como el mismo caos. Nada tengo bajo control y nada importa que así sea: en el loco azar he firmado las señales que acompañan al sinsentido de oxidarse con el oleaje de este universo indiferente a las suertes de una especie tan fallida como cualquier otra.

Comen como larvas, cagan como gallinas, fornican como ratas, trabajan como burros y, a la maligna instrucción del Programador Desaparecido, ceguera de multitudes y picota de lúcidos, van poblando de excrecencias los registros del censo mundial donde también se los encierra cuando mueren como chinches. Mirándolos —y no soy mejor que ellos, salvo por aquello de lo que me he apartado—, debo contener la bocanada que inunda mis células de un protoplasma de reacciones para las que no se han suspirado aún etimologías capaces de contenerlas.

Subestancia ontológica bajo acoso permanente, mi conciencia está sucia porque la uso en todo tiempo aunque la dureza del terreno me aventaje avejentándola. La armo de fe y me desarma; la mando marchar y me trae la montaña de actos necesarios para hacerse la vida y descontarse a manos buenas el cuento de cuanto cuenta. Por si a sus señorías les quedaban dudas al respecto, añado que jamás he pretendido escribir por hablar, mis palabras solo me contentan removiendo avisperos y lo que de ellos salga no siempre es cosa mía...

¡Oh borrador de monstruosidades!, ¡oh calma de campiña minada!, hoy quisiera que me asesinaran por la justa virulencia de lo que pienso y, mientras imagino el agraz tiro de gracia tras los certámenes de la rutina, no comprendo sino derivadamente, por el puro irse a lo derribo, que tendré que empeñarlo a mi antojo. Si fuera perfecto, no sería.

En atención al decoro de las costumbres, uno debería ser el primero en ocuparse de sacar su propia basura antes de que apeste la comunidad o subleve el pasto a los gusanos, no vaya entrarles el jaleo de un despertar roñica que nos pille desprevenidos entre las comisuras de la insaciable y hasta lasciva calígine original.

Se barruntan humos de cadalso y, sin datos que despejen al incógnito autor de la barbacoa ni ganas de ponerme delante por pedante, conjeturo que se trata de una xilografía de Franz Masereel o de alguno de sus epígonos.

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