25.6.14

ALACRANES EN LOS BOLSILLOS

Conociendo que eres nada, que puedes nada y que vales nada, abrazarás con quietud las pasivas sequedades, tolerarás las horribles desolaciones, sufrirás los espirituales martirios e interiores tormentos.
Miguel de MOLINOS
Guía espiritual

A medida que envejecemos, nos hundimos con galopante certeza en los surcos de zozobras que hemos trazado desde que descubrimos lo que no podíamos ser.

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Entre las cuerdas. Cuando escasea la acción, el pensamiento se adelanta para ponerle trampas; cuando el pensamiento no acude, la acción tiende a precipitarse y pronto se desmorona al tropezar con el menor obstáculo.

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Echarse de menos a más. Necesito oscurecer mis ideas para pensar con claridad, esto es, para que mi propia vitalidad acorralada no se revuelva contra mí.

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Mi soledad nunca se iría con otro que la trate como yo: ¿con quién podría sentirse menos acompañada que conmigo?

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Autoinopia. La coherencia es fragmentaria, como el alma lo es en el tiempo que no es y los demás en el uno que uno es en los demás.

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Agraciarse expulsando agraces. Madura quien abandona la obstinación por llenar de frutos su vida para alcanzar, sin premuras ni reticencias, la sazón de desprenderse del peso muerto que no quiere cargar con ella.

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¿Respiro? En efecto, aún es pronto para incinerarme. Necesitaría varias vidas para recuperarme de esta, en la que constato que no se destruye uno más que a trompicones, con poca dicha y mucho amago de necrótica parcialidad. Fiel a una vocación de encuentro con lo inconcebible anterior en experiencia a las eclosiones de amargura que la confirman, va dejándose mutilar en lo que ha sido por lo que no será sin desdeñar oportunidad de acumular el nivel de hastío propicio para salir del mundo, al que ya no puede pertenecer salvo por lo que sobrevive en su fatalidad como expresión fulgurante de un percance.

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No me daré por vencido hasta que se considere como muerte natural por antonomasia la elección del momento justo para abandonar esta cuenta regresiva que resta honorabilidad al desenlace a medida que transcurre sin que se produzca.

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Que todo haya de permanecer inalterable tras haber tomado la decisión de matarse sólo puede ser un impedimento para el frívolo que no se ha molestado en expandir su conciencia fuera de la sordidez que supone tomar en serio el decorado de una obra cuyo argumento merece, por sí solo, la virulencia de nuestras ironías.

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Si fuésemos conscientes de lo irreconocibles que se vuelven los propósitos realizados cuando el tiempo donde se diluyen los deforma, habríamos de concluir que, por encima del sentido puntual que puedan tener nuestras decisiones mientras creemos ser dueños de ellas, nada hay tan puro e inatacable como concederse el viático; mas la misma sensación de irrealidad que nos hace distanciarnos de nuestros males al vislumbrar la asequible cercanía de esta pureza, es responsable también, después de todo, de que no sepamos resolvernos a morir con ganas ni a vivir con convicción. 

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Casi palpable por la sinergia de las evocaciones constantes y las sucesivas prórrogas, la idea del suicidio me ha dejado de consolar, se ha vuelto tan sospechosa como cualquier otro acto que tenga por protagonista a un engendro pasajero del delirio universal.

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¿Cómo dotar de valor a los actos de un gran hombre si, pudiendo retirarse antes de su declive, se aferra a sus carnes gemebundas como un molusco a su concha? Y, ¿cómo no celebrar la desenvoltura del hombre anodino que, contra todo pronóstico, logra transfigurar su destino mediante la determinación de deshacerse de sí mismo una vez ha comprendido que la existencia sólo puede empeorarlo?

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Póngome a escribir sobre el atractivo inmanente del autocidio cuando me encuentro con ella, embellecida por los años que parece cumplir a la inversa. Contemplarla es suficiente para sacar de mí al yo más apegado a la vida y dispuesto a comulgar con el deseo donde se prolongan las cadenas presididas por la noción pueril de una recompensa...

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Reconozco abundantes signos de superioridad, aunque a ninguno soy tan sensible como a la nobleza, perfectamente hermosa y prescindible, de quien sin tener necesidad de ser bueno ni de parecerlo sabe irradiar calma y confianza a su alrededor.

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Para ser civilizado hay que saberse estar quebrado; al apostar por la civilización uno se compele a adoptar una actitud circunfleja que lo mantenga en guardia contra las pasiones humanas y fiel a la complejidad de los acontecimientos.

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El precursor. Si hasta el más bondadoso de los humanos es un monstruo que crece al echar raíces y siempre que se estresa, ¿qué grandeza puede haber en multiplicarlos? Lejos de entenderlo así, el estado general de los espíritus sigue siendo tan precario que, en sociedad, el rechazado como contrahecho soy yo debido a mi insistencia en querer desvincular por completo la sexualidad de la función reproductora, a lo que se suma mi denuncia del oprobio que implica proclamar como derecho la gravedad de un acto que, en las circunstancias actuales, no es sino garantía de matanzas sin parangón. Mi pensamiento, hijo legítimo de mis horrores, nace marcado por un presagio visionario: todo cuanto ha sido escasamente cuestionado durante la historia se convertirá, a fuerza de catástrofes y conmociones, en lo más digno de ser impugnado, como la exigencia de unanimidad para tomar por realidad una ilusión, la devota sumisión a la existencia, la probidad de la procreación, el culto a la celeridad, la utilidad de la industrialización y el respeto al mando, entre otras imposturas.

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La ciencia emite una luz que oscurece todo aquello que no puede explicar, relegándolo a un estado de subrealidad comparable al rechazo con que el fanático monoteísta expulsa de su grey cualquier vestigio de paganismo.

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Dicen que «nada convierte el pasado en un lugar más dulce de visitar que la inminencia de la muerte», pero pensar a la retrospectiva me ahoga y, en cuanto al futuro, no me juzgo tan importante como para hallar acicate en proyectarlo más allá de la sima inevitable que abre delante de cada uno. Entre el sofoco, pues, y la indiferencia, me desplazo como una aguja que ha perdido el hilo y da puntadas de nada a nada.


Las dos orillas abismales en Closer de Enzo Barrena.

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