18.9.10

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS PESADILLAS


A Sonia con cariño por su deliciosa vulnerabilidad

El mundo del querer sobrevivir es el infierno; sólo lo que no quiere sobrevivir a todo precio tiene la ocasión de una vitalidad real. Pero semejante vida no puede menos de presentarse como nula desde la perspectiva de la lucha por la existencia.
Rüdiger SAFRANSKI
El mal o el drama de la libertad


La religión organizada fue concebida para dirigir desde dentro la conducta de las masas; la publicidad contemporánea también, salvo por una diferencia con su predecesora: lo hace mejor. Técnica y tecnocráticamente, el dogma publicitario es la eucaristía del pueblo que se consagra al nuevo culto acelerado del hiperconsumo. Atacar la contaminación mental que representa esta cruzada propagandística es hoy un requisito de la crítica como antaño, con la Ilustración, lo fue desmitificar los fantasmas morales de la superstición, pero es una empresa ardua cuya ruta está sembrada de trampas para la conciencia, pues a cada instante se nos ofrecen como antídotos actitudes que derivan de la misma ruindad responsable, en gran medida, de los trastornos actuales; de ese carburante de calamidades que algunos intoxicadores especializados llaman pensamiento positivo, y que instituye una forma de referirse con apostura, eludiendo la negación, al acto hueco de no pensar en absoluto.

En estos tiempos de amasijo en los que proliferan los ciegos que se creen tuertos y raro es el tuerto que no se cree rey, la acomodación ansiosa de la voluntad a una creencia de efectos dopantes nos asegura un cerco de vacío, cuando no una abierta repulsa, a quienes acusamos directamente al optimismo de contribuir en muchos quilates a hacer del mundo un lugar más inhóspito. Sin embargo, ¿quién puede rebatir que por optimismo se devastan los recursos disponibles, se tienen hijos en exceso y se embrutece la gente trabajando más horas de las que precisan sus necesidades a instancias de la presión mediática para alcanzar el paraíso desechable del éxito? El optimismo es una de las cargas más activas de esa imparable bomba de relojería que es la sociedad globalizada, y mientras algunos permanecemos intrigados a la espera de que explote –¿puedo frotarme las manos por anticipado?–, su espectacular despliegue de incontinencias nos va llenando de porquería.

Por gentileza de Ash Sivils, artista oriunda de Nashville, este The Queen fechado en 2008.

2 comentarios:

  1. Ha de Explotar, como lo hicieron otras civilizaciones... seguimos siendo muy prehistóricos... pero ojo, creo que hemos dado con el remedio: la comunicación. Es cierto que el 90% del intercambio de info actualmente son oleadas de mierda, sin embargo el número de cerebros 'potentes' con acceso a fuentes de conocimiento ha aumentado exponencialmente, eso sin duda será bueno para el entendimiento del universo (por nuestra raza).

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  2. Muy buenas, SrCliment. Más por la costumbre de disentir que por inmediato convencimiento, creo que haces una lectura de la tensión social bastante esperanzada; pero se trata solo de mi parecer, que tiende a tomar por sí mismo el tizne incontestable de las cosas expuestas demasiado tiempo a la lumbre...

    Comunicación, una palabra totémica, casi un comodín cultural al que recurrir en momentos desesperados. Me pregunto hasta que grado comunicar equivale a entender, y no sin cierto recelo debo admitir que quizá lo sea en el mejor de los casos, cuando se produce esa maravillosa carambola de la empatía, porque lo habitual es que se trate de una sofisticación a coro del propio monólogo, cuando no del eco resultante de la suma de varias voces obstinadas en dar volumen a su mensaje para cerciorarse de que no están solas al borde del abismo.

    Sin entregarme, de momento, a la desidia de un "comunicar, ¿para qué?", la verdad es que experimento con muy baja frecuencia la propensión a buscar vínculos de conexión con los otros, aunque también estoy dispuesto a considerar durante varios segundos si se trata de una avería psicológica personal en vez de un hábito adquirido tras años de atenta búsqueda de la templanza. Y ya que aludo a esta virtud, sería prudente terminar mi comentario con otro interrogante (no retórico, sino reflexivo) que sirva de colofón a esta secuencia de inquietudes: ¿las habilidades para compartir conocimientos actúan como un muro de contención frente al cataclismo, o son un reguero de pólvora hacia la probable profecía autocumplida del exterminio?

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