17.9.11

VIVE IGNOMINIOSAMENTE



Debo reconocer que apenas sabemos nada de cómo vive el resto del mundo. Nos limitamos a trabajar como si fuésemos los únicos habitantes de la tierra.
Otto SKORZENY, coronel de las SS considerado por los aliados como el hombre más peligroso de Europa durante la SGM.

Sin ley de Godwin a la que asir un pretexto ni efeméride significativa con la que sincronizar el siguiente apunte, debo rendir homenaje a la necia verdad: ventilar el olor a senectud que empezaban a desprender mis ganas de ver sembrado, a vuestra siniestra, el singular chasis humano.

El nacionalsocialismo fue una ideología que traumatizó al mundo como solo una religión de proporciones ecuménicas puede hacerlo. Nació como una oscura herejía, se propagó con los atributos incendiarios de un cisma de Occidente, sucumbió en holocausto y a su paso dejó la radiación devastadora de un hechizo que aún perdura. Puede que todo ello desprenda un halo mágico a la par que peligroso, pero cuando se analiza en profundidad este movimiento descubrimos que solo se encargó de combinar los ingredientes más pujantes que ya estaban definidos bajo la forma de tensiones internas en las sociedades industriales. Su tenaz sistema de propaganda que añadía a los eficientes memes una espectacular panoplia de iconos y emblemas, toda su evocación artificiosa del paganismo nórdico impregnado de fragancias telúricas, su exaltación romántica del componente racial presentado según nociones darwinistas, no fueron sino disfraces para cubrir la horripilante desnudez de la búsqueda en bruto del poder por el poder que confía a los atajos de la violencia los quehaceres naturales de la sensibilidad, lo que puede objetivarse en la crudeza de sus efectos allí donde triunfó. Dicho esto, no deja de sorprenderme que hasta en las cumbres más áridas de la voluntad de dominio pueden hallarse briznas de una épica, ignorada quizá por sus mismos protagonistas, que nos remite con elocuente insistencia de los peores afanes de la condición humana a un lamento de raigambre escatológica y resonancias arquetípicas donde nada puede ser salvado de sí mismo, ni siquiera en su dimensión conceptual. De ahí a la destrucción como síntoma obsesivo y prueba material de una avidez que iguala el alfa y el omega en cada obra al reventarla desde dentro, apenas hay un paso –un pasito de oca, por supuesto– que los mistagogos de la esvástica, a falta de grandes hazañas de contenidos, suplieron con una fe de escenografía para replicantes cuyos artefactos doctrinales, a modo de auto sacramental injertado en la realidad, trataban de anular la conciencia impertinente de su absoluta insignificancia. Misioneros sin piedad del evangelio negro del todo para mí o nada para nadie, los visionarios nazis, precursores a su estilo de algunas tendencias políticas muy en boga que exigen el perfeccionamiento del control social mediante la optimización económica de la vileza, fueron personajes quijotescos a su pesar –algo que también dolerá a los guardianes de Cervantes– y sería más exacto para nuestro sentido psíquico de la historia contemplarlos como los vencidos victoriosos de la última aventura civilizadora de la razón que, harta de conjurar sus propios monstruos, prefirió entregarse a ellos.

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