24.9.11

EL ABORDAJE INVISIBLE


Ahora sé que, cuando quiero, me puedo tranquilizar. ¿No es eso ni más ni menos la mejor garantía para poder ser también una persona apasionada?
Yukio MISHIMA
Los años verdes

Al acostarme, los grillos del jardín me han susurrado un epitafio que se ha enroscado cariñoso alrededor de mi cuello como una boa de carmín: “Cuánto le hubiera encantado estar hecho para el mundo”. Y al despertar, los rayos nacarados del alba me han salpicado con el jugo corrosivo de su esplendor un desacato directo a las neuronas soñolientas: “Haces que mi corazón parezca una pastilla efervescente con la que me disuelvo”. Siguiendo un emotivo arranque de impulsividad, he meditado a cabeza perdida a quién podía dedicarle el hallazgo poético y sólo una hora después, cuando todas mis candidatas virtuales se habían volatilizado, me he descubierto enamorado de la primera ninfa que me ha clavado las pupilas al traspasar el umbral matutino de la subjetividad. La experiencia no nos salva de seguir cometiendo tonterías, y un hombre vehemente como yo que trata por todos los medios de no ser presa de sus sentimientos comete más errores de los que quiere evitar. No ha pasado nada, pero la semilla ha cruzado la barrera hematoencefálica con el sigilo de un torpedo atómico que se hunde en el océano guiado sin otro control que olvidar el objetivo. Puesto que soy un ser artificioso, no me queda más remedio que seguir mi naturaleza; sé que cuando logre purgar mis flaquezas y vuelva a encontrarme fresco para afrontar el próximo cambio de piel que permita a mis heridas transformarse en hermosas cicatrices, me veré rogando a la madre nada que me quede la estupidez justa para no ser imbécil, porque ¿quién puede desnudar la llama que pudorosamente nos va quemando con un fuego tan puro que carece de luz? Obviedad para muchos, no siempre atisbo que hacer un mal uso del bien ocasiona mayores trastornos que hacer un buen uso del mal, lo que en mi caso significa que si dudo de mis desengaños me siento doblemente traicionado porque ya no puedo engañarme sin dudar ni dudar sin engañarme. Quizá recurra entonces a los fieles hexagramas del I Ching; también, con errática seguridad, a la nigromancia filosófica que anima a consultar la voz en off de los difuntos más ilustres para instilarnos, por ejemplo, esa máxima imperial y cristalina que nos devuelve automáticamente la sobriedad con un oportuno "toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo". Entre el círculo mágico que reverbera en los espejismos del amor, y el triángulo transgresor de una ilusión fortuita pero deslumbrante, todo individuo que sea digno de trazar su camino a través del caos debe alzar el cuadrado imperturbable de su templo interior. La primera obligación que un espíritu ponderado ha de guardar consigo no es procurarse momentos de felicidad, sino saber tolerarse lo necesario para no ser demasiado infeliz deseando ser lo contrario. A partir de ahí, puede cada uno representar el drama hasta prodigarse en metáforas de acción mediante las cuales un acto se valga de otro para denotar un acontecimiento distinto a ellos que cambie de forma sustancial tanto el punto de vista sobre la conducta como el nivel de estado en que esta opera; y si es cierto que se puede renunciar a la renuncia aunque nada merezca el dolor de un de, de un por y de un para, lo importante es que haya convergencia entre la fuerza del pensamiento, arisca pero volitiva, y la potencia de la voluntad, que tiende a extraviarse en el nido imaginario donde nace.

El sueño de la esposa del pescador desliza una gollería rijosa dentro del repertorio galante de Hokusai, grabador japonés de la escuela Ukiyo-e ("pinturas del mundo flotante") que influyó de manera ostensible en los principales impresionistas franceses con sus escenas paisajísticas y estampas de la vida cotidiana.

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