¿No te da vergüenza? Deseas entrar en un sistema en el que hay que convertirse en rueda si no quieres ser aplastado por la máquina.
Friedrich NIETZSCHE
Aurora
En la fase ascendente de la vida, cuando a uno el destino suele sonreírle con el espejismo irresistible de las grandes experiencias, no se espera otra cosa de los otros que la docilidad necesaria para abrirse paso por el fascinante itinerario que parece ofrecer el mundo, muy distinta actitud de la que cabe encontrar en quien pierde su sitio al ser arrojado sin retorno de los escenarios de la sociedad a medida que se adentra en la etapa descendente de su trayectoria personal: por la costumbre de ahormarse a sí mismo más que por un orgullo del que probablemente no le quede ni el reflejo, nada pedirá a los demás y no buscará en ellos sino la indispensable comprensión para no extrañarse por completo en los abismos de la soledad, pues comprender equivale a ser cómplice y la complicidad, si bien no arregla ni compensa los males reales, redime al individuo de cargar en exclusiva con el peso de su ser que del puro estar siente superfluo. Desde la tesitura en la que todo atrapa y nada consuela, cuando hasta se carece de la ilusión terminal por destruir de una vez las ilusiones, quizá ese germen de connivencia sea lo más parecido al calor de una buena compañía que se puede acariciar.
Lawrence Alma-Tadema, uno de los pintores victorianos que supo captar sin demasiada afectación el esplendor del mundo antiguo, recuerda en este lienzo a Lucius Tarquinius, apodado el Soberbio, último rey de Roma y responsable, por arrogancia, de la destrucción de seis de los nueve Libros Sibilinos que le ofreció la Sibila de Cumas, a quien la leyenda atribuye la desgracia, concedida por Apolo, de haber vivido tantos años como granos de arena cogió en un puñado. Al descuidar pedirle al dios juventud, el envejecimiento progresivo la llevó a un estado de consunción tan avanzado que tuvieron preservarla dentro de una jaula como un animalillo intocable; cuando los maliciosos le preguntaban qué deseaba, respondía que solo quería morir. Ambos, la adivina y el tirano, son perfectos ejemplos del matemático sarcasmo con que se trazan las peripecias humanas. No en vano, la parábola como género literario trasudado de moral recibe su nombre de la ilustrativa figura geométrica donde lo que sube vuelve a bajar.
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