23.5.18

ENTRE ÁNGELES Y BOSTAS

Marino Muñoz, Instinto sagrado
Porque en la unidad ya hay multiplicidad, lo múltiple llega a existir. Porque en la nada ya está todo, la totalidad llega a aparecer.
Juan Eduardo CIRLOT
Aforismos del no mundo

¿Qué blasfemia hay en el hecho de que alguien defeque en Dios, obviamente en sentido figurado y sin pudor a desfogarlo en forma de chabacanería, cuando a tenor de bien fundadas concepciones religiosas entre el Ser universal y la menor partícula manifestada en el despliegue cósmico media tal relación de inmanencia que la divinidad es tan mierda de simio como éxtasis de santa; tan molécula de hachedosó en los témpanos anillados de Saturno, o en las lágrimas arrojadas al volcán del desamor, como cuásar que corusca en lontananza? En orden a los posibles horizontes metafísicos de la Creación, aquí en la cripta la única blasfemia, si es hacedero adjudicar a la injuria una categoría teológica, se concentra en la presencia de fanáticos lo bastante celosos de su dogma como para creerse en posesión absoluta de la revelación, sentirse dilectos del Desconocido y acosar, en nombre de sus resentimientos privados, a todos aquellos que tienen la llaneza de dar cauce verbal a enfoques diferentes de la cuestión, cuestiones de gusto aparte.

Infinitamente más preocupantes que los exabruptos malsonantes de cierta inspiración abrahámica deberían ser, en cambio, las malpensadas aberraciones legislativas que hemos de soportar, y entre las muchas habidas en las taifas hispánicas pocas más grotescas que las destinadas, por tradición inquisitorial, a blandir una noción exclusivista de Dios con el ánimo de impedir que otras criaturas, capaces de divagar por sí mismas, puedan entenderse con el misterio o desentenderse de él según su sensibilidad para captarlo.

Frente a un código que a lo penal une lo penoso de mostrarse obsequioso con los francotiradores de la fe, y al consabido bloqueo administrativo de cuanto concierne a confesiones alternativas a las mayoritarias, lo extraño sería que la reacción de un individuo en sus cabales, que de ningún modo hago imperativa, no experimentase el despertar de la insurgencia interior contra la movilización de los pobres de espíritu que, valiéndose del chantaje sulfuroso de sus emociones, y en definitiva de su pueril apego a censurar el ajeno discurrir por cuenta propia, prefieren la respuesta punitiva a la aceptación de criterios disímiles, laboran en pro de un índice de ideas proscritas que estrangule el juego dialéctico de mentalidades y tratan de concitar pasiones incriminatorias contra cualquier actitud inclinada a interpretar, en clave de polémica, los demasiado humanos privilegios que disfruta, a erario sangrante, su nada paciente feligresía. «Detrás de la cruz está el diablo», queda dicho en El Quijote hasta en tres ocasiones, y tanto se cumple el proverbio al pie de la errata en el país de Pero Pérez, que mantener un intelecto fiel a la búsqueda de la verdad, siempre violada al calor de las capillas oficiales, equivale a encaminar la dimensión civil de la aventura del pensamiento por los senderos de la criminalidad. No son cosas del pasado estas glosas del pasando.

Más allá de considerar cómo podría sostenerse una duda razonable a propósito de los agravios en materia de creencias, cuyo abordaje analítico es excusable no reiterar ante lectores esclarecidos, el evangelio que profesan esas almicas de Leviatán parapetadas en la mordaza de la ley, no es sino el poder de encausar a sus oponentes gracias al trampantojo jurídico que les permite comparecer como corderos pascuales siendo, a todas luces, perros de presa.

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