14.1.18

EL MUNDO POR UNA FRASE

Tianhua Xu, 201506
Se ha de sentenciar después de ser oído, y no de ligero, sino desprovisto de criterios el juez, sin separar los ojos de lo puesto en tela de juicio, no sea que razonemos con­forme a nuestro saber entender, que no es jamás leal ni noble por ser de nosotros, sino cuando es engendrado por el hábito despojarse de idearios ante lo que escudriñamos. 
Eugenio NOEL
Señoritos chulos, fenómenos, gitanos y flamencos

Amanece. El caos se reconstruye y con él la intersección por donde vuelvo a pasar al mando del féretro motorizado que conecta el espacio a las directrices de mi caja negra, cementerio de pensamientos desmembrados a la sazón de tan tempranas calibraciones. Nada es igual a sí mismo y todo espejea idéntico, hasta que el impacto de otro sueño abortado por la premura de llegar al tajo lanza su despiste contra el batiscafo rodante que me hago la costumbre de pilotar a falta de pies alados como los del divino Psicopompo. De golpe, «sin saber cómo y por qué» —Fary dixit—, en manos y privado del uso de las mías me veo ante un tribunal.

Los cuatro vocales del sínodo ocultan a testa completa el semblante de su alma con sendas máscaras que semejan el aspecto de huevos de gallina en los cuales, a la luz de una tea exhausta, distingo un mismo código estampado cuyo dígito inicial es el cero: ¿jueces ecológicos? Se comunican conmigo mediante algún procedimiento acusmático y solo gracias a la discretísima, casi imperceptible gesticulación que acompaña el timbre de cada locución, puedo identificar el riguroso turno de palabra que van tomando sus aparentes emisores.

CÁSCARA 1: Este hombre ha escrito cosas terribles y es menester que reciba la debida reconvención por los daños causados con esta lengua que a todos ordena la salud pública mantener limpia de malas artes.

CÁSCARA 2: Cosas terribles son para las que no sirve de atenuante que las haya escrito bien.

CÁSCARA 3: Hacer bien el mal no lo mejora.

CÁSCARA 4: Ni es bueno que se digan bien las cosas que hacen mal en conocimiento de todos.

REO: Me he limitado a dar lustre verbal a los horrores que el mundo me ha enseñado e incurriría en la cobardía propia de alguien mendaz si me retractase de haber expresado con su misma fuerza la dialéctica negativa suscitada por la realidad a poco que uno se sumerge en ella. ¿O debo tener por falso que la más notable labor de un hombre unido en gravedad al espíritu de la letra le exige separar el oro de la escoria, y no quedar bien hallado hasta haberlo donado al idioma? Más razonable me parecería que se pusiera en entredicho la elocuencia con que he intentado componer el remolino de conceptos que azotaban mi discernimiento, o que se cuestionasen mis aproximaciones a una visión inmortal desde el avatar reducido a la condición de lactante y mortífera criatura que soy, pero infiero que no ha debido ser tan escasa la ventura de mis prosas cuando el asunto que aquí me trae se dirime entre la clemencia y la penitencia.

CÁSCARA 1: ¡Aún no se le ha pedido que haga ostentación de la palabra! Tiene la obligación de permanecer callado en esta sala y en su propio beneficio le aconsejo que se abstenga de hacernos perder la paciencia con sus demostraciones de soberbia.

CÁSCARA 2: No lo puede evitar, tiene el vicio incurable de querer llamar a las cosas por su nombre.

CÁSCARA 3: Lo pueda o no evitar, sería muy capaz de vender el mundo por una frase. Las palabras se transforman en desvaríos amenazantes en su poder.

CÁSCARA 4: Razón de más para instruirlo en el valor del silencio completo; un silencio no solo de voz, sino de pensamiento. Solo así podría dejar de constituir una ofensa para la sociedad.

REO: Con la venia del prepollo que presida este ceremonial: ¿«ofensa para la sociedad»?, ¿de qué sociedad me habla? Hasta la fecha, y ustedes son la prueba fehaciente de lo que digo, la sociedad que me ha tenido por coetáneo solo se ha dignado hostigarme cuando ya no le era posible seguir ignorando las conclusiones que he extraído del reverso de sus hábitos y paradigmas dominantes.

CÁSCARA 1: Su insolencia solo es superada por su cerrazón para cerciorarse del peligro en que se pone a sí mismo cada vez que obra por boca del error.

CÁSCARA 2: Mayor valor habría en saber acatar las consecuencias de su actitud que en abundar en el insana convicción de que insultar a los demás es un derecho.

CÁSCARA 3: ¿En virtud de qué derecho puede nadie justificar una agresión?

CÁSCARA 4: Es de todo punto imprescindible proteger a los inocentes de sus injurias.

REO: Las únicas que corren peligro conmigo son sus calumnias. Para incriminarme podrían haberse ahorrado este ritual de infundios. Y si me permiten decirlo, y si no también, lo que mejor les sentaría a sus señorías es un falazo de elefante en plena caperuza que les desbaratase la ridícula puesta en escena con que pretenden intimidarme. Háganse el favor de salir de sus oquedades y comprenderán lo improcedente que es arrastrarme a la asfixia que reina dentro de sus corazas. Acuérdense de lo que son, de lo precarios que somos los humanos para atribuirnos alguna clase de preeminencia moral sobre nadie. ¿Dónde parará la belleza, entre tanto dolor fiero, con ese amor denodado por implantar la vileza? A fe mía es la beldad la rara y justa verdad que atañe al hombre inventar.

CÁSCARA 1: Entre todas sus equivocaciones la peor es la arrogancia de creerse inocente. En lo tocante a esta audiencia, se ha condenado usted solo de antemano y la exasperación que asume ahora como una suerte de gracieta únicamente puede agravar el proceso en curso.

CÁSCARA 2: No tenga la desfachatez de culpar de sus desmanes a quienes velan por el cumplimiento de la ley y el respeto al interés general.

REO: De sus intereses particulares legal y sistemáticamente generalizados, querrá decir.

CÁSCARA 3: ¡Basta!

CÁSCARA 4: Le recuerdo que está bajo juramento y todo lo que diga podría dar lugar de oficio a nuevos cargos contra su persona.

CÁSCARA 1: Acabemos con esto, es hora de almorzar.

REO: Me zamparía unos huevos revueltos.

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