Mares de arena en el desierto del Namib (ESA) |
Jean-Paul SARTRE
San Genet, comediante y mártir
No hay mayor razón que la tristeza sin razones para identificar la caravana de disparates que nos instigan a reanudar la respiración, a cuyo tedio sigue pasmado en importancia el desconsuelo de volver a comprobar, tras haberlo contenido en vano, que se precisan más ganas para estrangular el aliento que para dejarlo obrar. Ni la fe ni la ciencia, ni el amor cuando es conciencia que remedia algo de ambas por llevarlas en sí, pueden salvar al hombre de ser hombre. Desprovisto de soportes morales, condenado siempre a reinventarse, lo más irritante de ser humano es que uno se acostumbra a ello si, al bajar la guardia, da en confundir la utilidad de aquello que comprende con una ley a la que aferrarse no por el arte de darle forma al absurdo, sino por autodefensa contra el espanto que amenaza desnudarse en cuanto ignora. La ausencia de propósitos puede ser un principio amable sobre el que descansar mientras uno se hunde, como todo lo demás, en el ciemo con el cielo. El entusiasmo de ponerlo todo en relación directa con el Espíritu, así como el desencanto de ver la Nada en el seno de todo, transparentan operaciones que conducen, mal que les pese, al mismo desvarío original.
Es necesario hacerse fuego antes de poner la mano en el fuego; si uno es capaz de hacer algo, no debería llamarlo virtud si no es capaz de no hacerlo. Libre de motivos para vivir, quien acepta su suerte sabe confiarse a algo mayor que la frustración de reconocerse encerrado en un decurso sin sentido: la seguridad de que no por ser compartida la realidad es digna de ser creída más de lo que merece ser creído un sueño. Cuesta confiar, ciertamente, en alguien que solo confía en sí mismo cuando espera resultados positivos de la acción, pero cuesta aún más no desconfiar de aquel que desconfía de quien puede seguir su ascenso o su declive sin arrastrar un horizonte que lo espere allí donde va.
Ya insista o desista, la existencia es demasiado breve para poder hacerla notable y demasiado larga, en cambio, para malograr las ocasiones de ser menos mediocre. Nada la justifica, ni las espléndidas experiencias que quisiéramos retener, ni las amarguras que estaríamos dispuestos a abonar para obtenerlas. La belleza que la vida no escatima solo se aprecia en profundidad desde el valor de perderla; una belleza que también será la propia si no se adeuda por nada, si por nadie se calcula.
Palabras densas y profundas, ciertamente. Algunas frases del texto me resultan especialmente atractivas por lo que tienen de verdad parcial y, por ende, por lo que tienen de peligro:
ResponderEliminar"...da en confundir la utilidad de aquello que comprende con una ley a la que aferrarse no por el arte de darle forma al absurdo, sino por autodefensa contra el espanto que amenaza desnudarse en cuanto ignora".
No hay mortal que no someta su mente a una legislación, sea explícita o implícita. Ningún ser humano, ni siquiera Pirrón y sus acólitos, ha acometido una abstinencia vital semejando a la del asno de Buridán. La única virtud de la conciencia reside en 1) distinguir las leyes en su expresión más útil y no contraproducente; y 2) reconocer, en el caso de inteligencias más penetrantes, el estatus provisional o distorsionado de todas las leyes cósmicas vistas a través del filtro del Samsara. Ni siquiera el principio de no contradicción es intrínsecamente sagrado, pero encorsetando en él los atisbos de nóesis inefable se han captado no pocos tesoros de ontologías superiores. Respirar es expresarse, luego inclinarse, por mucho que duela a los aprendices de Crátilo y de su dedo eréctil. Pero no entiendo por qué todas las expresiones han de entenderse como igualmente alejadas de la verdad, cuando eso no es cierto ni en el plano intuitivo más trivial.
"El entusiasmo de ponerlo todo en relación directa con el Espíritu, así como el desencanto de ver la Nada en el seno de todo, transparentan operaciones que conducen, mal que les pese, al mismo desvarío original".
Esta afirmación supone equiparar al Buda con esquizofrénicos o toxicómanos. La igualdad en el plano del dolor primigenio no se traslada necesariamente a las reacciones. La vacuidad y la unidad sustancial del cosmos pueden tomar un cariz disfórico para el indisciplinado que no se moleste en discernir el sentido de esa vacuidad y de esa unidad, tal como el sol medio encubierto por las montañas puede ser tomado por ocaso si uno no tiene la paciencia de atender la evolución del movimiento astral que constituye la aurora.
"... aquel que desconfía de quien puede seguir su ascenso o su declive sin arrastrar un horizonte que lo espere allí donde va".
Leo aquí una amarga alusión a todo credo que contenga un sendero de luz. ¿Es arrastrar un horizonte el haber encontrado una vía estrecha entre millas de abismos? El optimismo de las tradiciones es enjuto: para ser monje hay que sortear muchos infiernos y con cansino tiento. Por lo que parece, se fracasa a menudo. En cuanto al supuesto desprecio a quien se mantenga al margen de esos horizontes, hay que decir que ninguna tradición excluye por completo la posibilidad de que un anarquista espiritual arribe a buen puerto, es decir, por mero auxilio de la Gracia, si se me permite decirlo así; pero, por puro sentido común, se concibe como algo sumamente remoto sobre lo que no es preciso normativizar. En aras de instar a la mayoría de los hombres (entre la que me incluyo a mí y a todos mis conocidos), cualquier vía exalta la diligencia y se opone fervientemente a su elisión. Tal oposición, es cierto, se acomete no pocas veces de modo brutal a nivel doctrinal, pues para arar con bueyes salvajes conviene uncir. Inducir miedos suele ser un modo generoso de avivar al débil y al perezoso. Elimínese esta obsesión por evitar cataclismos; ¿qué obtenemos?: el bonito mundo presente, al que le quedan cuatro días por su propia decisión.
De entrada, aun redundando en la obviedad, mi gratitud por el estímulo intelectual de tus razonamientos, a los que no sé si debo reconocer también la parte de afecto que creo percibir en tu interés por la refutación de mi postura como un intento, comedido en su tenacidad, de suministrar indicaciones morales para alcanzar una salida airosa del atolladero existencial.
ResponderEliminarEn efecto, «no hay mortal que no someta su mente a una legislación», pero eso es hacer virtud de necesidad, un acto creativo de asignación y modulación de significados que nada aporta al conocimiento de lo esencial, salvo que se entienda que lo esencial empieza por la intervención poética de la psique en la realidad que parece envolverla y, desde luego, la penetra. Podríamos hablar, en este caso, de treguas cognitivas o zonas aprehensibles de contacto reguladas por pactos ficcionales que pueden jerarquizarse en niveles respondiendo a la apertura de conciencia y, con todo, el hecho no modifica lo más mínimo la costumbre (para hablar de leyes deberíamos, en sentido estricto, ser omnímodos y eternos) que el anima mundi tiene de replegarse hacia lo ignoto cada vez que la aproximamos. La paradoja del asno de Buridán se basaba, como es sabido, en la imposibilidad de determinar una diferencia de valor frente a una disyuntiva emergente que lo llevaba, finalmente, a un bloqueo letal, y si bien es raro llegar a los extremos de personajes como Bartleby y Oblómov, la catalepsia de algunos estados disociativos de la personalidad demuestra que el cerebro humano en modo alguno es ajeno a la somatización de estos dilemas. Ejemplos como el de Crátilo nos resultan patéticos enfocados desde la configuración mental ordinaria, muchos lo tildarían de «colgado», mas quien haya visto más allá de los límites de su ego (el vehículo de la visión es de importancia secundaria) concebirá de inmediato lo torcidos que pueden ser los caminos de la iluminación. La luz, claro que sí, ese cálido sueño, señuelo de las tinieblas...
«No entiendo por qué todas las expresiones han de entenderse como igualmente alejadas de la verdad, cuando eso no es cierto ni en el plano intuitivo más trivial»: aunque suene a retruécano de bolsillo, la noción de verdad es lo más alejado que hay de verdad alguna. Es preciso inventar o disponer de un metalenguaje para moverse por estos resbaladizos apeaderos. A mi juicio, y sin ánimo de presunción, en la noesis uno supera la dialéctica restrictiva de averiguar si algo es cierto o falso, pues se trata de una experiencia que sintoniza, por usar tu nomenclatura, ontologías superiores de las cuales se derivan evidencias ampliadas o, si se prefiere, revelaciones. El problema es el regreso, la contracción que nos convierte a todos profanos mediante la interpretación analógica que hacemos de ello al amparo de conceptos con los se quisiera retener la quintaesencia (casi escribo «quitaesencia»...) de un hallazgo irreductible a los procesos de ilación narrativa. El filtro de la concreción que tú llamas Samsara siempre nos distorsiona. ¿Qué clase de metafísicas devanaría una ameba que tomara consciencia de sí misma al sentir el continuo del cosmos con cada parte del cosmos? El relativismo no es una opción final, sino un punto de partida al que remiten, les guste o no, todos los seres.
Antes que lo desconocido fuera de nosotros, nos sorprende la presencia, íntima y remota a un tiempo, de un magma primordial ajeno a la individuación con el que se cohabita en el celaje de una intersección sucesiva donde brillan las preguntas de las que nadie puede dar fe sin descomponerse: el qué del quién, el qué del qué, el quién del qué...
Excusa que no prolongue mis imprecisiones. Como atenuante, la rotura en que me ha puesto un malestar febril con su gama de trastornos grandes y chicos. Vuelvo a la cama, de la que espero salir menos rumiado.
Sonrisas.
A mí también me estimula el haz de observaciones perspicaces con la que intentas poner a prueba tus esperanzas o las de los demás. Haces bien en interpretar mi hilo argumentativo como una señal de afecto, aunque no es menos una excusa para organizar en mí mismo pensamientos y convicciones que suelen fluir silenciosos en mareas intuitivas. A la luz de ese fin, me reservo igualmente el derecho a dejar de argumentar ahí donde me sienta servido.
ResponderEliminarEn términos lógicos no nos estamos contradiciendo, pues en ambos comentarios entendemos dos niveles de verdad: una provisional y otra inefable y no discursiva, ajena a las categorías. En definitiva, dos objetos para la diánoia y la nóesis, saṃvrti y paramārtha, siendo la segunda una verdad que, como bien dices, no se aviene a un criterio de verdad bivalente sino a la experiencia directa. Incluso algo tan aparentemente sencillo como el placer o el dolor requiere un conocimiento subjetivo y no narrativo para ser completo. De lo que se trata, a mi entender, es de no suspender el juicio allí donde una esquematización de lo real resulte aceptablemente aproximada y útil. El pensamiento aristotélico es en buena medida una serie de ficciones analógicas, pero en la misma idea de analogía estriba la identidad de algunas formas, pues nada se parece a algo si no tiene algo en común.
Ni que decir tiene que en su grado más alto de absorción meditativa, una verdad sólo puede ser expresada apofáticamente, pero sólo tras tentar la ingente pluralidad de aproximaciones posibles; que todos los colores sean insustanciales no evita que unos colores se den en ciertas condiciones y no en otras, ni que la luz sea una y situada más allá del catálogo de las tonalidades. Lao-Tse desapareció en el completo silencio de las montañas después de haber producido un texto de innumerables sentidos. Entiendo yo que lo bueno al enfrentarse a una teoría es hallar la causación pertinente y visionaria de sus presupuestos, no tanto el exigirle que cumpla con el afán universalista de unos principios lógicos que se adaptan únicamente al mundo fenoménico macrocósmico y al de los números. La lógica proposicional es un arma útil de la mente humana y, en su versión más fanática, un prejuicio occidental que ya ha sido roto hasta por la física cuántica.
Por otro lado, como ha quedado claro hace días en una de mis publicaciones, defiendo también la osada y nada compartida idea de que cualquier upāya o espejismo salvador responde a una realidad ontológica misteriosa de algún mundo o dimensión no cuantificable, no sólo en base a las teorías del Malakut sufí o del Antarloka tántrico, sino a los aun más desconcertantes modelos físicos de infinitos multiversos.
Espero que pase rápida esa fiebre, real o no.