20.6.15

ADANISMO

La vida cotidiana es lo que tiene: echa por tierra el brillo dorado de las flores de las acacias con la primera ventolera.
Los pulimentados adoquines de las buenas intenciones

Pocas gestas personales son tan descorazonadoras como detentar la razón cuando se advierte que el mundo, en sentido amplio, carece de arreglo. Sin embargo, aún puede uno esmerarse en no añadir vileza propia a la ajena y hacer del desenfado su único trofeo en el azar evolutivo de esta malhadada empresa colectiva que en ascuas nos tiene por querer arrimar el asco al ideal. Condensado a la antigua usanza, cuando el rumor de las aceñas untaba los caminos, «una cosa es predicar y otra dar trigo».

De haberlo, desconozco el rastro de un principio estructural de convivencia que, del seno de las familias a las naciones, pasando por los grupos de amigos, las empresas, los partidos políticos y cuantas formas de amarrarse entre sí prodigan los habitantes de esta cagarruta cósmica, no coseche su adhesivo en alguna variedad de rechazo de la diferencia que dicta lo de dentro y excluye lo de fuera. Para abundar el pasmo del espíritu que a rosca de caviloso se distingue de su entorno, tampoco sabría precisar en este zas si la ingenuidad política, que toma como punto de remesa la convicción de que la malicia es evitable por ser un producto de condiciones sociales adversas, resulta de una mutación del cinismo triunfante o irrumpe en la escena como una secuela tardía de esa tradición pobrista, deseosa de humillarse humillando, que hermana en la actitud a cristianos y comunistas pero desoye la lección machacona, ilustrada en cada civilización sin salida que la bestia erecta pone en la historia, a tenor de la cual las condiciones sociales se acusan antes como parte del repertorio de la incombustible capacidad humana para superarse... en los modos de arruinar las esperanzas empeñadas en ella. No es que nuestra especie sea perversa por naturaleza, sino que el bien constituye una estéril desviación del curso habitual donde la norma impele a conjugar, en todos los tiempos posibles, hastíos y fastidios. 

Mal que nos pese, el mal anida en el origen y cada ensayo por conjurarlo rotura la rotura que habla por él en proporción directa a sus aspiraciones. Puesto que no hay afán de perfección sin estropicio mediante, no cometan la ligereza de pensar que soy apocalíptico por el gusto de reincidir en la llaga: según mi criterio, quizá enteco a estas bajuras, la hecatombe sería una capitulación demasiado decorosa para lo que estamos acostumbrados.

Tiovivo de apiñamiento planetario o Habitat, de Till Nowak.

2 comentarios:

  1. Vengo de a donde me remiten: "nuestra tenacidad como especie se debe, generación tras generación, al afán de perfeccionar la ciencia de jodernos los unos a los otros, y nuestra perseverancia como individuos al pendenciero talento para destruir desde dentro lo que creemos ser ante la incapacidad de realizarnos", y vuelvo con el dictamen inapelable. De todos modos, me inclino a pensar que la incapacidad es la de quimerizarnos, porque realizados, usualmente para peor, lo estamos, nos guste o no, por el que sí del simple existir. La peor perversión de ese jodienda científica es la de quienes te quieren convencer que lo hacen "por tu bien". Ahí ya lo prudente es retirarse, no mezclarse y mimetizarse con la anodinería; porque plantar cara es que te poden la razón en un decir amén.

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  2. Múltiples son las intersecciones que puntúan nuestros respectivos itinerarios, y si el asténico que ahora te saluda te remitía a la perfidia que nos alienta, mientras lo constatabas yo iba recorriendo otra evidencia que dejabas en mi buzón: «¡Cuánto tenemos de reencarnación de nosotros mismos!, de serpientes mudadas de alma, incluso de clones que conservan un vago recuerdo de su origen...».

    Gracias, Juan.

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