28.1.12

DEL COMÚN ASENTIMIENTO

Pinchad Tiempos modernos para abrir el atajo hacia las alegorías de Oriol Jolonch.
Rara vez nos equivocamos si reducimos las acciones extremas a la vanidad, las mediocres a la costumbre y las mezquinas al temor.
NIETZSCHE
Humano, demasiado humano

Puede que yo haya sido un hombre vil en determinadas ocasiones e incluso agresivo en mi manera de defender la flaqueza de mis puntos de vista, fallos que por sí mismos no me convierten en un fascista. Después de leer lo que sigue, algunos se sentirán inclinados a opinar lo contrario y admito que quizá no les falte razón: quiero ser absolutamente fascista contra los fascistas...

Sólo desde la modernidad se acepta que democracia e igualdad son conceptos indisociables consagrados al principio universal de «un hombre, un voto», pero sabido es que en otros periodos históricos no siempre se pensó así. Ni ahora se le da cumplimiento, por más que se prodigue el mantra que lo refuerza. Ateniéndonos a los hechos puros, en la actualidad brilla por su ausencia la igualdad política efectiva entre un residente en Madrid y un pacense, por desgranar un ejemplo, ya que tal como está organizado el sistema electoral, con el sesgo calculadamente chapucero de las circunscripciones, el peso neto entre la elección de uno y otro diferirá aun cuando voten a idénticos capos.

En los episodios más florecientes de la Antigua Grecia, únicamente los ciudadanos libres tenían reconocido el derecho a participar en las decisiones del gobierno de la polis. Bien es verdad que el criterio vigente entonces no consideraba privativas las capacidades individuales sobre la condición social del sujeto, modelo de exclusiones y preferencias que se siguen reproduciendo odiosamente en nuestro mundo por otros medios. Puestos a hacer cábalas con las devociones demagógicas de nuestros paisanos, menos injusto sería que el sufragio asignase un valor relativo al voto en función de baremos que en nada dependan del lugar de empadronamiento o de cualquier otra circunstancia externa a los méritos propios; cuestiones como la solvencia intelectual, el razonamiento crítico, la desvinculación de industrias criminales y los servicios prestados a la sociedad, bienes hoy tan escasos como recesivos, deberían ponderarse positivamente como atributos beneficiosos para la convivencia frente a los caracteres que definen el perfil de los esclavos de pensamiento, cuyo valor decisorio se vería felizmente reducido a la mínima expresión en los comicios. De haberse aplicado este método en los señoríos donde se reinstala la españolía en versiones a cuál más degradada, ¿hubiera sido posible que se alzaran con la victoria parlamentaria los miembros de un partido que entre sus señas de identidad tiene la de ser el heredero directo del nacionalcatolicismo, palio ideológico del bravonel que recibe honores en Cuelgamuros, amén de haber proporcionado un cuartel general a los cómplices, mandracheros y meninos favorecidos por las pretéritas purgas dictatoriales?

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