Lavinia Fontana, Retrato de Antonietta Gonsalvus |
A veces no es posible resistirse a la idea de que la mano juguetona del destino orienta las situaciones más dispares para dotar de significado las experiencias que, tomadas de forma aislada, resultan banales, nefandas o absurdas. Otras, no es posible deducir la clave de los sucesos que nos involucran en una suerte de espejismo existencial, ni tampoco hay medio de averiguar si nuestros actos están programados para producir simetrías en el tiempo. El marqués de Valdenoche, mi bisabuelo, Sadam, yo y quién sabe cuantos más, ¿formamos parte de un mismo hilo conductor? ¿repetimos sin ser conscientes un mensaje que atraviesa inmutable las edades con rumbo y origen indefinidos? O, por el contrario, ¿existe alguien con capacidad para saltar sobre el curso del tiempo a quien se pueda atribuir la autoría de esta idea, alguien que pueda ser a la vez emisario y receptor de un texto que utiliza vías de transmisión basadas en puentes cerebrales? En tal caso, ¿obedece a este motivo el silencio que se impuso a los escritos del marqués de Valdenoche, la desaparición de mi bisabuelo en circunstancias nunca aclaradas, el tesón en la caza y captura de Sadam Hussein? ¿Qué encubre o cuál es la verdadera relevancia del pensamiento que formulamos como voces pasivas una serie de personas que nunca hemos tenido posibilidad de comunicarnos entre nosotros? Hubo una época en que creí, con Borges, que la historia de todos los hombres correspondía, en realidad, a la biografía de un solo hombre empeñado en poblar de retratos fingidos su soledad inmensa. Posteriormente estuve tentado de extraer ciertas conclusiones -por lo demás, indemostrables- esbozando un método de localización sistemática de fallos en la realidad a partir de datos inconexos que parecían violar los preceptos fundamentales de las leyes físicas y del conocimiento humano. Tal vez por comodidad frente a la acumulación de incertidumbres me habitué a pensar en el sentido metafísico de mis propias fisuras sensoriales. De este modo, si me sorprendía el fogonazo de una reminiscencia o me tropezaba con un presentimiento cumplido, lados ambos de un único fenómeno, me tranquilizaba más o menos así: «No pasa nada, sino que la percepción reproduce la fatiga cósmica que supone acuñar eternamente formas en la materia de la que estamos hechos». Se podría decir que reconciliaba la lucidez y el escepticismo con la flexible apertura a lo inminente desconocido. Me equivocaba, ahora lo sé y, por supuesto, sigo sin poder demostrarlo. No en vano, hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como nos sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín.
Fuente: Retablo de pesadillas. Inédito. 2005.
por que no pensar que el tejido cosmico independientemente de su localizacion ha elegido ciertos receptaculos vivos o no para intentar difundir un mensaje que muchos ocultan y niegan vehementemente...quien sabe.
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