Francesco Hayez, El beso |
Wilhelmine SCHRÖEDER-DEVRIENT
Memorias de una cantante alemana
Yazgo sobre el mismo colchón que ha sido testigo políglota, aunque silencioso, y frenopático absorbente de mis principales experiencias amatorias, de manera que con cada acto acometido sin salir de sus arrabales me revuelco un poco más en las esencias disipadas de mi historia, lo que no empece para que sienta deseable imaginarme vencido al fin en su regazo como en un tálamo mortuorio, con la física exánime y los puntos de vista recolectados a lo largo del vivir fundidos en las nupcias de clarividencia donde la sucesión aparente de momentos sea conciencia simultánea, sin ángulos ciegos ni tiempos secuenciados, de una identidad que debería, más me vale, desaparecer en sí. El elenco de mis afirmaciones y negaciones ha tenido en estos trastes de sábana trotada su mullido origen y permanente cloaca, polivalencia que con apenas dos decenas de años a lomos, verde para todo menos para pochar la vitalidad, quise plasmar a modo de dedicatoria en un inédito, de muy heterogénea calidad, que titulé Tropiezos en el purgatorio:
«A la cama, el invento más valioso y exquisito que ha concebido el ingenio humano; tierra santa, único lugar digno de culto y peregrinaciones; altar que presiden juntas o por separado, y a veces también revueltas, la pereza, la lujuria y otros deliciosos pecados. Madre, amante y asesina, eres el cálido nido donde cobijas nuestras pasiones ocultas y la cómplice muda de secretos inconfesables; sabes regalar ensueños y tramar la pesadilla, sosegar la enfermedad y exorcizar el cansancio; sólo tú, después de haberte ofrendado las horas más íntimas, nos guardas el último adiós».
Si uno se deja engañar por la cinegética económica de competir con el prójimo se adelantará, llegará pronto a un desplome donde aun la fiebre que pisa el freno pierda su efecto reparador y el menor traspiés lo hunda, con toda la arboladura del ánimo, en el estertor productivista de las causas sin pausas, lo que no resta ni una micra de seducción, por otra parte, a la evidencia supina: desde el lecho, hasta el mundo parece bello.
Presa fácil de galbana al despertar, evoco a remedo de motivación, mientras quiero y no quiero izar el saco de la existencia, algunos cuerpos conocidos por aquí al modo aristotélico, en virtud del justo medio obtenido del refuerzo de los extremos, y siempre fiel al espíritu de statio cunnilingiorum como la abeja es devota al néctar repartido en la floresta por más que regrese al panal de rigor, ya que la lengua, reina de la palabra y embajadora del sabor, antes que nada es un órgano de incomparable potencia de servicio, cuando no un consolador más diestro en su frenesí de espiritrompa que los otros grupos musculares implicados en los juegos a los que se presta, con enajenada fruición, nuestro estatuto de corruptibilidad. Y para que el rastro huela, así lo siembra el poeta con su musa de encendedor: «Los tesoros que no se comparten son de hojalata». Dejemos, pues, la chapa para los robots; démonos quietud sin dar en frialdad mayor que la propia de este siglo tan colmado de cachivaches como de vidas atormentadas.
Paul Laurenzi |
¡Bravo!
ResponderEliminar¡Gracias! Una sola palabra puede tener efectos reconstituyentes.
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