21.9.16

DE LAS BESABLES OQUEDADES

Francesco Hayez, El beso
Es preciso que el hombre tenga siempre algo que combatir, que vencer; es preciso que la mujer tenga siempre algo para conceder, incluso cuando haya concedido ya sus favores supremos. Y cuando está ganada la victoria corporal, es preciso que quede por ganar una batalla espiritual.
Wilhelmine SCHRÖEDER-DEVRIENT
Memorias de una cantante alemana

Yazgo sobre el mismo colchón que ha sido testigo políglota, aunque silencioso, y frenopático absorbente de mis principales experiencias amatorias, de manera que con cada acto acometido sin salir de sus arrabales me revuelco un poco más en las esencias disipadas de mi historia, lo que no empece para que sienta deseable imaginarme vencido al fin en su regazo como en un tálamo mortuorio, con la física exánime y los puntos de vista recolectados a lo largo del vivir fundidos en las nupcias de clarividencia donde la sucesión aparente de momentos sea conciencia simultánea, sin ángulos ciegos ni tiempos secuenciados, de una identidad que debería, más me vale, desaparecer en sí. El elenco de mis afirmaciones y negaciones ha tenido en estos trastes de sábana trotada su mullido origen y permanente cloaca, polivalencia que con apenas dos decenas de años a lomos, verde para todo menos para pochar la vitalidad, quise plasmar a modo de dedicatoria en un inédito, de muy heterogénea calidad, que titulé Tropiezos en el purgatorio:

«A la cama, el invento más valioso y exquisito que ha concebido el ingenio humano; tierra santa, único lugar digno de culto y peregrinaciones; altar que presiden juntas o por separado, y a veces también revueltas, la pereza, la lujuria y otros deliciosos pecados. Madre, amante y asesina, eres el cálido nido donde cobijas nuestras pasiones ocultas y la cómplice muda de secretos inconfesables; sabes regalar ensueños y tramar la pesadilla, sosegar la enfermedad y exorcizar el cansancio; sólo tú, después de haberte ofrendado las horas más íntimas, nos guardas el último adiós».

Si uno se deja engañar por la cinegética económica de competir con el prójimo se adelantará, llegará pronto a un desplome donde aun la fiebre que pisa el freno pierda su efecto reparador y el menor traspiés lo hunda, con toda la arboladura del ánimo, en el estertor productivista de las causas sin pausas, lo que no resta ni una micra de seducción, por otra parte, a la evidencia supina: desde el lecho, hasta el mundo parece bello.

Presa fácil de galbana al despertar, evoco a remedo de motivación, mientras quiero y no quiero izar el saco de la existencia, algunos cuerpos conocidos por aquí al modo aristotélico, en virtud del justo medio obtenido del refuerzo de los extremos, y siempre fiel al espíritu de statio cunnilingiorum como la abeja es devota al néctar repartido en la floresta por más que regrese al panal de rigor, ya que la lengua, reina de la palabra y embajadora del sabor, antes que nada es un órgano de incomparable potencia de servicio, cuando no un consolador más diestro en su frenesí de espiritrompa que los otros grupos musculares implicados en los juegos a los que se presta, con enajenada fruición, nuestro estatuto de corruptibilidad. Y para que el rastro huela, así lo siembra el poeta con su musa de encendedor: «Los tesoros que no se comparten son de hojalata». Dejemos, pues, la chapa para los robots; démonos quietud sin dar en frialdad mayor que la propia de este siglo tan colmado de cachivaches como de vidas atormentadas.

Paul Laurenzi
En vano se buscará una razón de altura para el circunloquio antedicho, por vocación cuadrúpeda ella sola se ha postrado remolona, y no sin culebrear, tras los honores de hacerme proclamar que nada es digno de alabanza de cuanto pertenece al aparato digestivo y sus malditos recovecos, salvo el cáliz flanqueado de labios donde tiene su comienzo y el catalejo de tinieblas donde rectamente concluye y no recto, sino curvísimo agasajo es besarlo como si fuera la última vez que pudiésemos presentarle nuestros miramientos. Porque cabe tener una ley ante la sociedad y otra ante sí mismo, o ni la una ni la otra —también hay quienes aborrecen, dentro y fuera de casa, la gracia de paladear estos ápices—, pero gozoso es reconocer, y anotado en plata queda, que la moral más relamida con el coño relamido es más amable, de igual forma que el sentido de la ética mejor se pule ensalivado entre dos bocas, o ceñido con sumo gusto a la redondez proverbial de un culo, espejo del alma.

2 comentarios:

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