4.8.16

CORTAFUEGOS ASTRAL

Remedios Varo
La vida infeliz, en cuanto al ser infeliz, es un mal; y en vista de que la naturaleza, al menos la de los hombres, trae consigo que vida e infelicidad no se pueden separar, discurre tú mismo lo que se deduzca de ello.
Giacomo LEOPARDI
Diálogo de un físico y un metafísico

Anoche, mientras perfilaba la silueta de Saturno con su sortija a través del telescopio que amablemente aparejó mi amigo Iván, yo no dejaba de pensar que el astro titular de la melancolía destacaba sobre el moteado del espacio como el ufano logotipo de una empresa transplanetaria o la estampilla de algún demiurgo galáctico, y que sobre todas mis disparatadas ocurrencias acerca de la naturaleza de una plaga tan exitosa como el universo prevalecerá siempre la ambigüedad de su confección.

Entre tales candelas y las que a varios centenares de zancadas nos deslindaban, entre rugidos hidrocarburados, encastradas a una estampida de camiones por una torrentera nacional, lo siguiente que mis luces declinantes pellizcaron a la oscuridad fue la centella de una sinapsis que celebré, sin variar un ápice mi relajado mutismo, con una intensidad que parodiaba la sonrisa del inseminador cuando hace suya la noticia de un aborto consumado: no hay verdadera revolución en la evolución si no perpetra una devolución integral, pero ¿cómo y a quién podríamos devolver el engendro del mundo?

A fe mía, que me inculco más por hábito de templanza que por hálito de crianza, demasiado he madurado sin haberme pasado de vida en el almanaque de mis suspicacias, de las que no libro ni a la muerte, a la que miro bajo la lente de aumento de mi cansancio con la misma incredulidad que escudriñaba, antes de quebrar albores, el sexto corpúsculo de nuestro sistema solar.

Bartholomeus Anglicus, Livre des propriétés des choses (BNF FR 135, fol. 65)

Quizá no corresponda a esta fugaz historieta la moraleja que toda fábula debe ostentar, si bien como quimerista en mi quietismo quizá no se me permita ya la tosquedad de trasminar la pantalla rehusando dar otra saturnina vuelta de anillo a las fatídicas alianzas con la materia. Vaya así, y nunca de mal grado, mi pitanza de adarve y morada a los agosteros que me saludan sobre estas líneas enfrentadas al ánimo de adurir: se empieza por la generosidad de ceder el asiento a una embarazada en la línea de fuego, y se acaba atrincherado en la sumisión de ver cómo los hijos de más de los demás no solo nos han fagocitado la posibilidad de ser la última generación, sino incluso la certeza de haber sido, hasta el momento del relevo, la más tonta que pisó el circo.

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