14.4.16

LA HIPOTENUSA

Pere Borrell del Caso, Huyendo de la crítica
Las cosas no son como son, son como pueden ser. Lo real solo se puede construir desde lo imaginario.
Jesús IBÁÑEZ
Por una sociología de la vida cotidiana

Como ente cansado y abstraído, aviso que apenas reúno la sintaxis necesaria para explicarme con fluidez, pero mis ganas de compartir una experiencia excepcional que, en un orden limítrofe con lo fabuloso, parece culminar los paralelos y meridianos de una esfera de eventos concurrentes, resulta superior a la viremia de las dificultades pasajeras que había convertido en campaña de silencio y concentrado en el concepto de fase menguante.

Ayer comencé a leer el ensayo que Jung dedicó al estudio de la sincronicidad, en concreto la edición de título homónimo que en 1988 publicó Sirio, con traducción de Pedro José Aguado Sáiz, por la que pagué los dos euros mejor invertidos en esta clase de manía por el pensamiento impreso si no cuento los cincuenta céntimos en canje de las principales tragedias de Eurípides. En el párrafo que cabalga sobre las páginas 30 y 31, el psicólogo evoca un acontecimiento que dejó una impronta indeleble en su vida profesional:

«El problema de la sincronicidad me ha confundido durante mucho tiempo, desde la mitad de los años veinte, cuando estaba investigando un fenómeno del inconsciente colectivo y me encontraba continuamente con relaciones que, sencillamente, no podía admitir como agrupaciones causales o rachas. Lo que encontré fueron coincidencias, que estaban tan significativamente relacionadas que su probabilidad de producirse era increíble. A modo de ejemplo, citaré un suceso que yo mismo observé. Una señora joven a la que estaba tratando tuvo, en un momento crítico, un sueño en el que le daban un escarabajo dorado. Mientras me contaba el sueño, me senté de espaldas a la ventana, que estaba cerrada. De pronto oí un ruido detrás de mí, como un ligero golpeteo. Me di la vuelta y vi un insecto que golpeaba contra el cristal por la parte exterior. Abrí la ventana y cogí al animalito en el aire al entrar. Era lo más parecido al escarabajo dorado que se encuentra en nuestras latitudes: un escarabajo escarabeido, la cetonia dorada común (Cetonia aurata), que, en contra de sus costumbres habituales, había sentido, sin duda, la necesidad de entrar en una habitación oscura en aquel preciso momento. He de admitir que no me había sucedido nada parecido ni antes ni después y que el sueño de la paciente ha permanecido como algo único en mi experiencia».

Que yo mismo, antes de abrir el opúsculo, apuntara una idea sobre los modos alternativos de percibir el sustrato del mundo puede considerarse un síntoma premonitorio de la sorpresa que estaba por llegar:

«Para la mentalidad científica, el cerebro funciona con buena lógica cuando en una masa dada de fenómenos es capaz de extraer del azar series causales; en cambio, para un cerebro expandido, la lógica funciona con mayor grado de verosimilitud cuando es capaz de percibir conexiones significativas entre los fenómenos que no pueden reducirse a las consabidas causas y efectos que transcurren dentro de las fronteras de la probabilidad. Por sí sola, la causalidad no se sostiene como  principio de elucidación de la estructura interna de la realidad». 

Por llegar estaba la sorpresa después de haber cenado un pilaf condimentado con especias (exentas de alcaloides). Mientras me apartaba de la mesa en busca de la lectura que abandoné a mediodía en una estancia contigua, descubría en el suelo un coruscante huésped cuya irrupción no acierto a comprender de manera satisfactoria desde una óptica racional:

¿Amphimallon majale? sobre ¿Homo sapiens?

¿Es otro testimonio de cómo el futuro penetra con su constelación de resonancias en la franja temporal presente?, ¿la prueba de un pasado que se alinea armónicamente al entrar en contacto con el dato objetivo que confiere simultaneidad a estados hasta ese momento desconectados?, ¿o quizá el velo de una exterioridad cuyo sentido se dispersa en el inconsciente a medida que lo escrutamos? Desde el fondo, al igual que desde la superficie, solo es posible ver la mitad del pez que nada en el río. Contemplada desde el derrotero de la sincronicidad, la realidad que solemos parcelar en causalidades y casualidades se revela plásticamente onírica, afectada en su comportamiento físico por la psique de una suerte que se me antoja similar, salvando las debidas distancias, al influjo de la transferencia genética horizontal en la biología de los seres, que modifica por otros conductos. La emersión de magnitudes empíricas que desafían las coordenadas clásicas de la realidad, formadas por espacio, tiempo y causalidad, ocurre con mayor frecuencia ante una situación de apariencia insoluble: las imágenes primordiales hallan entonces salida fuera del marco habitual de referencias. Por insondables que devengan, más debiera inquietarnos la carencia de sucesos que se acoplan por medio de trabazones extraordinarias que las coincidencias en sí mismas. Todo cambia cuando uno cambia.

El misterio no ha desaparecido, ni puede disiparse sin más; no es una prenda de moda, ni una mera sublimación de la ignorancia: nos apela como la conciencia recuperada de lo desconocido y erige puentes insólitos donde especialistas y charlatanes han establecido un coto de saberes aislados que, faltos de integración, estorban la respuesta a la más urgente de las preguntas, la eclosionada en el enigma conjuntado que cada uno debe formular a su propia vida.

Amén de un lance engañoso, cada prejuicio también encierra una ocasión promisoria: indica el punto exacto de las representaciones mentales donde hay que socavar con redoblada insistencia, máxime si ese lugar común pasa por ostentar la autoridad absoluta de una ley natural. 

3 comentarios:

  1. He tardado en acudir de nuevo por esta senda en la que veo has retomado tu escolástica pesimista. Pero creo percibir algunos tímidos conatos de otro colorido, y esta entrada sobre la sincronicidad me parece un buen ejemplo. ¿Está Autógeno cediendo a algún tipo de orden o ando confundido al respecto? En cuanto a la sincronicidad, a mí no me cuesta pensar en su existencia, y ello sin haberme topado con coincidencias demasiado palpables en mi devenir. Creo demasiado en las leyes naturales como para no intuir que hay multitud de otras leyes naturales superiores en otros planos de realidad más indómitos a la lógica humana.

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    1. Te sonrío la exactitud del juicio con que me percibes, cualidad que no por ser recurrente en tus manifestaciones dejaré de sintonizar con las antenas bien desplegadas a través de la entropía donde también el orden se recompone dando origen a otros —no sé si nuevos— equilibrios.

      A lo largo del pesimismo y a lo ancho de algo que por simplificar y sin espíritu restrictivo podría llamar animismo, ubico la latitud y longitud de mi ser, pero la primera posición suele ser más parlanchina y no siempre se tiene la mente despejada para extenderse sobre la segunda. Por otra parte, puede que el cíclico renacimiento primaveral tenga efectos contagiosos a los que no soy inmune, de ahí quizá ese tono subido de color que adquieren los soliloquios.

      Concluyo con una confidencia. A punto estuve de comentar tu exquisito soneto, ajustado al tenor de paladares en desuso, y hasta compuse una glosa sobre «el exercicio del estilo ca non faze lazería de alma con el meresçiente fardaje de las letras» que deseché casi de inmediato por un rapto de bien justificada vergüenza: hubiera sido como poner una luciérnaga a revolotear junto a un potente fanal.

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  2. Ojolá no sea tan sólo una primavera si se tratase de una primavera de conocimiento. La creencia en la sincronicidad ya obliga a tomar una postura más erguida y prudente ante la realidad, alerta a los misterios que va derramando sobre ignorancias y epifanías.

    La vergüenza del comentario al soneto habría sido, sin duda, mía: mi emulación del castellano antiguo es totalmente intuitiva y probable causa de mofa entre filólogos. No obstante, quedo agradecido por la nota.

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