Roland Topor, Rebonjour |
Lo cierto es que la ciencia no tiene luz propia. El robo del fuego: primero por Prometeo, para el hogar; luego por los uránidas, en beneficio de Leviatán. Es indudable que nos hallamos ante el tercer peldaño: la transformación del fuego en espíritu. Pero entonces la tierra no podrá prescindir de los dioses.
Ernst JÜNGER
Eumeswil
En las retortas de toda composición literaria raramente deja de participar la destrucción de documentos y manuscritos, bien con la finalidad de purificar el estilo o por autocensura disciplinada en la táctica del disimulo que el ahorro de calamidades exige. En el primer caso, no puede hablarse de auténtico suicidio intelectual, sino de un desmochado bajo premisas artísticas; en el segundo, el sacrificio solo es parcial y a regañadientes —aun si el esfuerzo redunda en mayores arpegios—, una apoptosis que pretende preservar la inteligencia merced a la destreza para moverse por campos donde los muros derribados crecen como pozos y el espacio intermedio no es transitable sin adaptación a la atmósfera de miedos que los demasiados tienen por permanente festividad moral, dopante de cerrazones y puchero compartido de resentimientos. Al menos desde Sócrates y su inmortal condena, el pueblo está divorciado de la virtud, el poder instituido rivaliza con la autoridad y la fuerza se malquista contra la verdad que conoce el efecto sin valor de las coacciones. Ni los bárbaros con sus prejuicios rectilíneos, ni los decadentes que se inclinan con premeditación ante el amasador de trofeos, son tan preocupantes como los zombis, la carroña carroñera que va detrás.
Ernst JÜNGER
Eumeswil
En las retortas de toda composición literaria raramente deja de participar la destrucción de documentos y manuscritos, bien con la finalidad de purificar el estilo o por autocensura disciplinada en la táctica del disimulo que el ahorro de calamidades exige. En el primer caso, no puede hablarse de auténtico suicidio intelectual, sino de un desmochado bajo premisas artísticas; en el segundo, el sacrificio solo es parcial y a regañadientes —aun si el esfuerzo redunda en mayores arpegios—, una apoptosis que pretende preservar la inteligencia merced a la destreza para moverse por campos donde los muros derribados crecen como pozos y el espacio intermedio no es transitable sin adaptación a la atmósfera de miedos que los demasiados tienen por permanente festividad moral, dopante de cerrazones y puchero compartido de resentimientos. Al menos desde Sócrates y su inmortal condena, el pueblo está divorciado de la virtud, el poder instituido rivaliza con la autoridad y la fuerza se malquista contra la verdad que conoce el efecto sin valor de las coacciones. Ni los bárbaros con sus prejuicios rectilíneos, ni los decadentes que se inclinan con premeditación ante el amasador de trofeos, son tan preocupantes como los zombis, la carroña carroñera que va detrás.
La escritura transfigura a la medida del autor un conglomerado de hallazgos anónimos que quisieran ser expresión de libertad antes que mera libertad de expresión; cuando la hora de acometerla suena más estridente de lo tolerado por el intérprete de estas voces orbitales, se ha de anotar en el cómputo de mutilaciones el hastío de mantener en pie de guerra el desacuerdo con la realidad, que en su fondo siempre revela el pleito con el uno mismo irreparable y supone, de suyo, el motivo embrionario entre los mencionados para hacerse callar: tiempo de emboscarse en el útero del silencio, lejos de los asedios que la publicación conlleva.
Se comienza por pensar sinuosamente y el desastre culmina lo pensado: cada sortilegio abre sus sendas. Quizá no me he soñado con la inmensidad justa para alumbrar mejor cosa que un despertar a mata candelas. «En el arrojar al fuego la mayor parte de la propia obra reside uno de los secretos de los grandes autores», indicia el peregrino de los templos vacíos, que es hombre de confesiones ganadas a las cumbres y sabe en nicho inherente lo que el papel, impreso o acristalado, debe a las llamas. Hasta posibilitar un enfoque interior más eufónico al que confiar mi regreso, desapareceré de estos manglares en los que también yo me engancho y termino por agotar la verticalidad. No necesito un búnker a prueba de espectros y fosores, de sobra tengo con curarme el alfabeto de visiones. La honestidad dirá.
Me haces sentir responsable de algo al citarme tan generosamente en el mismo párrafo que en el que me parece que anuncias tu retirada temporal. No sé si sentirme honrado o triste por ello. Además, para más ironía, recuerdo que la frase citada surgió en un diálogo entre ambos. Espero que no recaigan sobre mí acusaciones de tu público, sea éste cuanto sea.
ResponderEliminarEl caso es que, por lo que a mi experiencia se refiere, sí es saludable el silencio periódico; las mentalidades barrocas tendemos a dejar que las palabras se enramen cobrando una autonomía que termina por doblegar al tronco de "realia" desde el que partieron. Me parece la mejor opción elevar "res" frente a "verba" cuando ya no se distingue una cosa de otra. En mi caso, el exceso se manifiesta tal vez en una circularidad conceptual y en un léxico recurrente que puede dar una sensación de tópico y de grisalla para quien no sienta encarnarlo. En el tuyo, en mi opinión, se trasluce en la necesidad en que me veo de leer dos veces cualquiera de tus arborescentes frases para entender su sentido más inmediato.
Dice Gómez Dávila que todo autor escribe demasiado. Quizá sea porque no alimentamos lo bastante nuestras personalidades y, en consecuencia, siempre acabamos acogiéndonos a tres o cuatro ideas, acomodándonos ahí sin ensanchar realmente los márgenes. No lo sé. Pero tampoco sé si es preferible tener una mente muy compleja con tal de escribir mucho. De hecho, adelantaría que no. Tal vez el ensanchamiento deba hacerse a lo profundo y no a los lados. He observado que los autores de los que nunca pido respiro anteponen mensajes brillantes a una presentación demasiado ornamentada. De un estilo siempre se acaba necesitando descanso; de las buenas ideas, no... o al menos no en todos los casos. Lo que tengo por mejor de tus textos (y de casi todos los textos) son las sentencias contundentes, escuetas, desnudas, de pura certeza.
En fin, espero que tu maceración estilística o ideológica dé provechosos frutos en breve tiempo.
Tomo tus palabras como una bendición tanto más reconfortante cuanto que la recibo de forma inesperada pese a que esta clase de alusiones rara vez se pierdan en la indiferencia, e, irradiado por ellas —por tus palabras— casi me arrojo a la necesidad de no dejar para otro momento la petición de que reveles cuál es tu juego de lentes para poder anticiparte a mis pensamientos más de lo que yo mismo me veo capaz de sondear...
EliminarNo te hagas tristeza por lo que experimentas como responsabilidad, que no puede haberla sin honra cuando citarte evidencia ante todo un acto de mínima reciprocidad por mi parte, pues te aseguro que mayores son las ganas de traer a colación ciertos resplandores salidos del acantilado donde has instalado tu faro que las ocasiones de hacerlo sin dar pábulo a una plebeya excitación de vanidades. Por dentro más que por fuera, tu influencia como creador envuelto en la bruma daimónica de la indefinición personal me ha proporcionado no solo imágenes poliédricas para el pensamiento, perspicacias magistrales y el descubrimiento de otra sensibilidad con la que explorar las grandezas y miserias de este mundo, sino también alguna que otra sacudida oportuna para sacarme del giro epiléptico que tomaban mis introspecciones. Temo que sea poco, a excepción del muestrario de rasgos aquí exhibidos, lo que puedas aprender de tales gratitudes, pero nunca he sabido ni pretendido enseñar nada distinto del ejercicio de conocerme a mí mismo y de la incalificable fortuna de volverme a desconocer. Por otro lado, sin menoscabo de que a nadie le amargue un dulce, es harto difícil expresar un elogio sin acabar sacando de la despensa empalagos o incurriendo en alguna necedad. De los reproches, por el contrario, lo difícil es que nos priven de un saludable contraste. Tiene razón La Rochefoucauld, a quien tú mismo recurriste hace poco, cuando pone su atención en señalar, con esas derivadas implícitas tan propias de su ingenio, que «de todo lo bueno que digan de nosotros no aprenderemos nada nuevo».
Aunque la permutación de los polos que has identificado como res y verba sea frecuente y el uno no pueda darse sin el otro en mentalidades como las nuestras, soy consciente de que la pluma debe mojarse en el vivir para tener algo jugoso que decir; el problema, como bien has indicado, es la autonomía tiránica que adquiere el discurso, el logos hecho verbo, sobre el resto de la experiencia. Además de una trampa intelectual, veo aquí una suerte de redundante encapsulamiento o «eremitosis», la concha que hace suya un cangrejo ermitaño.
En línea con el desglose apuntado acerca de la dinámica que gobierna el barroquismo, absurdo sería negar que mi estilo tiende a enzarzarse y perder eficacia con el uso; es como si las palabras y los conceptos se imantarán entre sí hasta compactarse de un modo que agota por igual a quien lo da y a quien lo recibe. En este sentido, admiro la economía expresiva y valoro cada vez más el virtuosismo que halla su clave de modulación en un diáfano comedimiento, algo que a veces se presenta asequible para mí. Diez líneas son más poderosas que cien para transmitir una idea, y mejores las diez palabras que evitan esas diez líneas. A mayor concentración, mayor efecto.
Quizá estoy sobrecargado de vaciarme o tal vez mis estrategias de desasimiento contra el tedio se me tornan inservibles. Envejecer, en este caso, presta un amparo nada desdeñable, pues si años son daños seguros, daños son que sanan mientras se ensañan por enseñarnos dónde situar las prioridades.
Ya en el ínterin de incubar mi porción del huevo cósmico, deseo que tus dioses te cuiden sin que tengas que cuidarte de ellos.
¡Caramba! Va de coincidencias, la cosa, y aun hasta el coso. Rumiaba estos días la necesidad que tengo de "retirarme" al retrete, que, en origen, era el lugar del retraído, donde reencontrar no tanto el significado de mi propia actividad escribana (¡y por qué demonios la rimo con casquivana...?) cuanto por quedarme a solas con esa tarea en el silencio fértil en el que tantos textos han ido creciendo incluso para mi sorpresa. La dispersión siempre ha sido mi gran enemiga, y ahora que el envejecer no retórico pone en tela de juicio mi aforismo: "La senda de los años seda los daños", advierto que forzosamente he de dar un paso atrás en ese veneno de la exhibición para recuperar la inhibición etimológica:"mantener en sus límites internos" y lograr que alguno de mis proyectos (proyectar es mi segunda enemiga principal, después de la dispersión...) acabe viendo la luz de la imperfección consumada. Ahí van, para que se me entienda, unas lineas iniciales y monstruosas (poéticamente hablando) de uno de los dos en los que trabajo: "Cuando llegué, ignoraba quién no llegaría a ser, y Barcelona tenía la textura arisca de una ciudad desconocida. Es difícil vivir habitado por voces, versos, proyecciones, una soledad pegajosa y un mundo baqueteado del que solo salían recuerdos como solo ellos se suelen hacer presentes: indicándote que mientras te llenas de ellos te vacías de ti mismo. Es el sino de los solitarios: la memoria opaca el entendimiento y paraliza la voluntad, pero se abre un espacio con vocación de territorio sagrado donde se eternizan los fracasos inmodificables e intangibles: el único ti mismo posible, reconocible, indeseable". Espero, con todo, que no retires el blog, porque tengo la costumbre de ir entrando aquí y allá, en catas aleatorias, donde siempre cazo sorpresas y placeres lectores. Y, por supuesto, deseo que sigamos en contacto.
ResponderEliminarMi querido Juan, siempre con tu ingenio chispeante en la generosidad de prodigar conceptos y atenciones, he de aprovechar la rotura del nitrilo que cubre mis manos para hacer un alto en el menudeo laboral, pues dilatar más la respuesta se me hace inexcusable a sabiendas de que esta noche no podré ocuparme de ello.
EliminarSi en lo personal toca retreta y abrevarse en fuentes más recoletas tras el paso por algún que otro saladar, en cuanto al Peso justo es aclarar que como embarcación tiene vida propia, así que seguiré dándole graforexia a la bitácora mientras no se me amotinen los sargazos en los que vengo ponerme al pairo cuando un rumbo demasiado fijo me pierde. Siguiendo con los ripios marítimos de un hombre crecido en el páramo, difícil sería sofrenar mi adicción al ejercicio de tensar las velas con los vientos que la publicación en este medio permiten, y tampoco es cuestión de privar a esos poquísimos parroquianos que buscan su dosis, y acaso también simbiosis, en esta botica flotante, nave de locos para los demás.
Vivo infectado de abstracciones indemostrables, y si no pudiera rebosar por las antenas la energía que no desato por la toma de tierra, moriría de metafísica, mas una vez hecho el alumbramiento y sometido al rigor de obsesivas reformulaciones y enmiendas, mi autoridad sobre lo expuesto se extingue casi por completo, revelándome como el menos indicado para proseguir su crianza más allá de la responsabilidad de dar amparo a las reflexiones, travesuras y controversias que desde su misma plasmación me instan, como dije en otro lugar, «a una cura de silencio donde me reabsorbo en el intento de preservar mis funciones o de llevarlas, si es factible, a un nivel superior». En mi situación actual, cuento por mayor talento el de saber callar, aun contra la razón vital que supone la escritura para quienes estamos poblados de voces que solo en arrullos de palabras se sosiegan. El silencio, filosóficamente concebido, tiene a su favor la riqueza de ser la forma suprema de audición.
La dispersión a la que aludes —y comparto de todo grado— bien puede ser una llamada a la reconciliación con los reinos que solemos dejar marginados al conceder prioridad a los esmeros absorbentes de la expresión. Conocedores de estos y análogos males, y sin que mencionarlo implique una velada apología de la vulgaridad, ya sabían los antiguos cómo introducir orden en estos casos con su primum vivire deinde philosophari... ¡Qué te voy a decir yo que no hayas trillado antes en más extensos campos! –solo es la manera de recordármelo a mí mismo.
Yo, que soy muy de mirar el mundo desde las nubes que jalonan mi cráneo, cuídome de no caer en la ufana posedumbre de pasar por el impasible que hay en mí y, a tal efecto, no voy a impedir que la presencia como autor visible me estreche cuando las horas, con sus días, tienden a apegarse a ella, de ahí la necesidad de emplear, todavía, las bondades del heterónimo.
Seguiremos, por supuesto, en contacto. Tener acceso a tu semántica, a tu gramática y a tu buen ser constituye un tesoro que no me perdonaría abandonar.
Gracias a una amable intelectora me percato de un error en el comentario precedente: en el proverbio latino escribí «vivire» cuando es «vivere». Hubiera sido útil editar el comentario, pero no conozco ningún método para hacerlo y eliminarlo para publicarlo con fecha posterior traicionaría la circunstancia en que fue gestado. Aprovecho esta intervención para matizar que el «buen ser» de la última frase hubiera quedado mejor definido como «bonhomía».
EliminarRompe, pues, de tanto en tanto, el silencio caudaloso, que en mí seguro que encuentras ese lector distraído que sabe reconcentrarse en los textos cuando halla en ellos el reto que siempre son los tuyos, para placer de tus lectores, y mío, está claro. El uso correcto de la cita latina me corrige del uso popular, philosophare, que habré empleado no pocas veces... Este continuo seguir aprendiendo es una de las actividades que más vida me dan... Lo dicho, pues, arrieritos somos y en el silencio nos encontraremos...
ResponderEliminarHe entrado pocas veces a este blog, pero me parece muy Ilustrado, se me queda grande a mi entendimiento, pero aun así es de un gran peso específico su contenido y me gusta. A su autor dar las Gracias por mostrar sus enseñanzas altruistamente, porque cuántos blogs nos encontramos que aparentan ser altruistas y detrás se encuentra el mercantilismo o la fama, todo falsedad. Supongo que la verdad entraña soledad.
ResponderEliminarDe este artículo me ha llamado la atención lo de los " Zombis", la verdad que si la gente que anda por la calle parecen inertes, carentes de todo sentimiento, así Dickens hablaba de sombras supongo.
Enhorabuena al autor por tan importante blog, que tiene un toque del pasado. Saludos Cordiales.
Recibe, amable peregrino, la bienvenida de quien abre aquí su ermita a lo desconocido y excusa que mi enclave anímico actual no me proporcione suficientes frutos para corresponder, desde la hospitalidad, el entusiasmo con que me lees.
EliminarNo sé si altruismo es lo que mejor describe la entrega periódica de mis pocas (aunque intensas) luces y muchas sombras… Cierto es que en mis palabras rige, quiéralo o no, un anhelo de perfeccionamiento que ha de contar entre sus recursos, necesariamente, con la verdad, con la voluntad de desenmascararla o de inventarla, y, puesto que en el recorrido compartido radica parte de su lógica inherente, el beneficio de la afinidad, con todos sus malentendidos y satisfacciones, queda servido. No obstante, conviene aclarar que los motivos, como las razones, pueden ser pobres en sus premisas e inesperadamente ricos en sus resultados; así, comprobar que en un escrito el mal puede ser bello bien puede significar que, en las páginas de la vida, cabe transformar el dolor en literatura.
Debemos a Jünger la idea de que nuestra época —la «Edad de la Radiación», diría él— ha sido la del advenimiento de tres grandes figuras arquetípicas: la del Trabajador, la del Soldado Desconocido y la del Emboscado. Mutatis mutandis, con el nuevo siglo el mundo ya no está exclusivamente domeñado por el Trabajador titánico ni tampoco, como quisieran los liberales, por el espíritu soberbio del Emprendedor que unas veces pone cara y otras cruz al auge de esa moneda no tan falsa como falseadora. Los grandes personajes anónimos de este pasaje histórico calibrado por el Procesador Global podrían ser el Errabundo Sedentario, contrapunto perfecto del Inquisidor Permanente, y el Zombi, que tiene en la movilización de las masas (eventos deportivos, electorales, turísticos, terroristas, etc.) su recurrente fórmula expresiva.
Saludos.
Gracias por sus amables palabras, entiendo el camino en soledad. Los grandes personajes son los amables desconocidos con un buen y armonioso equilibrio entre corazón e intelecto. Sólo la vida misma deja que sigas teniendo esa pequeña chispa encendida en el corazón, como Giordano Bruno o Arias Montano, en soledades del caminar, en sus tiempos al igual modo. Sólo nos queda mirar hacia arriba y tener Fé, es lo que fortalece, si hay personas que no la tienen, se ha de respetar y punto, no pasa nada tampoco. Las sombras pueden ser las dudas y que nos otorga certezas, pero a veces es mejor no preguntarnos tanto, creo.
EliminarSaludos Cordiales.
https://www.youtube.com/watch?v=5Pze_mdbOK8
Tu blob es muy sincero, quizás haya personas que no les guste mirar la verdad, pero ésta a veces es cruda y dura, porque el hombre está más solo que la una, en estos tiempos...¿ dónde está el desinterés por algo?, si todo es por interés, hasta los miembros de una misma familia rivalizan por envidias y oscuros corazones...así que el vecino de al lado que parece tontito, ¡ay de los tontitos listos, al final tonto o tonta somos los ingenuos! o hemos estado viviendo en la calle de la inopia.
ResponderEliminarAl final todo se reduce que la gente decían tener mucha suerte, nos asombrábamos de tanta gente con tanta suerte como sí esta se comprara en la tienda de al lado...al final todo de cintura para abajo...todito...bolsillo y sexo...¡qué interesante de verdad para el alma!, ¡ Ay tal Señora de...con tacones de lujos y a saber si está más vista que el tebeo! todo disimulos...jiji, y jjajjaja, todo interés y nada más...seguiré mirando al cielo y sus estrellas que al menos tienen verdadera belleza y las esculturas y obras pictóricas que nos dejaron los verdaderos inteligentes.
El Peso del Universo, bien que pesa sobre todo para las pocas mentes Universales, pocas porque son regaladas por Dios, lo demás sobra son esquemas erróneos que sobreviven en el tiempo, pero lo erróneo no deja de serlo sino se rectifica a través del tiempo de igual modo. Soledad es verdad es Divinidad...¿ o no se quedaron solos Mozart y Beethoven?.
ResponderEliminar