9.2.16

LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ

Johann Rudolf Schellenberg
Por muy sometidos a los deseos del rey que estuvieran los hombres del Antiguo Régimen, había una clase de obediencia que no conocían: no sabían lo que era doblegarse ante un poder ilegítimo o discutido, al que no se respeta y con frecuencia se desprecia, pero que se soporta de buen grado porque sirve o puede perjudicar. Esta forma degradante de esclavitud siempre les fue desconocida.
Alexis de TOCQUEVILLE
El Antiguo Régimen y la Revolución

La libertad se fundamenta en el poder numinoso que uno tiene de matarse a sí mismo; la igualdad, en la extensión de carácter insondable que puede hacerse de esta letalidad, ya que en todo ser humano persiste el potencial de aniquilar a otro; la fraternidad, en hallar las ataduras convenientes para no llevar a efecto los principios anteriores.

3 comentarios:

  1. Sería alta sincronicidad que el mismo día hubiésemos coincidido en publicar sendas referencias a los gobiernos pre- y post-revolucionarios. Yo, por mi parte, no descubrí tu breve y sutil aforismo hasta que no hube publicado mi paseo de Aranjuez. Por cierto: la cita de Tocqueville es mucho más atinada que cualquiera de las que yo he incluido. No descarto, pues, utilizarla para sustituir a la de De Maistre.

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    1. Siento la demora, mis intolerancias me han puesto la noche en bretes más somáticos de lo que hubiera sido apropiado para intercambiar impresiones, si bien creo que ambos agradecemos la reciprocidad madurada con sosiego, sin otra premura que la ocasión hallada con gusto.

      Hablas de sincronicidad: gran concepto en el que hoy excusaré sumergirme porque la cuestión me llevaría demasiado lejos y, para qué negarlo, porque me siento falto de concordancia con mi propio reflejo, aunque mención ha de hacerse, en buen caso, de algunas de sus curiosas texturas. No en vano, si dos relojes distintos coinciden en dar la hora, sus longitudes de referencia no deben de ser tan distantes; y tampoco es del todo fatua la conexión que media entre la recepción del comentario que me ha puesto sobre aviso de tu paseo por los jardines de Aranjuez, cuyas aves me traen el rumor de que hay más nobleza en la mirada que mima que en el espacio mimado, y el visionado, aparentemente fortuito, que me disponía a hacer de Vatel tras la imposibilidad técnica de acompañar por cuarta o quinta vez a Barry Lyndon en sus derroteros cortesanos. Con sortijas de esta liviana, mas elocuente naturaleza, o sin más alfabeto de concomitancias que el urdido a capricho por la necesidad de racionalizar los acontecimientos, lo cierto es que entre idealismo y nihilismo siempre hubo quiralidad, y ahora que los días de carnem levare ceden a la Cuaresma el turno de amordazar las almas con pieles ajadas, justo es decir que si algo genera parentesco de afinidad a lo largo de nuestros acercamientos es la vocación de absoluto que desdeña la zafiedad de ser absolutistas. Bajo los rizos de las pelucas perfumadas y las muecas de gárgola alquitarada, el espejo capta caracteres que estudian sus cambios respectivos para mayor introspección de sí mismos, un aprendizaje en paralelo que a mí siempre me trae el solaz de recompensas inusitadas, como el poliedro de tus romanzas donde uno puede reconocerse emplomado en los más variados goznes de su ser… Que ante mi rechazo de contraer ligaduras los dioses me hayan retirado el saludo no significa que reprima el instinto de orar: resistirlo sería castrarme la honradez y no quiero cerrar ese canal.

      Sirva, de paso, «el lánguido destino de los palacios» para dar, por un lado, testimonio de la verdad predadora que a todos nos fagocita y, por otro, para actualizar la llamada a emboscarnos en el espíritu y alzar allí una fortaleza que sea, también, basílica y mansión. «Lo inaceptable se vuelve bendición para el que se atrinchera en su ser desnudo».

      En cuanto a Tocqueville, como hombre de aguda inteligencia y generoso corazón según se presta a entender, lo más próximo que puedo señalar es que da juego a quienes comparten atributos semejantes; desde la virulencia de un De Maistre, sin renunciar al mordiente que puedan proporcionar sus polémicas, el trazo se vuelve de un grueso que, a mi juicio, raya lo grotesco. Aun así, las reacciones extremas son el contrapeso de no menos extremas causas. Rebanar cabezas fue el modo escogido por los arribistas revolucionarios para unificar voluntades; los tiranos del presente, mejor armados, despliegan métodos menos drásticos pero más eficaces, como la escolarización forzosa, la televisión y los teléfonos espía que tontamente apellidamos inteligentes.

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  2. Aplaudo todo interés que se despierte o se mantenga despierto en ese enclave de mundos que fue el Siglo de las Luces, despreciado por todo salvo por su constitucionalismo y su racionalismo, es decir, por su interés en castrar toda organicidad social y espiritual, algo que no supuso más que la cumbre todopoderosa de un calmado -acaso demasiado calmado- océano de contemplaciones y sinfonías. Coincido en tu comparación entre De Maistre y Tocqueville por lo poco que me he acercado a sus visiones, que los he leído fragmentadamente. En efecto, el segundo parece tener más matiz de pensamiento y más compasión en el corazón, lo que no quita al otro algunas de las sentencias más demoledoras de los principios que nos asfixian más que nunca. Tocqueville me ha de recordar a Chateaubriand, Chamfort o Rivarol en reconocer la insostenibilidad de dos mundos que habían de sucederse, por mucho que se perdiese en el camino aunque fuera todo, por mucho que el hundimiento fuese inevitable.

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