14.6.08

COSAS Y CASOS QUE MAL SIENTAN Y PEOR SE SOCORREN


— El fútbol y los futboleros.
— Los deportistas de élite que a pesar de estar forrados se prostituyen heroicamente por una causa publicitaria.
— Los señoritos andaluces y los catetos venidos a más que aspiran a ser como ellos.
— Los hombres enamorados hasta el extremo de padecer el síndrome de la covada. Y las futuras mamás, también.
—  Los hispanohablantes que dicen basket en lugar de baloncesto, staff para aludir a la plana mayor de una empresa o casting en vez de audición porque les resulta más chic estar a bien con el colonizador, así como los petulantes que saben lo que es un flashback pero ignoran la existencia de una palabra más antigua y bonita para indicar lo mismo en nuestra lengua: reminiscencia.
Los (hombres y mujeres) gazmoños idiomáticos que, para no ofender a las sexistas, cargan su discurso con un ortopédico desdoblamiento de género («todos y todas», «compañeros y compañeras», «ciudadanos y ciudadanas», etc.).
— La compañera de curro que insiste en que veas las fotos de boda de alguno de sus hijos.
— Los policías jóvenes, vigoréxicos y con patillas perfiladas que exhiben el uniforme como un gallo su plumaje.
— El mapa de Iberia con el mordisco dado a Portugal.
— Los coches tuneados.
— Los correos electrónicos masivos que, para mayor sufrimiento del destinatario, incluyen alguna gilipollez en formato pps.
— La moda con toda su feligresía de cabezas huecas que repiten a cada momento el palabrón nada encantador glamour.
— Los fanáticos del reciclaje que se creen imbuidos de una misión evangélica y tratan de generar sentimientos de culpa en quienes no comulgan con esta forma de autoengaño.
— Los agricultores que después de envenenar el campo con pesticidas, arar las cunetas, malgastar el agua anegando cultivos de regadío en zonas de secano, embolsarse las subvenciones europeas para el desarrollo y llenar los depósitos con un carburante mucho más barato, no hacen más que quejarse.
— Los engreídos con estudios universitarios que piensan que en una democracia perfecta sólo deberían votar los titulados.
— Que se asignen fondos procedentes de las arcas públicas a esa falsedad institucional de la cultura y el espectáculo con sus respectivos repertorios de insufribles, entre los que siempre tendrán un lugar de honor las corridas de toros, las películas de Almodóvar y la promoción de grupillos de música fabricados en cadena para distraer a coro la pesadez de otras cadenas.
— Los abogados.
— Los que se enfadan porque, al contrario que ellos, no te atas al teléfono llevándolo siempre contigo.
— Los que visten ropa de marca con el alivio gregario de haber sido marcados.
— Los vasos usados como ceniceros a rebosar.
— Los hombres que se sienten más seguros de sí mismos por haberse depilado el vello corporal.
— Las feministas resentidas que prefieren dejar los puestos de responsabilidad a otras mujeres porque no se fían de los hombres.
— Los lameculos y correveidiles, plaga de todas las relaciones laborales.
— Los que no vacían la cisterna del retrete después de usarlo. Puede que de manera inconsciente obedezcan al instinto básico de marcar el territorio con sus excreciones, quién sabe.
— El american way of life y sus catastróficas consecuencias para otras culturas.
— La actitud de consentimiento que por hipocresía, miedo, estupidez o un poco de todo ello se manifiesta hacia algunas minorías por el simple hecho de serlo, sin tener en cuenta sus acciones irrespetuosas o el racismo que impregna sus valores, como es el caso de los gitanos.
— Pagar los mismos impuestos al comprar un artículo que alguien cuyos ingresos multiplican cien veces los míos.
— Que una parte nada desdeñable de la recaudación fiscal se destine a mantener parásitos como, por ejemplo, los profesores de religión, la SGAE o, sin ir más lejos, el funcionario de cierto nivel que amuebla su casa a costa de engrosar una factura por reformas del centro que administra.
— Los que confunden servicio con servidumbre cuando lo presta un trabajador.
— Los patronos que creen ser la mano que da de comer cuando en realidad son la mano que pone el collar.
— Las entidades bancarias que se consideran dueñas de tus ahorros en vez de deudoras de tu confianza.
— Los que aprovechan el acceso público a un foro para insultar a diestro y siniestro sin tomarse la molestia de hilar un argumento.
— Los que conducen amagando con el morro de su vehículo al que va delante.
— Las peroratas que se trasiegan a partir de las tres de la madrugada en la barra de cualquier garito.
— La furia de los conversos.
— Los conductores que circulan extremadamente despacio y cuando ven el semáforo en ámbar aceleran al máximo.
— Los papás y las mamás que no entienden tu falta de entusiasmo para secundar la criminalidad de su imperativo reproductor.
— Los que dejan abierta la puerta que encontraron cerrada.
— Los que presumen de la amistad trabada con alguien que no conocen y que probablemente no se dignaría en conocerlos.
— Los que interrumpen la palabra ajena porque creen prioritaria su ocurrencia o, también, porque intuyen que si la callan, la extravían.
— Los que van de ceñudos y ceñudos quedan por la gravedad que alcanzan sus flaquezas.
— Los que se arriman mucho al desembuchar escorias de dimes y diretes como si temieran derramar fuera de la conversación el oro de un secreto.
— Los que imponen la ocasión para comentar las tonterías de sus hijos (o de sus mascotas cuando no los tuvieren) empañando a los presentes en un instante con una nube de aburrimiento.
— Los que se jactan con todo lujo de detalles de sus conquistas sexuales para convencerse a sí mismos de una suerte que no merecen.
— Las damitas que visten escaso deseando que las deseen y cuando las miras más de dos segundos te espetan: «¿Qué cojones miras?»
— Los que quitan el aislante a los tubos de escape para que todo el mundo se entere de que van en moto.
— Los que se ofenden de pura envidia porque duermes hasta muy tarde y no tienes reparos en proclamarlo, como si hubiera que avergonzarse por descansar a placer.
— Los ingenuos que ante una amenaza de huelga compran provisiones para varias semanas.
— Los que preguntan a lo tonto ¿qué tal? y, para colmo, esperan una respuesta inteligente.
— Los que critican duramente al egoísta que va a lo suyo y en nombre del altruismo (o de alguna otra filantropía a granel) exigen a los demás que se comporten como ellos quieren, ¡menudos cínicos!
— Los bobos que se obstinan en creer que el hábito hace al monje.
— Los que por hablar de cualquier cosa opinan sin saber y llegan a afirmar barbaridades tales como que el mercado libre facilita la distribución equitativa de la riqueza.
— El leísmo.
— La verborrea de los ecologistas que han reemplazado el obsoleto sacrificio cristiano de la vida terrenal por una versión no menos decadente de abnegación en aras de los que carecen de existencia, es decir, de las fantasmales generaciones futuras.
— La masificación del mundo actual en todas sus formas. Entre las tragedias asociadas a la presión demográfica, habría que destacar que el humano, al volverse omnipresente, ha descubierto una nueva incontinencia para una vieja pasión: la de ser voraz para sí mismo.
— Ese peligroso afán dictatorial de salvar al individuo de sí mismo que empieza por prohibir a destajo con objeto de acorralar al ciudadano e inculparlo de crímenes imaginarios tan espeluznantes como fumar en sitios públicos, conducir sin llevar puesto el cinturón, compartir música a distancia, negarse a pagar el tributo de la zona azul, cultivar plantas cuyo uso produce estados poco lucrativos para el Estado o ayudar a alcanzar una muerte digna a alguien que sufre sin remedio.

12 comentarios:

  1. Querido Autógeno, me reconforta leerte.
    El último punto que tocas en tu entrada es lo que encuentro quizá más detestable de la ya no tan nueva tendencia gubernamental a controlarlo todo. No me extranha que en pocos anhos recibamos la notificación de que hemos sido "escogidos" para un experimento secreto al que no podemos renunciar, pues al negarnos a participar se nos procese como traidores de la "Patria".

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  2. Así es, mi querida Viandante, vivimos en una civilización que pese a sus innegables maravillas (que podamos comunicarnos por este medio lo es) se alza proyectando una sombra creciente de sofisticados tormentos. ¿Cambiaríamos el presente por tiempos pretéritos? ¿Merece el lamento imaginar evasiones imposibles, como aullar de gozo durante un baño de humo en una tienda escita, hace 25 siglos, después de haber cabalgado a lomos de un caballo furioso tras una incursión enemiga cerca del Mar Negro? ¿Verdad que cada vez se encuentran menos correspondencias con el mundo actual y más senderos hacia el exilio interior? Quizá exagere, pero es probable que mi destino radique en no encajar en ningún lugar y que hasta el cuerpo se me escurra como un disfraz cansado...

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  3. Querido Autógeno,
    basándome en su respuesta, me imagino que se ha atrevido a preguntarse si su temperamento le dejaría encajar en otra sociedad o en otra época. Desconozco el resultado de tal ejercicio íntimo con su fuero intero.
    Yo me he hecho esa pregunta hace ya muchos soles y estoy segura de que no encajo, ni encajé ni encajaré en ninguna época, ni en ninguna sociedad. De hacerlo dejaría de ser yo. No es cuestión de temporalidades o lugares, creo que es un asunto de naturaleza. No cree?
    La libertad es el don más difícil del administrar.

    Reciba un amistoso saludo.

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  4. Sobre el punto 2, de los "deportistas de élite que se prostituyen por una causa publicitaria", la verdad es que en nuestra cultura, con tal de obtener beneficio económico, prácticamente cualquier impostura se acepta como normal (¿también beneficia a "otros", como los "actos inteligentes" de Cipolla?..., ¿realmente es fácil delimitar el beneficio o no a los demás?.. ¿Qué "otros", estos, aquellos, los de más allá... El espacio de cipolla es bidimensional, hacen falta ¡como mínimo! tres... Yo con dos no hubiera publicado un libro). Pero lo alucinante es que esas campañas funcionen... En el mundo de los media, me viene a la mente esa historia de la Ana Rosa Q. (me da hasta cosa escribir aquí su nombre...) con el supuesto libro que le escribió un negro, que a su vez plagió otra novela (como finalmente tuvo que admitir, por mor de la denuncia judicial ante las irrefutables pruebas..., y ahí sigue la tía, ¡con crédito! y esa sonrisa de buena gente...). Sin embargo, tienes una obra, un ejemplo de honestidad por tus actos, y una supuesta nota que no se sabe ni de donde sale ni de su fiabilidad ni nada..., con turbios intereses, y recorre el planeta emborronándolo todo -caso Kundera- y cubriendo titulares vergonzosos... Realmente, la lucha por las audiencias se lo come todo...

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  5. Sobre el último punto, que a Viandante le ha interesado bastante, creo que merece un comentario aparte. Servidor no está con los prohibicionistas, pero tampoco con la crítica fácil de algo que personalmente no nos interesa. Recuerdo que una vez estuve haciendo cola largo tiempo para coger un autocar. Después de estar en la enorme cola, recién entrado, sentados para un viaje de ¡30 km!, 30 minutos, mi acompañante encendió un cigarrillo. ¡No había tenido tiempo de fumar!, ah, claro, le prestaba fumar sentadito, en un "espacio público". Me parece lamentable la "defensa" de los fumadores, (mal) acostumbrados a fastidiar a todos los demás sin miramiento alguno. Es muy triste que sólo la ley proteja en algunos casos al otro... Es egoísmo puro. Por cierto, el tabaco, perdón, el tabaquismo, el cigarrillo que ha invadido los mercados hace muchos años, es puro consumismo, no tiene nada que ver con una función más o menos ritual, es, desde mi punto de vista, compulsión, alienación...
    Ojo a los "actos de libertad" que enmascaran otra cosa... Libertad va unido a responsabilidad. Ya está bien de ir de víctimas, fumadores, es un puñetero vicio que afecta a los demás. Y no digamos tener que aguantarlo en el trabajo, ¿dónde los derechos...? Libertad, ¡libertad de quién!...

    Citas el caso de "pagar en zonas azules". Me gustaría saber qué otra forma hay de evitar que nos comamos los unos a los otros... Porque "en libertad", el auto ocupa todo el espacio público. Es contradictorio criticar el mercado -en puridad democracia pura, libertad...- y, al tiempo, defender no sé qué supuesta "libertad".
    Fume en su casa, fume en su coche, fume en un espacio abierto, y deje a los demás en paz..., que ya tienen sus propios vicios...
    El grupo es algo complejo, y es fácil criticar toda medida reguladora, limitadora, cuando no nos "conviene" personalmente... Pero esa crítica no me parece un -buen- intelectual.
    ¿No requiere algo de autocrítica?
    Y repito que, servidor, no está con los salvadores de nadie, de la "salud" o de lo que sea. Pero sí con la auténtica libertad..., que no es algo tan sencillo como parece. Ya ves, "estar en tierra de nadie" es algo muy común a cualquier persona con carácter.
    Ana Karenina empieza con un "Todas las familias ricas se parecen, las pobres, lo son cada una a su manera" Tal vez los "Sin tierra" sean como los pobres.
    Saludos.
    Saludos.

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  6. Perdón, justo antes de la última frase en negrita puse "Pero esa crítica no me parece un -buen- intelectual."

    Quise decir:
    "Pero esa crítica no me parece un -buen- ejercicio intelectual.

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  7. Sensaciones, en primer lugar darte la bienvenida al blog y agradecer tus bien matizadas disensiones. Los comentarios críticos me gustan tanto o más que los halagadores.

    Si partimos de la premisa de la existencia del libre albedrío, la libertad como actitud consciente que busca la eficacia y amplitud de la voluntad implica una administración cuidadosa de los medios y los fines, así como de las relaciones que uno teje y de las circunstancias donde a uno lo enredan... en definitiva, la libertad en tal sentido es inseparable de la responsabilidad; es más, no creo que sea factible vivir con responsabilidad sin la asimilación progresiva de actos que fortalezcan la soberanía personal. Sin embargo, el atributo que pretendes defender cuando hablas de las agresiones que suponen los usos recreativos del propio cuerpo no tiene nada que ver con la libertad, sino con la desconfianza. Una cosa es la anomia, el individualismo cerrado que se alza avasallando a los demás o la simple descortesía, y otra bien distinta el hecho de que la libertad tiende a generar conflictos por que cada uno procura explotarla como puede, gusta o sabe. En libertad, la única regla debería ser que se puedan cambiar las reglas (o que nadie pueda fijar su versión de la regla a costa de imposibilitar otras versiones). Es evidente que si fumo en el cubículo de un ascensor (y conste que no soy fumador), por muy gozoso y liberado que pueda sentirme al hacerlo, estoy no sólo jodiendo a otros usuarios simultáneos o inmediatos del recinto, sino que fomento un modelo de convivencia donde tengo pocas posibilidades de que mi libertad perdure o, dicho de otra manera, muchas de que alguien, ofendido con razón, se atreva a salpicarme una hostia, con lo cual arriesgo además de la libertad mi seguridad. Lo que considero falaz es que a partir de esta pauta elemental de respeto mutuo que, aunque muchos no lo perciban, ayuda a consolidar la libertad en el seno de una cultura, se intenten formular coacciones contra el libre uso o desuso de lo que ocurre de piel para dentro. El tema es prolijo, interdisciplinar y quizá viciado por el fracaso de todos los paradigmas políticos que han presumido de una idea de libertad. Para zanjar esta digresión, añadiré un puntito más de sal a la cuestión: la auténtica libertad comienza cuando uno ya no tiene nada que perder; cuando ya no teme por nada ni nadie, ni siquiera por la vida. Es la apuesta del desesperado y, quizá por ello, lo que muy pocos filósofos se han dignado a explicar: la dinámica de la libertad individual culmina, casi siempre, con la autodestrucción. ¿Qué mejor desenlace para quien se ha tomado la molestia de conocerse, templar sus ánimos y construirse un destino que acabar con todo?...

    Respecto a tu puntualización sobre mi modo de sufrir la zona azul, decirte nada más que con los impuestos que pago por el combustible y, sobre todo, por circular con vehículos de tracción mecánica, mi cupo en concepto de mantenimiento de calzadas, ocupación del espacio público y compensación por otras molestias urbanas está saldado con creces. En todo caso, cuando ello es posible sin ser ejecutado sobre el asfalto, lo mejor moverse en bici e ir adoptando medios de transporte más autónomos y menos costosos. Las ciudades son insufribles en gran medida por el exceso de coches que contienen, pero la zona azul no es un remedio ni un modo de regular este disparate, sino un negocio redondo para unos pocos a los que desde luego les interesa la proliferación masiva de automóviles. En los casos que conozco, este negocio es la fuente de ingresos paralela de muchos concejales (ya sabes, hay-untamiento), que organizan mafias de recaudación especializadas en cobrarnos indefinidamente por algo que ya hemos pagado y cuyo concepto de libertad (quizá sintonice con el tuyo, no sé) les permite intervenir alegremente nuestras cuentas corrientes en caso de negarnos a aceptar esta forma de asaltar al ciudadano.

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  8. Bueno, bueno, qué pedazo de respuesta. Es de agradecer tu actitud, Autógeno. Yo te la agradezco. Tocas demasiados puntos para un momento, así que sólo adelanto que en algunas cosas podemos coincidir, en otras no...

    Para destacar el más potente desacuerdo, te diré que, por el momento, no puedo estar en mayor desacuerdo respecto a lo que dices de que "la auténtica libertad comienza cuando uno no tiene nada que perder..."

    No concibo mayor desacuerdo entre mi forma de pensar y este punto. En absoluto creo que el desesperado tenga "libertad", ni muchísimo menos. Ni que no temer, siquiera por su vida, sea el fundamento del no va más de la libertad. Antes al contrario: el que no tiene nada que perder está abocado a la nada, al vacío, a la muerte (abocado implica una sola dirección, claro...). Me recuerdas ese comentario que hacía un piloto británico sobreviviente cuando intervino en el hundimiento del Tipltiz -como se escriba, gemelo del Bismarck-, el acorazado alemán de la 2ª Guerra Mundial. Le preguntaban que si no había tenido miedo, y el hombre contestaba que era un tipo sin la más mínima imaginación, y que por ello, no había sentido miedo... Como decimos por aquí respecto a los "brutos": le dices que pase por ahí (una pared), y pasa por ella.

    Tengo una visión totalmente opuesta a lo que es la libertad en este punto. Como decía Ortega, criticando creo que a Unamuno, "suprema voluptuosidad la de mantener las reglas sin quebrantarlas..." La auténtica libertad exige, desde mi punto de vista, justo lo contrario. Veo al Maestro de aquel Pequeño Saltamontes Verde, ¿te acuerdas?, y veo "la libertad". Miro a un terrorista islámico, y pienso: he ahí un encadenado. Y bien que lo saben los que los manipulan...

    Saludos.

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  9. Lo siento, no soy un biempensante. Si nos ponemos a categorizar los impulsos, actitudes y otros fenómenos psíquicos en dos grandes parcelas definidas por lo dañiño y lo bondadoso, entonces la imaginación es un atributo maldito, pues el mal ha sido y es uno de los más poderosos estímulos para el ser humano. Ya lo decía Camus con mejores palabras, nada más prolífico que el mal. Los menos imaginativos, los "brutos", son también, por tanto, los más mansos, los más obedientes, los más sumisos, es decir, los que tal como apuntas acatan el dictado del momento por absurdo que sea y postulan al hacerlo su escasez de miras. Quizá la peor bestia sea el cordero.

    Tu razonamiento, que suele abundar en asociaciones interesantes, te ha llevado a sugerir una similitud entre el que nada espera y el terrorista islámico, comparación que considero errada. Este tipo de individuo (o de hombre masa, ya que citas a Ortega) que mencionas es, que duda cabe, un encadenado, pero ante todo un encadenado por la fe, un fanático de un dogma, un esperanzado por las garantías ultraterrenas de su dios. Cuando el mundo real (o la visión imperante del mismo) se descompone, prosperan los salvadores de toda ralea: forma parte del hedor de la inmundicia. El terrorista, que por otra parte no tiene porque ser un descerebrado (es más bien un infectado por una noción totalitaria del bien), no es el nihilista que proponen analistas tan reverenciados como André Gluksman, sino una reacción contra la nada creciente, alguien que lucha por imponer un criterio más firme y estrecho del principio de realidad con actos tan absorbentes, tan salvajemente "puros", como la masacre de miles de personas.

    Tengo que ir al trabajo, así que aborto aquí mi discurso. Es un placer debatir contigo.

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  10. No entiendo la primera parte, eso de que "no eres biempensante. Quiero decir que no veo donde he sugerido yo esa división de lo "dañino" y lo "bondadoso". No creo haber hecho esa división. Hablaba de "libertad" y, sí, ligué tu visión de la libertad con los terroristas islámicos -sólo es un ejemplo tristemente actual, pero puedo dar muchos más-.

    En la segunda parte, bueno, creo que la "fe" por sí misma hace poco, y que es más la desesperación. La "fe" actúa como catalizador, yo creo. A lo que iba es que -lo mismo que cualquier reacción "irracional" contra la propia vida...-, la necesidad conduce a la sumisión -no a la libertad-, sea sumisión a una idea "divina", "superior" -la raza, el dios, la "ciencia"...-. Para el que se tome la Ciencia como un dogma, aquélla le conducirá necesariamente, le obligará -a reciclar, a reprobar, a "salvar" (al fumador, etc.)...-.

    No digo que no se puedan hacer acciones extremas en libertad -por ejemplo la guerra..., o el suicidio-. Digo que el grado de libertad es inversamente proporcional a la necesidad. Cuando voy al trabajo porque lo necesito, mi libertad es menor que cuando lo hago porque me gusta sin que me haga falta para "sobrevivir"...

    Lo "esperanzado" (en el Paraíso) de un fanático es pura psicología -el Paraíso está en su mente, no podemos decir más-. La desesperanza que yo les atribuyo es real, creo yo, es evidente, aunque indisolublemente unida a su interioridad, claro. Claro que no son incompatibles, pero yo hablo de "libertad", es decir, una idea filosófica, no de "sentirse libre", que, como decía Unamuno, "acaso también, por dentro, un cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado". Uno puede sentirse "Alicia en el país de las maravillas", pero la realidad, bueno, sobre eso tratamos de hablar, pensar, razonar, ligado todo ello, por supuesto, al sentimiento -en esto no hay elección, no somos máquinas-.

    Una persona con depresión -o con delirios, etc.,-, si se suicida no lo hace en libertad. Esto no quita que una persona pueda decidir hacerlo. Según la capacidad de decisión que tenga, es decir, de las opciones que tenga, tendrá mayor o menor libertad.

    Una persona con tetraplejía, puede decidir que quiere morir. ¿Libremente? Sólo dentro de un estrecho cauce. Sería más libre si, además, pudiera utilizar las manos, etcétera... Hay grados de libertad, y estos pueden ir condicionados desde fuera.

    Desde luego, siguiendo la última frase del primer párrafo, "un cordero puede ser la peor bestia", y la mejor. No tiene apenas libertad. Sin ésta, insisto, no cobra sentido ni la idea de bien, ni la de mal. No cabe "biempensar" ni "malpensar", sólo es necesidad.

    Si Adán y Eva no hubieran tenido libertad, no habrían pecado...

    No sé si me explico, Autógeno.

    PD: ¿quieres dejar de mirarme tan fijamente por ese ojo?..., coartas mi libertad ;), ja.

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  11. Sensaciones, antes de nada aclarar que lo de biempensante no ha sido fruto de una reacción contra alguna sugerencia de tu cosecha (descansa en este punto, amigo), como tampoco la dicotomía, puramente instrumental, entre conductas lesivas y bondadosas; considéralo un introito a base artillería ligera para apuntar hacia una genealogía de la imaginación como una facultad que se ve potenciada y retroalimentada por el ejercicio de lo que comúnmente se ha considerado malevolencia. Por contaste, aclarar también que desde mi punto de vista la falta de imaginación se encuentra en el origen de no pocos males que azotan al hombre moderno. En esto, creo, compartimos diagnóstico.

    En cuanto a la relación entre fe y desesperación al hilo del terrorismo, tú mismo has colocado las piezas, pero te ha faltado unirlas: la fe es la forma suprema de desesperación, es el salto (recuerda a Kierkegaard) que lleva al desesperado a abrazar ciegamente una ilusión, cualquiera que rellene con remedos de experiencias absolutas sus vacíos. Sin embargo, en mi comentario, cuando critiqué tu asimilación del terrorista al tipo "que nada espera", lo hice pensando más bien en el escéptico capaz de cuestionarlo todo y a todos, en el desesperado incluso de su desesperación, en el individuo que "no se casa con nadie" a pesar de las tentadoras ofertas que brindan los clásicos sistemas de creencias (dios, raza, clase, ciencia, democracia, etc) o, en su defecto, los sucedáneos que operan como sistemas de inercia (ideología publicitaria, narcisismo, fiestismo, etc).

    Por último, sobre tu exposición de la dialéctica entre libertad y necesidad anotar que formalmente me parece impecable, aunque nada reveladora. No me detendré en este tema, pero si bien es obvio que a nivel existencial uno es más libre a medida que menos necesita, no lo es tanto hasta qué punto. ¿No podría ser la libertad un subproducto de la necesidad? ¿El más refinado grado de determinismo? ¿Una coartada para vivir como si fuéramos réplicas de la divinidad?... He escrito en otro sitio sobre las paradojas que rodean al pensamiento del azar y la necesidad, así que me da pereza construir de nuevo esa secuencia lógica: excúsame por no ser elocuente. A modo de colofón, lo que sí te diré es que el "cordero" (animal simbólico) no está excusado de ser una de las peores bestias por sus insignificantes dotes volitivas, sino que precisamente es "peor" por esta carencia de voluntad. Sirva este ejemplo para dejar claro que al menos existen dos criterios fundamentales en el asunto que nos ocupa: la libertad como requisito de culpabilidad opuesta a la libertad como intrascendencia de la culpa. Adán y Eva, ¿podían realmente no pecar? Puede que el único pecado de Adán y Eva sea haber cedido al engaño de estar cometiendo un pecado; puede que de haber sido libres, nunca hubieran tenido necesidad de pecar.

    PS: Ese ojo, además de mirarte, te acompaña.

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  12. Aparte de algunas expresiones que me han encantado..., y para no alargar más la cuestión, decirte que estoy de acuerdo en tu final sobre Adán y Eva. Sólo tenemos un pequeño "problema": ambos, tú y yo, estamos juzgando, valorando a Dios -es evidente que les metió en un callejón sin salida...-, porque imagina que dejar a un solo hombre -cómo no empatizar con nuestro antecesor- con una sola mujer..., ¡bendita libertad!, je... Dios aprieta pero no ahoga, dicen los muchos beatos..., ah, vale, ¡gracias Dios!

    Te hace "hombre" y luego quiere que seas una piedra..., y si no allá tú...

    Comprenderás que ni tú ni yo tendríamos mucho futuro en un tribunal de iluminados intérpretes de La Luz Divina. Como algunos elementos de la actualidad, no asumiríamos la autoridad del tribunal, pero de poco nos valdría.

    Dios nos pille confesados, porque volvería a pecar...

    Amén.

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