28.12.18

GUIRNALDA DE UN VIEJO NIÑO

Julian Callos, Cosmogony

Amo a los hombres que se han hecho más buenos en el fracaso y se han desprendido de toda vanidad, y depurado su intención en este interno y solitario fuego del arte no comprendido, de todas las pesadas escorias del principio, hasta convertirla finalmente en un oro tan puro como el ofrecido por los magos. Amo a estos hombres que, en plena vida, son ya como sepultados en cisternas; y hundidos en las cisternas secas del anónimo, todavía sacan la cabeza para mirar a los astros y dirigirles palabras afectuosas.
Rafael CANSINOS ASSENS
El divino fracaso

Y después de todo —ay, ¿después de qué?—, a veces uno quisiera volver a la vida no por los diamantinos momentos de esplendor atesorados a despecho de la necrosis del tiempo, sino para concederse, antes de que pierda su valor, el divino fracaso de suicidarla. 

4 comentarios:

  1. Las palabras afectuosas de esos hombres empozados con quienes me solidarizo, no solo nominalmente, sino también desde la profunda circunstancia del fracaso individual que te revela como un caduco representante de la cortesía, la afabilidad, la dulzura de entonación y la sonrisa templada..., son también, sin duda, mis palabras, despojadas de la distancia que marca la selección del léxico y la tela de araña del arácnido que ha bebido los juegos lisérgicos de una víctima despreocupada, atolondrada. Se ha de caer muy profundo, en el pozo de la antiestima para trepar por la resbaladiza pared del hoyo habiéndose despojado de esa metafórica revelación del peeverso calambur ¡Oh, yo!... y ofreciendo, en el borde del mismo, la presencia de la cordialidad sin afectación, de la humanidad sin mefistofelerías, una palabra, como quiere Assens, afectuosa, sin "efectos", y menos especiales, una palabra como las que Machado supo uncir a un experiencia radical de la heterogeneidad, que no otra cosa era para él el ser, de ser algo y no nada.

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    1. Centro dado de lleno, mi cordial Poz, el que tu invocación me deja in albis ante las semblanzas descubiertas y las cacarañas reconocidas. Agito las runas interiores en un intento de abrir a la elocuencia la inanidad que me atora como si no conociera la sentencia de antemano. Lo importante, me arengo, no es cómo se empieza sino cómo se acaba, pero acabar carece de importancia si se prosigue como un sonámbulo. Otra vez las suelas de Machado. Otra vez la gravedad de las huellas que hago quizá vicio en ocultar, como vicio de ordenado olvido van siendo después de cada entrega. Abocado estoy, o así lo parece, a seguir arriesgando el arte de la palabra con la esciomaquia que muy gentilmente me eximiste de representar en otros jardines cuando intuiste, como genuino augur del carácter, la sobrecarga que pugna en mí por una forma que la libere.

      Cuando un espíritu aguerrido no encuentra monstruos dignos de su bravura, forja otros en sí para poder combatirlos; ¿qué podría forjar con sus silencios ese mismo espíritu cuando ha dejado de hacer pie en sus recursos expresivos? «Debiéramos estar ya desengañados de todo, debiéramos haber perdido todo anhelo de arte; y sin embargo, cada día escribo… ¿para quién?», podría confesar con Assens mientras juego aún con la idea de diseminar pensamientos tan aquilatados que ningún alma pueda contemplarlos sin desear blandirlos y ningún desalmado pueda blandirlos sin destruirse a sí mismo.

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  2. Me atrevería a decir, David, que no es tanto cómo se empieza o cómo se acaba, sino cómo se discurre... y disculpa esta resbaladiza salida por la tangente...

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    1. Nada que disculpar, al contrario, me has abierto una vía. Discurrir me gusta más porque la inteligencia respira mejor el concepto de ser medio ingenioso que a sí mismo se crea y en cada creación afina el fin que aventura para sí mismo.

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Ningún comentario recibido con posterioridad al verano de 2019 recibirá respuesta. Hecha esta declaración de inadherencia, por muy dueño que me sienta de lo que callo dedico especial atención a los visitantes que no marchan al pie de la letra.

 
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