5.1.19

RUMORES DE EVASIÓN

Última luz de 2018 que me fue concedida.
A mis compañeras de cansancio

El uso de esclavos y criados puede haber retrasado la llegada de la automatización, pues inclu­so hoy día se ve que los organismos humanos siguen siendo los mejores servomecanismos que existen, los más baratos de produ­cir, los más fáciles de conservar y los que mejor reaccionan a las señales, antes que el robot más delicado.
Lewis MUMFORD
El pentágono del poder

Clasismo, racismo, sexismo, credocentrismo y colonialismo tienen en común la producción de diferentes regímenes de derechos para distintas categorías de personas según el imaginario cultural del grupo dominante. No importa lo que uno valga por sí mismo, importa lo que uno parezca a los supremacistas que dictan las normas y velan por preservar su parque temático de usurpaciones. De esta suerte, los rebajados por un modelo de relaciones interpersonales en el que rige alguno de esos sesgos ocupan una posición social ínfima, a medio recorrido entre el reino de los objetos y el de los sujetos. Lo sé de buena sangre porque lo vivo a diario en alma propia: en calidad de menestral, soy parte del mobiliario circundante, o a lo sumo una herramienta de servicio; así, mientras trabajo, mi condición humana, y no digamos ya mi singularidad, permanece eclipsada por al menos tres de las características que definen a los electrodomésticos de alta eficiencia energética en cuya sarta de ahíncos nadie reparará siempre y cuando funcionen conforme a lo previsto. Ni siquiera la indumentaria que uso durante la faena es la óptima para los menesteres que debo desempeñar, pero su insulsez garantiza, con toda seguridad, que mi presencia sea tan invisible, inaudible e insignificante como la de una máquina programada con el fin de realizar su tarea sin plantear el menor problema. He conocido lavadoras superiores en la estimación de quienes toman por preciosa estofa considerar al sirviente una subespecie semoviente.

Todas las perredas degradan dado su carácter de tributo a las fatigas de la subsistencia; ningún salario, en cambio, denigra a quien lucha por conseguirlo como el que une al imperativo prostibulario de venderse el empleo de la fuerza contra otros, por muy flamantes que se sientan al esgrimirla. Frente a esta desangelada forma de estructurar poblaciones confundiendo orden con tensión y alienación con corrección, la «conciencia cívica» no representa una expresión natural entre gentes bien avenidas, capaces de asociarse como simbiontes, sino el injerto de un artefacto de control manejado por los esbirros de un sistema que se ha especializado no solo en la expropiación de excedentes y en la implantación de necesidades extenuantes como medio de postergar el colapso reabsorbiendo sus desechos, pues también hace las veces de necrocracia o factoría de zombis entregándonos al proyecto caníbal de ser el presupuesto de esa fame que no cesa de engullir lo proyectado.

«Cuanto más nutras cuerpos impuros, más los dañarás», advierte un aforismo de Hipócrates. Rehusemos el pan, que lastima el cuerpo, y el circo, que envenena el espíritu. Concedámonos, descreídos del comodín de una solución, la impertinencia de no tener más razón que la potencia deprimente de los hechos: nos consta, como un pelo en la sopa boba, que el éxito es el camino más tortuoso hacia el fracaso y que cada pueblo, al igual que pasa con los individuos, labora con mayor intensidad contra sí mismo allí donde se cree mejor asegurado ante los estragos de su podredura real.

La defensa de la conciencia empieza por la verdad y poca verdad cabe en la conciencia donde aún medra el servil apego a las ilusiones. ¿Cómo es posible asirse al reclamo de una posesión inexistente? ¿Por «carecer de la facultad de alimentarse de luz» que Simone Weil situaba en el origen de nuestros defectos? «En esta sociedad —rubrica Estulin—, lo vergonzoso conduce a la fama y el pecado es uno de los instrumentos de la movilidad social». La apertura a la verdad es, en efecto, un derroche de energía cuando lo único que se pretende es triunfar o subsistir.

Quien no ame el mundo tal cual es, que no lo repueble; y quien lo ame, que se prepare para pesar fielmente sus actos en la balanza del postrer desengaño. Hasta entonces, y aunque estos cambios de calendario que ahora cruzamos sean solo convenciones, dichoso cambio traiga el año a los esmerados que intentan compensar con un eje de sabiduría los delirios renovados que agitan el puchero global. O como de justa ley declara un amigo, cuyo nome no mentaré en atención a sus cautelas, «alternemos los convencionalismos rotacionales por sapienciales giros derviches». Ejem.

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