Ángel Albarrán y Anna Cabrera |
Miguel de UNAMUNO
¡Adentro!
Guarda la experiencia polisémica de la lectura con el sobredespertar favorecido por sustancias impulsoras de desbordamientos ontológicos una semejanza de potencial que ni las autoridades encargadas de velar por un determinado orden público de apariencias, ni las personas desveladas por las curiosidades asequibles al intelecto privado, han obviado atender. Animadas estas últimas por el interés en cultivar sus horizontes cognitivos, como aquellas por el afán de impedir que los límites consabidos de sus conquistas sean trastumbados en contacto con las transfiguraciones que puede el explorador de otras realidades irradiar desde la intimidad —endemoniada intimidad para otros— alcanzada a través de estos canales especiales, ambos veneros de enseñanzas permiten reconocer, acaso con demasiada familiaridad, ora la presencia viva de dimensiones ignotas, lejanas o normalmente desapercibidas, ora detectar, quizá con demasiada solvencia, las imposturas de los acontecimientos más próximos, recientes o prominentes. No da pábulo a la sorpresa que palabras y moléculas sean aún objetos predilectos de hostigamiento para los que temen el poder de ser comprendidos mediante sentidos que delatan la parvedad de los suyos.
¿De cuánta lucidez es depositario cada uno en la mal viseada episteme que se abre en los umbrales de su mismidad? ¿De cuántos sabotajes interiores ha de dar cuenta la lucha por el victo, o el no por más extendido menos turbio apego a las fruslerías de lo impostado? Puesto que
callada y dura
será siempre
la verdad pura,
la verdad pura,
y aun herida de tribulaciones la naturaleza de un buen temperamento mejora en el mismo campo de iluminaciones que envilecen al abyecto, antes de plantearse dar la vuelta al mundo el espíritu dispuesto a recorrer la humanidad no haría sino lo apropiado dándole la vuelta a su orbe.
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ResponderEliminarAunque en calidad de autoinvitado en casa ajena obre usted, don Fernando, con los modos y libertades que su razón le ha dado a entender como apropiados en estas latitudes, permítame la delicadeza de dirigirme a su persona empleando un tono menos burocrático que el recibido, sin desviarme por ese gesto ni un ápice del más severo sentido de la franqueza, facultad no reñida, sino al contrario, con el hecho de que mantenga debidamente deslindadas mi insignificante identidad civil de mi casi irrelevante (es decir, bien curtida) faceta literaria.
EliminarDelicadeza devaluada sería, no obstante, si al primer congénere que cruzase mi puerta solicitando cotos contra el ingenio ajeno, o alfombrase con números de registro su irrupción, accediera a concederle, en atención a sus pretensiones de control sobre un patrimonio conceptual inabarcable, el menor cambio en la legítima potestad de componer, en la lengua materna, mi propio tesoro de pensamientos. Hasta donde alcanzo a saber, en nuestro país aún no es de curso legal patentar en exclusiva un acervo lingüístico cuya pertenencia comprende, de hecho, a todos los hablantes que lo comparten. Con más que dudoso éxito, yo mismo he intentado contribuir a la grandeza expresiva de nuestro idioma acuñando cientos de neologismos y locuciones que me sentiría honrado de escuchar o leer, en la fluidez del uso, a mis hermanos de voz. Tenga clara certeza, por consiguiente, de que si no zanjo aquí la palabra es por averiguar hasta dónde conduce el propósito de su representada, doña Josefina, en su campaña por purificar las enseñanzas reveladas que cada uno ha de procurarse a sí mismo. Disertaciones metafísicas aparte, en verdad no veo que merezca siquiera comparecer con alguna de las denominaciones arrimadas, «enseñanza» y «revelada», el celo por blindar las ideas, sean cuales fueren, tras el bastión de un «nombre comercial y marca», pero quizá estoy cegado por otros resplandores.
Desde que empecé a publicar en internet en el año 2006 he tenido por hábito el minucioso respeto a mis soportes documentales, y doña Josefina Díaz Rodríguez (a quien no he tenido la luz de conocer en ninguna de sus vertientes existenciales), no se cuenta entre mis fuentes, ni, lo lamento, contaré con ella en lo sucesivo. Antes y por encima de todo, créame, es lamento que hago mío porque el desconocimiento de las hazañas filosóficas de su representada me resulta de poca ayuda para inquirir si ustedes podrían afirmar lo equivalente en relación a mi obra. Posibilidad que aprovecho, a vuela pluma, para informar de que si doña Josefina hubiera tomado o desea tomar fragmentos de ella, lejos de ofenderme, celebraría la gentileza de su proceder siempre y cuando se atenga al tipo de licencia Creative Commons que aquí rige, independiente de la propiedad intelectual, que por supuesto también tengo al día.
Hágale llegar a doña Josefina un saludo cortés, don Fernando, y reemprenda en paz su camino.
Hasta la ecpírosis.