20.12.17

PERDIDAMENTE AQUÍ

Henry Ossawa Tanner, Lions in the Desert
Llamé al cielo y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.
José ZORRILLA
Don Juan Tenorio

Durante el último tránsito por la duermevela, que unas veces retrasa mi eyección a la vigilia y otras la complica con parálisis de polo a polo que más quisiera yo alucinaciones hipnagógicas, he podido verme recluso en una penitenciaría que alzaba sus murallones desencalados en una campa expuesta a los rigores propios de un desierto meridional.

Coincidiendo con el ángulo más recto que el sol podía clavar sobre los dombos pelados de los reos, dos alguaciles de miradas espinosas sacaban al centro del albero una sartén de fierro dentro de cuya exuberante procesión de abolladuras, más que las amontonadas en las mejillas de Cristo, viajaba como en palio cochambroso el rancho destinado a la jauría de presidiarios, quienes arrojaban sobre las inconcreciones del guiso sus ansias de mamíferos degradados sin guardar la mínima sombra de respeto entre sí.

A lo largo de tantas jornadas como las que solo supo confundir con la calima la graduación febril de mis neuronas, contemplé a mis concomitantes repetir sus pugnas por el bocado arenoso mientras me abstenía sobre mis piernas trabadas, a la distancia pesquisona que guardaría un gato, de participar en el desembozo del festín. Ellos preferían lidiar con uno menos y yo lidiaba en mis fueros por la prioridad de la nada sobre el horror de ser uno con sus fames.

Cuando mis fuerzas, gravemente mermadas por la acción combinada de chinches, desnutrición y colicuaciones, empezaron a enjalmar en demasía el necesario empuje para subsistir, sucedió el milagro: de forma espontánea, los cautivos se alinearon en fila y me fueron haciendo entrega de una porción del comistrajo que habían conseguido rebañar. Nunca tuve el propósito de ser alimentado sin mancharme las zarpas, ni sostuve la pretensión de provocarles un espasmo de conciencia sobre los tentáculos rabiosos de su conducta, pero el efecto supuso todo eso y más; quizá estuvieran hartos de su guerra a hocico partido por la pitanza y bajo mi presencia menguante el pelotón adquiriese un contraste repulsivo para sí mismo, pues a partir de ese momento, aunque las viandas fueran insultantes para un paladar selectivo, el concierto entre los convocados al reparto de calorías se convirtió en un ritual de cordialidad generalizada, la única compostura que parecía servir de referencia a quienes allí nos pudríamos por dar cuerpo al andrajo que imponen como justicia las condenadas leyes de los hijos del mono.

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