11.11.17

PLEGARIA DE UN PSICÓVORO

Missale et horae ad usum Fratrum Minorum (Latin 757, fol. 296v)
De tanto en tanto, haces que caiga el velo de uno de tus siervos para que abarque de una ojeada las necedades y los yerros de su especie; lo armas con el carcaj de la palabra para que, libre de miedo y lleno de amor, se adelante en medio de ellos y con sus flechas ora agudas, ora silentes, los despierte de ese fabuloso letargo en el que se encuentran. También a mí, oh Señor, me has escogido para colaborar en esta tarea, y sin importar que sea poco digno del deber, a cumplirlo me dispongo.
Heinrich von KLEIST
Plegaria de Zoroastro
(Traducción libre)

Liberado de la delusiva necesidad de usar muletas ideológicas y advertido de que el rebajamiento mental es la única seguridad que pueden depararle las escapatorias metafísicas, cada uno se debe a sí mismo el juicio de la vida que no ha elegido tener y cuya fatalidad no puede sustraer al contexto de desdén hacia los perjuicios que experimente un sujeto perecedero dentro del discurrir de la naturaleza a lo largo de su inabarcable transmigración por los organismos. «Es inhumano bendecir cuando nos han maldecido», sentenció un resacoso Nietzsche después de que su euforia apologética lo animara a bajar de la montaña para predicar que «debemos dejar de ser hombres que rezan para ser hombres que bendicen», como si en el carnaval esotérico de Zaratustra se hubiese consentido soslayar, Dioniso mediante, que bendecir solo es la forma menos humillante, más voluptuosa de orar. El bálsamo, sea como fuere, anunciado estaba en el viaje previo de su sombra alrededor de la pluralidad interior: «Hay que aprender a salir más limpio aún de los asuntos sucios, y, si es preciso, a lavarse con agua sucia».

Habiendo sometido mis sondeos visionarios al horizonte prefabricado de ambos altares, el de la súplica y el de las congratulaciones, percibo que lo menos torturado para mí es zafarme de ser un simio que reza; no para convertirme en un ebrio que bendiga a la torera o en otro varado en el ripio que maldiga cada partícula, sino para poder bucear sin orgullo ni canguelo en el arcano, qué importaría si solo fuera un remolino embrionario de espantos y maravillas, o recién la imaginaria incursión que bordea cierta escalada de caos, poniéndolo todo perdido de símbolos, donde somos pasajeros accidentales del festín cósmico, polizones cargados con un alijo de sueños de unidad que aportamos a una existencia que nada tiene de absoluto, excepto la fatiga que impone una causa primera a los fragmentos de nuestro conocimiento tras el solemne grito de «¡basta, pase ya!» al dolor que comporta haber estallado en el rosa nigérrimo de su matriz.

No del todo desverbado me traigo a esta libación de abdicaciones que suelto como he tomado, hermosa en su rompiente plenitud. A la debida distancia del genio que mi primera persona no es, devoto soy de la última prosa que penetre limpiamente en cada gen y a fondo haga chorro de gusto allí, como el Espíritu Santo trasteando a lo glorioso en Santa María, valga el beleño viejo de la expresión.

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