13.11.17

COMO UN SUDARIO PARA UNA ISLA

Hallie Packard, Above the City
El hecho más terrorífico del universo no es que pueda ser hostil sino que sea indiferente; pero si podemos conciliarnos con esa indiferencia y aceptar los desafíos de la vida dentro de los límites de la muerte —por flexibles que el hombre pueda hacerlos— nuestra existencia como especie podría tener un genuino sentido y plenitud. Por muy vasta que sea la oscuridad, debemos proveer nuestra propia luz.
Stanley KUBRICK
Entrevista concedida a la revista Playboy en 1968

Buceo pensando más en permanecer unido a la costa por la distancia audible de un grito que calculando las profundidades nunca temidas por mí siempre y cuando se atajen visibles a unos ojos cansados. Pese a la intransigencia de tormenta que masculla el cielo, la mar está sumida en una receptiva calma de mujer experta y puedo disfrutar de la explosión sensorial que anémonas, medusas y otros caprichos irisados de la evolución aportan a la memoria de quien nació lejos del exotismo, a menudo brutal, donde confiesan su impronta estas latitudes. Con solaz disolvería mis civismos mientras hago infusión de magruras en estas aguas encendidas si al mamífero que flota en lo irrespirable no lo alterase la obligación de acudir a la gala organizada para una delegación extranjera por el apéndice correspondiente del gobierno insular, fiel a la fealdad de todos los estamentos que deben su razón de ser, y el método de que otros sean menos, a los achares de una burocracia.

Durante la fiesta, muy opulenta en el gasto pero centrada en salvar las apariencias de lo contrario, me permito emitir algunas lágrimas que nadie aprecia, pues nadie que se sienta rodeado de ejemplares frescos de su especie mira con agrado el aspecto tétrico que la repetición de los días, semanas y meses confiere a los almanaques apresados en la piel de un viejo. No soy el que más años ha sumado del bazar de las apariencias entre los aquí convocados, sólo me mantengo lo bastante decrépito para saber mezclar en un mismo llanto la elegía por la buena vida que no me reprocho haber eludido y el alivio por el siglo cuyos extremos ya no tendré tiempo de padecer...

Brian MashburnRequiem
A golpe de gravedad me seco los restos de ensoñación, y envuelto en el escozor del reconocimiento, de puro chasco apuro una oración al vértigo que supuro. Caigo, ¡me caigo en Dios!, ¿qué otra cosa podría suceder en el sudario de la penitencia que extenderá su asedio desde el tribunal del presente hasta su remoto estertor de senectud? 

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