17.5.14

ENJUAGUE

A los trapaceros que me emponzoñaron el día de ayer

—¿Seguimos a pie? 
—¿Por qué? 
—Porque la burra es fea.
Gaspar CROS
Bajo un sol lunático

Si uno se decide a escarbar sin remilgos en la humanidad buscando los motivos que cimentan a través de los milenios su insostenible perseverancia, no será preciso ahondar demasiado en los estratos solapados por el transcurso de las generaciones para descubrir el petróleo de la mezquindad, cuando hay conciencia, o el carbón de la brutalidad, cuando está ausente, por eso el tenue lazo que me une a otros suele ser aquello que los separa del resto, y opino que no sería una inconsecuencia tatuarse donde más duela NO PASA NADA en atención a lo fútil que es todo, aunque a falta de argumentos nada de lo que pase pueda destituir de nuestro ser la conmoción de estar vivos. La vida no es un valor en sí misma, sino el medio a través del cual nuestros errores de juicio prosperan y fenecen. Sabido es que el canon de la belleza radica en el ojo que la admira, y que al espíritu de la comedia que somos le llega el secreto susurro de las cosas con una vibración que la ciencia y las iglesias quieren, en vano, para sí. Dar mucho que pensar y muy poco que hablar, he ahí un signo de distinción caballorosa a fuer de deslindar sinuosidades y facer microbatallas que vistan de luna y grillos la cúpula de aire que envuelve la nube craneal de moscas a la cual va reduciéndose la experiencia. Por invectiva y por licuefactiva, en un mundo organizado por el espanto el individuo que quiere forjarse de una pieza está abocado a quebrantar la ley para acabar, después de lidiar el acaso, quebrantado.

Puede que la actividad autolesiva que supone montar en alopécico galope la cuarentena, por no mencionar la exposición tan reiterada como involuntaria a agentes bioacumulables como el Bisfenol A, o el efecto de largo rebote del 1-Carmaboilmetil-2-pirrolidinona que usé con munificencia en mis locos años veinte, me anule el seso y enturbie más de la cuenta que uno puede asumir incluso sumándose el lenitivo de algunos complementos circunstanciales imposibles de encontrar en los supermercados, blancos y negros, de armamentos anímicos. Lo digo, más que nada, porque estoy por hacerme entender que el genuino viaje comienza al perder el tren, y bien puede ser señal de avanzar con firme paso machadiano el acto de negarse a subir a los que llegan.

Sólo vive de verdad quien se acepta listo para el parto de morir; los demás, vegetan.

Tal como muestra la acuarela de Sanzo Wada, los monjes komusō cubrían su cabeza con un canasto de paja para que con la ocultación de su rostro se hiciera patente la renuncia voluntaria a la identidad... decisión que exige, desde luego, mucho ego.

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