Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día.
Franz KAFKA
El silencio de las sirenas
Mis locuras brotan de la saludable reacción que me inspira cualquier manifestación tenaz de normalidad.
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Donde la ley se reblandece ante el abuso, campa la tiranía con la misma desfachatez que donde su génesis y aplicación se han vuelto incuestionables.
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En un mundo gobernado por los peores, los abismos se hunden hacia arriba.
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Todas las verdades a las que podemos conferir un margen de validez se resumen en las fisuras epistemológicas que recusan los procedimientos considerados válidos para la confección de verdades.
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Siempre se podrá alegar el poderoso argumento de la belleza en defensa de aquello que no tiene razón de ser. Privadas de esta hialina apologética, nada explicaría el respeto persistente que consagra a un elevado número de obras artísticas cuando nadie ignora que han servido a fines e idearios feos hasta lo imperdonable.
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Los milagros no existen; el milagro es creer que existimos.
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No hay motivos respetables para que dudar de lo necesario sea innecesario.
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El culatazo. No escondas tus sentimientos cuando la ocasión los avive ni te valgas de sus vehemencias para avasallar. Lo primero es un gesto de loable franqueza; lo segundo, el excedente de una afectación que aborta la oportunidad del trato, salvo la indispensable para ganarse duraderas enemistades.
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Para quienes ejercemos un intenso estímulo de admiración o de aversión, no es extraño que acabemos asimilados a las profusiones de su emotividad como un semidiós o como un semidiablo. Tampoco nuestros progenitores, y desde luego con mayor dificultad aquellos a los que nos unen otros vínculos de parentesco, conocen las proporciones más ajustadas a nuestra arquitectura interior. Sólo los amigos a los que sabemos en recíproca conexión pueden mirarnos como lo que netamente somos tras la máscara indeleble de lo que nos hemos resignado a parecer: ángeles despeñados en el absurdo desde la desmemoria metafísica de nuestros yerros o culminaciones.
A cada cepo su alimaña. La catástrofe es una herida que abre el alma de par en par a cualquiera dispuesto a la bajeza de vulnerarla, un acto no por vil menos frecuente que también es aprovechado por quienes se exhiben desvalidos a la espera de capturar a los desaprensivos que acuden a cebarse en el lamento.
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A cada cepo su alimaña. La catástrofe es una herida que abre el alma de par en par a cualquiera dispuesto a la bajeza de vulnerarla, un acto no por vil menos frecuente que también es aprovechado por quienes se exhiben desvalidos a la espera de capturar a los desaprensivos que acuden a cebarse en el lamento.
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«La vida es un bosque de símbolos» (Baudelaire), una maleza de sueños donde un anónimo enredador de fantasías parlamenta con el durmiente por medio de signos de invocación que lo sepultan en un más acá lejano del que nadie es capaz de escapar. Los recursos metamórficos de este lenguaje difuso trazan los límites imaginarios de nuestro mundo, en los que un sujeto clarividente llegará a vislumbrar la sintaxis de un modo inteligible no tanto por lo que crea leer, como por su intuición para saber hasta dónde confiar en una gramática que bromea, de verdad, con toda clase de mentiras.
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Efecto bumerán de las pasiones. Quien deja a otra persona nunca la aleja de sí.
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¿Cuál es el pensamiento que te vacía los seminarios de raíz? A él debes dedicarte con esmero hasta que no quede rastro de él, porque de todas las dovelas de tu catedral, ella es la clave que la derriba y no la puedes ocultar.
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Todos, hombres y mujeres, nacemos como violadores de matrices y morimos violados por los matices que se resisten a desaparecer.
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La benevolencia moral depende de la potencia del sentimiento, no de las creencias, que muy al contrario suelen constatar la indigencia de juicio que las respalda.
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No puedo censurar la buena fe de otros sin poner en evidencia las malas intenciones que no poseo.
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Maquiavelo con solideo. La moral que se empeña en oponerse a lo que aprueba la sensibilidad de una época sólo puede triunfar averiándola con una desmesura que favorezca su vocación correctiva.
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Para reacciones consabidas, los alardes de cinismo y doble moral que los católicos esgrimen cuando la mierda los salpica: no les tiembla el pulso en descalificar los hechos históricos como caricaturas, a la vez que conceden valor documental a la literatura bíblica e insisten en buscar en ella pretextos para dotarse de la autoridad intelectual que por soberbia fanática se niegan de entrada a sí mismos.
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La sufrida fe del dudoso, tan inquieta como la del converso, es el foco de actividad del que más debe alejar su confianza el cabal, pues quien sostiene la empresa de sus creencias desde la flaqueza de miras tiende a obstinarse en demostrar, caiga quien caiga, la integridad que le falta.
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Garbo y parresía de la condenación. Si he de ser incinerado a sus ídolos anodinos, habré de esforzarme por conseguir que se me acuse de todo lo que pienso con intachable precisión. ¿Puede alguien proporcionarme una causa más digna para animarse a cuidar de escribir con propiedad?
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La secreta impudicia de los píos. Nunca está de más hacer notar a cuantos se precian de bien pagados por su credo que moralidad significa gobernarse por principios calibrados por uno mismo ateniéndose a ellos como la piel se ciñe a la carne que lustra y guarece, un órgano demasiado desconocido para el moralista que necesita acudir a doctrinas prefabricadas con las cuales cubrir su carencia de valores sentidos como propios o, aún peor, para aportar como moneda fiel su nula voluntad espiritual para labrarlos.
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Aunque el mal uso de la libertad suponga un razonamiento birrioso para desacreditar la soberanía individual, nuestra especie nunca se privará de inquisidores pendientes de la menor infracción a la pauta para elevar en varias octavas las censuras regurgitadas desde su púlpito, sea este la mugrienta barra de una tabernilla de barrio o la flamante columna de un mentidero de gran tirada: abundan los lugares donde los endebles pueden abrir sin escrúpulos la espita de sus miedos fermentados con el deseo, normalmente maquillado, de ponerle cerrojos al campo ajeno. Más les valdría percatarse de que al denunciar contenidos inapropiados incurren en el ridículo de anunciarse a sí mismos como contenedores estrechos, y si lo que anhelan es que la variabilidad de usos que implica la libertad esté prescrita al objeto de impedir los irregulares, molestos, injuriosos o divergentes, conviene advertirles que el diccionario cuenta en su haber con un vocablo adecuado a la medida de sus aspiraciones: despotismo.
La grandeza de un hombre arrojado a su sino estriba en el nivel con que reencarna los problemas que la condición humana plantea y ninguna existencia puede resolver. Para quien no está llamado a personificar este drama inherente, abandonarse a la ración cotidiana de embrutecimiento resulta tan providencial como una ceguera selectiva.
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La grandeza de un hombre arrojado a su sino estriba en el nivel con que reencarna los problemas que la condición humana plantea y ninguna existencia puede resolver. Para quien no está llamado a personificar este drama inherente, abandonarse a la ración cotidiana de embrutecimiento resulta tan providencial como una ceguera selectiva.
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La rima no se establece en el verso, sino entre el inconsciente del poeta y el del lector, convertido gracias a este ardid en el segundo autor de sus musas. Para bien o para mal, para recuerdo u olvido, la obra no depende de su creador tanto como él quisiera.
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El escritor pretende que su estilo capte la pureza semántica de las ocurrencias que las palabras mutilan por necesidad, pero así como es necesario recibir poderosas influencias para superarlas, el auténtico ingenio debe aprender a prescindir de la armadura de su elegancia con una gracia mayor.
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Miserias del cripticismo y de la transparencia. Extraordinarios, y en verdad raros, son los autores que no enturbian los cauces de sus ideas para provocar en el público la impresión de ser más profundos y originales de lo que son, pero encuentro más escasos a los que se resisten a trasvasar aguas más puras a sus canales para aclarar el lodo que no pueden despejar con talento.
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Entre lo que uno quiere expresar y lo que realmente da a entender, trisca a sus anchas el genio deturpador de las indeterminaciones.
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Luce mejor mientras dura la lucidez compartida, y si es longevidad lo que no le sobra, tendrá en sus cómplices un vestigio sincero de lo que dio de sí antes de encogerse... tal como sabía.
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A un mismo impulso cognitivo pueden corresponderle múltiples ideas, entre las cuales no es anómalo que se produzcan tensiones y antagonismos. Saber manejarse con ironía es el cortejo que la experiencia entabla con la inteligencia y una actitud crítica sin la cual los pensamientos más dispares que la animan brillarían por su incoherencia.
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Mucho se desvirtúa quien entiende como un defecto volverle la espalda a la sociedad que subsiste a costa de humillarnos por la cara.
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Entraña una pérdida de tiempo indecorosa prestar atención a todo aquel que no pueda renunciar de un tajo a sus promesas; a todo el que no esté vencido para prometer, honestamente, que nunca prometerá.
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Desenterrar el hacha de guerra o enterrarse vivo. La agresividad, hogaño tan enfermiza por la pésima guía, extremada en el negocio bélico, a la que ha dado paso la pérdida de su función civilizadora, ha sido tradicionalmente una bendición para los pueblos que no aceptaban doblegarse al invasor ni a las coerciones de la clase dirigente; gentes que sin ser conscientes de ello la empleaban por instinto como un recurso neguentrópico que ayudaba a mantener su sistema social saneado de violencias innecesarias. No se trata, por tanto, de exacerbar a los habitantes hasta convertirlos en asesinos programados o en pasivos cómplices de pogromos televisados, sino de recuperar la vía para hacer que el soldado que habita en todo hombre se purifique como un guerrero responsable, apto para el reto de soportar adversidades que ahorren estragos a quienes ha jurado proteger y radiante por haber elegido defender con su sangre la libertad irrenunciable que identifica con el espacio que ama.
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Especiales por cuenta ajena. No debería preocuparnos como una merma de autenticidad la ingente cantidad de materiales ajenos que forman parte esencial de nuestro ser. Si se asume que por cultura y por natura, por socialización y por linaje, somos insaciables replicadores, tener personalidad deja de formularse como un ejercicio de ostentación para descifrarse como un proceso creativo que desafía a ir transformando de modo particular las influencias cuyo encanto y utilidad las hagan merecedoras de anidar en nosotros.
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Consuelos de consola. El humano necesita de ficciones loables para encarar con solvencia las verdades incómodas, de eco irreductible, que debe traducir desde la soledad de su conciencia desnuda, desanudada. Lejos de pertenecer a esta categoría, la mayor parte de las ficciones a las que recurre la masa son burdas distracciones que extienden pantallas alrededor del cautivado que se funde en ellas con un sentimiento de satisfacer su exclusividad idéntico al de todos los demás.
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No vive su vida quien no la sentencia a un escrutinio constante; su sentencia es ser vivido por ella.
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El pensamiento suele gestarse como una respuesta inmunológica a una agresión abstracta; cuando no es alumbrado de este modo, se queda en el sarpullido de un cigoto.
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Todo lo que colma, hastía; nada de lo que hastía, colma. Desperdigados entre la inanidad de los propósitos y la eficacia puntillista de la voluntad resuelta en el acto, comprendemos por la escisión del criterio que somos a cada instante un sucedáneo de lo que somos.
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La propia noción de lo fallido hace su pontificado sobre el acierto ajeno.
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Tremendismos. La humana tendencia al absolutismo (en lo político y en lo moral, en lo afectivo y en lo sensorial) solamente puede ser contrarrestada desde otro absolutismo fascinado por la arrogancia de no tomarse en serio a sí mismo.
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Poca estima se reconoce el que estima al otro respetable por lo que tiene de humano y no por aquello que lo distingue como individuo.
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Quien se excusa por lo que hace se rebaja por lo que piensa.
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Es más fácil perderle el respeto a la ternura de quien nos quiere que al insulto de quien nos agravia. Ténganlo presente antes de afirmar concluidos sus coqueteos con la vanidad.
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¿Qué tienen en común la virgen Scheherazade, el viejo profesor Farâma y el misterioso Keyser Söze? Están en graves aprietos, el poder instituido los tiene acorralados y hablan para despertar la fascinación de sus interlocutores porque la astucia constituye su última baza para eludir el cadalso. Pienso en ellos no sin experimentar cierta semejanza de fatalidad por los años que llevo construyendo subterfugios verbales contra mis oponentes, aunque a diferencia de estos avispados personajes yo mismo soy presa y perseguidor, dualidad que me permite combinar los atolladeros del juego con la previsión de una ventaja adicional: si desistiera de darme caza, me abatiría.
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Para el obituario. Sé muchas cosas que no importan a nadie y son más las que ignoro que importan a todo el mundo. Del disparate de la vida puedo corroborar lo mismo que de un compromiso familiar ineludible: no me siento con arrestos para rehusar, pero antes de cumplirlo debo convencerme célula a célula, algo que casi nunca he logrado...
En el enigma, miniatura procedente del manuscrito De rerum naturis de Rabano Mauro, erudito medieval nacido en Maguncia que quiso imitar con su actitud enciclopédica a Isidoro de Sevilla, el autor de las célebres Etimologías.
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